[ lectura y crítica ] 

Joaquín de Fiore. La edad del Espíritu – Virgilio Rodríguez

Joaquín de Fiore. La Edad del Espíritu

Virgilio Rodríguez

Creo que corresponde hacer la pregunta acerca de las razones por las que pueda interesarnos saber de una doctrina y de un personaje tan alejados (se trata del siglo doce y trece, plena Edad Media) de nuestra contemporaneidad. La respuesta puede ser inmediata: la teoría de Joaquín de Fiore y su sentido histórico es la que mayor influencia ha tenido en Occidente hasta la aparición del marxismo, en opinión de un estudioso como Norman Cohn1. Por otra parte, su visión escatológica, considerada desde nuestra perspectiva secularizada, conforma una figura importantísima inserta en el dinamismo de lo que hemos llamado para esta ocasión el impulso utópico, que es el que va configurando una dimensión que paulatinamente se llena con las diversas propuestas utópicas.

El sistema elaborado por Joaquín entrega una novedad para el cristianismo de entonces. Por primera vez se hace presente en la concepción cristiana una expectativa del fin de los tiempos que difiere de la espera pasiva del juicio final o de la esperanza de un milenio de plenitud traído exclusivamente por la Providencia antes de la consumación temporal y la rendición de cuentas universal. Joaquín, con su doctrina de las tres edades desarrolla una idea ciertamente anticipatoria para su época: la de una historia de la salvación que se va desplegando evolutivamente y que conlleva en ello un progreso del tiempo.

La doctrina que Joaquín lleva a cabo se desmarca de la filosofía de la historia de san Agustín, la que por entonces dominaba en la cristiandad. De acuerdo con esto, el mundo se encontraba en la sexta fase de la historia, la última. San Agustín concebía que habrían siete edades, a semejanza de los siete días de la creación, y que la séptima sería el Sabbath, el inicio, fuera de la historia, de la vida eterna. Esa sexta edad era la de un seculum senescens, el tiempo de la senilidad de la humanidad. Para San Agustín, con la venida de Cristo ya se había realizado el Reino sobre la tierra, hecho presente en la presencia de la Iglesia como institución perdurable. Sólo quedaba esperar el final decretado por la Divina Providencia. Es preciso añadir que el precepto de Cristo: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad» (Hechos de los apóstoles, 1:7)2, que es la respuesta que da a quienes le preguntan por la fecha del restablecimiento del reino de Israel, es la norma que a su vez se ha aducido para frenar las especulaciones y cálculos respecto del advenimiento del Anticristo y el día del juicio final.

La idea Joaquinita de las tres edades sucesivas, con una última en la que el Espíritu Santo progresa iniciando una nueva edad histórica, deja así de lado el precepto aludido y por otra parte desmonta la espera propia de la concepción agustiniana y cambia su signo de pesimismo terreno por una especulación más optimista del devenir en el más acá. Norman Cohn puntualiza: «Su idea [de Joaquín] de una tercera edad no podía reconciliarse con la concepción agustiniana de que el reino de Dios ya se había realizado, hasta donde puede realizarse sobre la tierra, en el momento en que nació la Iglesia, y que no puede haber ningún milenio que no sea éste»3. Luego es preciso adelantar que la doctrina del Espíritu de Joaquín se transformó en el fermento de las mayores revoluciones espirituales que se desarrollaron desde la Edad Media, y que influyó en una buena cantidad de ideas políticas y sociales de nuestro tiempo. En opinión de un especialista como Ernst Benz, «Al unir las ideas de progreso y desarrollo con la profecía de la inminente plenitud de la historia de la salvación, Joaquín ha creado el modelo para las utopías religiosas, sociales, políticas y filosóficas de los tiempos modernos»4.

Antes de comenzar una breve descripción de lo esencial del sistema visionario de Joaquín, creo pertinente conocer algo de la vida de este personaje. Así, doy inicio diciendo que Joaquín de Fiore nació alrededor de 1135 en Celico, un pueblo de Calabria. Era hijo de un notario. En su juventud, tras abandonar un empleo gubernamental, inició un peregrinaje a Tierra Santa en el año 1167. Jerusalén aún estaba en poder cristiano. A su retorno, Joaquín estuvo algún tiempo como eremita en la proximidad de un monasterio griego en el monte Etna, en Sicilia, para luego volver a su Calabria nativa. Allí fue huésped de la abadía cisterciense de Sambucina y luego inició una actividad como predicador. Para ello, se ordenó de sacerdote.

Se aproximó al monasterio de Corazzo, y siguiendo una inclinación natural, se hizo monje y tomó el hábito en Corazzo en 1171. Al poco tiempo fue elegido abad de esa comunidad. Trató entonces de afiliar Corazzo a la orden cisterciense con el aval de Sambucina, sin éxito. Se encaminó en su intento a la casa matriz de Sambucina, Casamari, que era un importantísimo monasterio en Italia. Tampoco tuvo éxito, pero en su estadía en Casamari recibió una revelación referente al misterio de la Trinidad, y escribió allí el primer libro del Psalterio de diez cuerdas. Permaneció trabajando en Casamari por un año y medio, tiempo en el que inició el libro Exposición sobre el Apocalipsis y el libro Concordia entre el Nuevo y el Antiguo Testamentos que junto al citado Psalterio constituyen los libros principales de Joaquín.

En Casamari había experimentado las dos visiones que lo iniciaron en su carrera escritural. La primera sobrevino durante la fiesta de Pascua de Resurrección en 1183. Esa visión le reveló la plenitud y la concordia del Viejo Testamento y del Nuevo, el fundamento de la labor exegética de Joaquín. La segunda visión se produjo en la fiesta de Pentecostés, y con ella se hacen presente las figuras, imágenes simbólicas que ilustran su obra y dan cuenta de sus pensamientos. Esta visión es la que es comentada en el Psalterio de diez cuerdas.

Joaquín tuvo trato con tres Papas de su época, Lucio III, Urbano III y Clemente III, los que se mostraron interesados en su obra y tuvieron una actitud de consideración hacia él resaltando su condición piadosa. Tuvo también Joaquín un famoso encuentro con el rey Ricardo Corazón de León, quien esperaba tiempo favorable para iniciar su cruzada en Tierra Santa, conquistada ya por Saladino. Esa entrevista dejaba ver la importancia de Joaquín, quien ya era afamado como profeta.

No obstante, Joaquín se iba volviendo paulatinamente insatisfecho con su posición como abad de Corazzo, y necesitaba cada vez más tiempo para desarrollar sus comentarios sobre las Sagradas Escrituras. Es así que en 1186 deja Corazzo y construye un refugio privado para continuar su labor escrita en una localidad llamada Petra Lata. En 1188, sin embargo, Joaquín visita la solitaria llanura Sila en Calabria central, y ya en 1190 establece la fundación de un nuevo monasterio, san Giovanni in Fiore, del que será igualmente abad.

En el desarrollo de su vida monástica, Joaquín había permanecido como una suerte de fugitivo de la orden cisterciense. El Papa Celestino III, no obstante, regulariza en 1196 esta situación al reconocer como una orden nueva la de Fiore.

Algunas de las obras escritas de Joaquín quedaron sin concluir. Sin embargo, las tres principales, Exposición sobre el Apocalipsis, Psalterio de diez cuerdas y Concordia entre el Antiguo y Nuevo Testamentos, están completas.

En 1201 nuevamente Joaquín se retira a otro lugar. Esta vez se trata de una pequeña Iglesia cerca de Petrafitta donde establece su retiro monástico al que nomina San Martino di Giove. Allí, y no en Fiore, muere el 30 de marzo de 1202.

En 1240 el cuerpo de Joaquín vuelve a San Giovanni in Fiore y es enterrado en la Iglesia aún existente. El epitafio de su tumba reza: Hic Abbas Floris / caelestis gratiae roris. (Aquí yace el abad de Fiore/ rociado por la gracia celestial).

El esquema histórico salvífico propuesto por Joaquín es bastante original en su época. Joaquín, por otra parte, habiendo efectivamente recibido por gracia sus visiones iniciales, desarrolló su labor no con las características propias de aquella profecía que se obtiene mediante la ocupación de los órganos fonatorios o a través de la escritura empujada por la divinidad que se manifiesta, sino llevando a cabo una tarea exegética impulsado por el intellectus spiritualis que acciona en su esquema trinitario. La creencia de que las Escrituras impliquen también la existencia de un sentido oculto, base de la exégesis Joaquinita, es de larga data en la tradición. Ya Orígenes había desarrollado la idea de una interpretación de los escritos sagrados en tres instancias: literal, moral y alegórica. De igual manera en el propio siglo XII, el de Joaquín, sus contemporáneos, Ricardo y Hugo de San Víctor habían extraído tres niveles de conocimiento con sus respectivos sentidos. Así, la interpretación literal se da en la cogitatio o comprensión del mundo físico, la moral o psíquica es la meditatio o comprensión de la interioridad, y la alegórica o espiritual se entrega en la contemplatio o visión beatífica de Dios (Ernst Bloch)5.

Es probable que Joaquín haya conocido estas instancias interpretativas, tanto de Orígenes como de los victorinos. Su novedad y su mérito estriban en la transformación de estos tres niveles de secuencias instructivas y psicológicas en instancias históricas progresivas. Se trata del avance de la entera humanidad a través de tres edades sucesivas que en su trayecto van revelando la sabiduría divina. La tarea de Joaquín se centra por consiguiente en su labor interpretativa de las Sagradas Escrituras, la revelación entregada por la Santísima Trinidad, y el curso de la historia en su paulatina revelación sacra.

Esa revelación progresiva emanada de la doctrina de Joaquín se manifiesta en tres edades en los que una persona de la Trinidad prima en cada una de ellas. Así, el primer estado es el del Padre, el segundo el del Hijo, y el tercero, aún por venir en el esquema Joaquinita, es el del Espíritu Santo. De un modo especial, estos estados están comunicados y pueden solaparse, como se muestra visualmente en Il libro delle figure6,de modo que es la Trinidad completa la que está siempre presente en cada estado. La persona correspondiente tiene cierta primacía, solamente, en cada uno de ellos.

Dejemos que sea el mismo Joaquín el que nos exponga su esquema de los tres estados o edades7:

«El primero de los tres estados de los que hablamos sucedió en el tiempo de la Ley cuando el pueblo del Señor servía por un tiempo como un niño pequeño bajo los elementos del mundo. No eran capaces todavía para alcanzar la libertad del Espíritu hasta que viniera el que dijo: «Si el Hijo los libera, en verdad seréis libres» (Juan, 8:66). El segundo estado sucedió bajo el Evangelio y permanece hasta el presente con libertad en comparación con el pasado pero no con libertad en comparación con el futuro. Porque el Apóstol dice: «Ahora conocemos en parte y profetizamos en parte, pero cuando aquel que es perfecto haya venido eso que es en parte será eliminado» (1 Cor. 13:12). Y en otro lugar: «Donde el Espíritu del Señor esté, hay libertad» (2 Cor. 3:17). Por lo tanto el tercer estado vendrá hacia el fin del mundo, ya no más bajo el velo de la letra, solo en la completa libertad del Espíritu cuando después de la destrucción y de la cancelación del falso evangelio del Hijo de la Perdición y sus profetas, aquellos que les enseñarán a muchos acerca de la justicia serán como el esplendor del firmamento y como las estrellas por siempre. El primer estado que floreció bajo la Ley y la circuncisión comenzó con Adán. El segundo que floreció bajo el Evangelio comenzó con Uzziah. El tercero, en la medida en que podemos entender el número de generaciones, comenzó en el tiempo de san Benito. Su sobresaliente excelencia debe ser esperada cerca del final, del tiempo en que Elías será revelado y el no creyente pueblo judío se convertirá al Señor. En ese estado el Espíritu Santo parecerá proclamar en las Escrituras con su propia voz: “El Padre y el Hijo han trabajado hasta ahora; y yo estoy trabajando ahora”. La letra del Primer Testamento parece por una cierta propiedad de semejanza pertenecer al Padre. La letra del Nuevo Testamento pertenece al Hijo. Así el entendimiento espiritual que procede de los dos pertenece al Espíritu Santo. Similarmente, el orden de los casados que floreció en el primer tiempo parece pertenecer al Padre por una propiedad de semejanza, el orden de los predicadores en el segundo tiempo al Hijo, y así el orden de los monjes a quienes los grandes últimos tiempos son dados pertenece al Espíritu Santo. De acuerdo con esto, el primer estado está adscrito al Padre, el segundo al hijo, el tercero al Espíritu Santo, aunque por otra manera de hablar el estado del mundo debe decirse que es uno, el pueblo de los elegidos uno, y todas las cosas al mismo tiempo pertenecientes al Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tampoco esto es pensado contrario a la autoridad de los Padres cuando ellos hablan del tiempo antes de la Ley, el tiempo bajo la Ley, y el tiempo bajo la Gracia. Cada uno se dice que es necesario en su propio modo». (Exposición sobre el Apocalipsis, f. 5r-v).

El desarrollo de una historia progresiva se puede ver más concretamente a través de las formas éticas y sociales de las edades (Ernst Benz). Así, copiamos los estados en el Tratado sobre los Cuatro Evangelios:

“El primero tiene la servidumbre de los esclavos, el segundo la servidumbre de los hijos, el tercero traerá la libertad.
El primero es uno de temor, el segundo de fe, el tercero de amor.
El primero es el período de los sirvientes, el segundo el de los hombres libres, el tercero de los amigos.
El primero es el período de los niños, el segundo de los hombres, el tercero de los ancianos.
El primero está iluminado por las estrellas, el segundo por la luz del amanecer, el tercero por el brillo del día.
El primero pertenece al invierno, el segundo a los primeros días de primavera, el tercero al verano.
El primero genera prímulas, el segundo rosas, el tercero lirios.
El primero genera pasto, el segundo tallos, el tercero espigas de trigo.
El primero trae agua, el segundo vino, el tercero aceite.
El primer período se relaciona con el Padre, el segundo con el Hijo, el tercero con el Espíritu Santo”8.

La doctrina de las tres edades, de la que hemos tenido un asomo directo en lo recientemente leído, tiene como novedad para su época que los estadios respectivos están situados concretamente en el transcurso de la historia del mundo. En el último estadio, que corresponde al reino de la libertad, se encuentra en el momento final del transcurso histórico. En él se ha realizado progresivamente ese don liberador otorgado por Dios.

En los cálculos temporales hechos por Joaquín a propósito del patrón de las generaciones que se conforma desde el pasado (no olvidemos como modelo la concordancia de número de generaciones entre el Antiguo y el Nuevo Testamentos), la edad del Espíritu Santo debería tener inicio en el año 1260. Aparte de la inexactitud probada de tal fecha, lo central es consignar la importancia de las consecuencias que trae esta visión. En ella, se hace presente que el propio tiempo de la Iglesia institucional acabará y que una nueva manera, que se podría denominar como una forma espiritual de iglesia, sin sacramentos, sin escritura correspondiente, con contacto directo con el Espíritu, con comunidad de contemplativos, con comunidad de bienes, entre otras características, tendría existencia. La opinión del Ernst Benz, en este respecto, viene a refrendar lo dicho y parece importante de mostrar. Dice:

“En este cuadro, la historia de la salvación aparece, primero que nada, como una iluminación progresiva de la humanidad a través el medio de un siempre creciente conocimiento de salvación. La acción creativa del Espíritu Santo, que es la fuerza actuante en la historia de la salvación, tiene como finalidad provocar el pasar a través la intelligentia spiritualis que emergerá en forma pura durante el tercer período de salvación.”9 Más adelante añade: “La validez de las Sagradas Escrituras y de los sacramentos está restringida al segundo período de salvación. Pierde su significación en el tercer período, cuando será reemplazada por la más alta comprensión de la salvación a través de la intelligentia spiritualis10.

Joaquín, hemos visto, caracterizaba al primer período como uno de servidumbre de esclavos, al segundo como el de la servidumbre de los hijos, y al tercero como el de la libertad. Así, se puede entender que se manifiesta un proceso gradual de liberación. El período de la libertad, que es aquella de los “amigos de Dios”, de los hombres espirituales, se da con la progresión de esa libertad otorgada por Dios en el estado del Espíritu Santo. Es preciso insistir que la vía que lleva de la inicial servitus legis, o servidumbre de la ley, a la libertas amicorum o libertad de los amigos, ocurre en la historia universal. Esta concepción da pábulo a diversas modalidades que han sido conectadas con la idea de revolución y de utopía. Así se manifiesta en la opinión de un filósofo marxista heterodoxo, Ernst Bloch, quien escribió un libro enciclopédico sobre el pensamiento utópico, El principio esperanza. La visión de Joaquín de Fiore es ocasión para Bloch de expresar el adelanto de una era que será la propia de la consumación utópica en nuestro propio tiempo secular. Nos dice respecto del abad: «Aquí está el atrevimiento específico de Joaquín: él ha orientado las miradas vueltas al más allá hacia un futuro terrestre y ha esperado su ideal no en el cielo, sino en la tierra. Ha proclamado la libertad de los nuevos viri spirituales no como libertad del mundo, más bien para un nuevo mundo»11. Y añade: «El Reino de Cristo es de este mundo, apenas este mundo sea nuevo»12. Continúa su idea de anticipación utópica en Joaquín resaltando la circunstancia en la que tal modo de pensar se ha podido desarrollar, al considerar lo siguiente:

“El cristianismo, a partir de las circunstancias económicas que le han signado el origen, se distingue en efecto de todas las otras religiones por haberse presentado desde el inicio como ideología de los oprimidos”13. Aun cuando esta característica se ve como rebeldía respecto al posterior desarrollo de la Iglesia institucional, nos dice, la idea Joaquinita de la tercera edad ha permanecido, e incluso ha podido ser retomada de aquellos que la esperaban en el siglo XIII por Lessing en La Educación del Género Humano.

La concepción tripartita de Joaquín ha tenido persistencia y variada fortuna. La idea de las tres etapas se ha manifestado, por ejemplo, en la manera de periodizar la historia universal en antigua, medieval y moderna, llevada a cabo en el Renacimiento por Flavio Biondo. También Augusto Comte realizó una periodización semejante, al dividir la historia en una época teológica, luego una segunda metafísica, para concluir con una de ciencia positiva. Es conocida igualmente la división hecha por Hegel, en la que la historia universal se divide de acuerdo a tres niveles de libertad. «… la antigüedad con su despotismo oriental, cuando sólo uno era libre; luego los tiempos aristocráticos, cuando unos pocos eran libres; y ahora los tiempos modernos, cuando todos son libres»14. Schelling, por su parte, había distinguido tres etapas del cristianismo como la de Pedro, la de Pablo, y la final de Juan, que concluirá la cristiandad perfecta. Asimismo, Marx y Engels hacen uso de la tripartición para indicar las fases de la historia como la primera de comunismo primitivo, la siguiente como de sociedad de clases de la burguesía, y la tercera y final de sociedad sin clases en la que el comunismo lleva al reino de la libertad. Estos constituyen algunos ejemplos de la tripartición, que seguramente podría seguir siendo mostrada en otros autores y modalidades.

Más que continuar en la puntualización del complejo y absorbente sistema de Joaquín de Fiore, que ciertamente podría prolongar cualquier escrito y cualquiera meditación a trazos y lapsos considerables, creo conveniente cerrar este esbozo de su teoría con un conjunto de juicios críticos de algunos de los autores que me parece que son más autorizados para ello. En primer lugar, hago presente las palabras de Karl Manheim, quien en su libro Ideología y Utopía expresa:

«En lo que se refiere a nuestro problema, el momento crítico y decisivo de la historia moderna fue aquel en el que el “quiliaísmo” unió sus fuerzas a las exigencias activas de las capas oprimidas de la sociedad. La misma idea del advenimiento de un reinado milenario sobre la tierra contuvo siempre una tendencia revolucionaria, y la Iglesia hizo toda clase de esfuerzos por paralizar esta idea, que trascendía la situación social, por todos los medios de los que pudo disponer. Estas doctrinas, renaciendo de modo intermitente, reaparecieron otra vez con Joaquín de Flores, entre otros; pero, en su caso, ya no fueron, como antes, un pensamiento tan revolucionario»15.

Otra opinión que me parece valiosa es la que procura un especialista en el tema, Henri Mottu, que en su libro La manifestación del Espíritu en Joaquín de Fiore entrega lo siguiente:

“Tal es la utopía de Joaquín: el Espíritu está por transformar el mundo; el Espíritu se vuelve el sujeto de toda su apocalíptica y el principio de todas sus esperanzas; la libertad espiritual se vuelca a la liberación total de todo lo que vinculaba, personas e instituciones, al pasado y a la crisis de la edad del Hijo. En este sentido la utopía de Joaquín es progresiva. Pero la materia subjetiva de su utopía es ciertamente aún regresiva, puesto que no hace sino proyectar en el futuro su propio ideal eremítico”16.

Es interesante la polarización entre progresión y regresión que hace presente Mottu. Yo no sé si en términos propuestos por otros pensadores quedaría clara esta caracterización de Mottu de la visión de Joaquín como utópica. Una utopía regresiva es difícil de justificar, y alguien como Mannheim, que va directo a escribir los tipos de utopía, no es convincente al referirse a uno de ellos, la utopía conservadora, la más cercana a la que podría ser considerada como regresiva.

Continuando con nuestro afán, hagamos presente el siguiente juicio de Karl Löwith, expresado en El sentido de la historia:

“Esta consumación no ocurre más allá del tiempo histórico, al final del mundo, sino en la última etapa histórica. El esquema escatológico de Joaquín no consiste en un simple milenio, ni tampoco en una mera expectativa del fin del mundo, sino en un doble eschaton: una fase final histórica de la historia de la salvación, que precede al eschaton trascendente de la nueva eon, anunciada por ls segunda venida de Cristo. El reino del Espíritu es la última revelación del designio de Dios sobre la tierra y en el tiempo”17.

Queda claro entonces lo que se manifestara con menos énfasis en el inicio de este escrito: lo que propone Joaquín no es un pensamiento milenario, al modo de aquellos que se basan en las palabras de Apocalipsis 20:3. “Lo arrojó al Abismo, lo encerró y puso encima los sellos, para que no seduzca más a las naciones hasta que se cumplan los mil años. Después tiene que ser soltado por poco tiempo”18. También debe citarse en el mismo capítulo el versículo 4:

“4. Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios, y a todos los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, y no aceptaron al marca en su frente o en su mano; revivieron y reinaron con Cristo mil años”19.

Aun cuando Joaquín aceptaba la doctrina agustiniana que establecía las siete edades y mantenía un sentido escatológico en el que la aparición del Anticristo era inminente, no se puede hablar de una espera pasiva del fin. Sabemos que ubicaba la séptima edad, el Sabbath de Agustín, ya fuera del tempo en éste, como una edad dentro de la historia. Existe, como viéramos, un primer eschaton, un Anticristo que pondrá fin a la sexta edad correspondiente a la segunda época, la del Hijo, y que dará curso a la séptima edad y que corresponde con la época del Espíritu Santo. Al final de este transcurso histórico en el Espíritu sobrevendrá el segundo momento del eschaton, y la venida de Cristo y el juicio final tendrán lugar.

En este punto, la conexión del sistema Joaquinita con lo que hemos denominado el impulso utópico se da en la anticipación de una edad que se presiente plena y que activa al ser humano a considerar el futuro como posibilidad de transformación en la cual él puede ser un factor que la pone en ejecución. Así lo entendieron los herederos del abad Joaquín de Fiore.

No se nos puede ocultar, por otro lado, que gran parte del impulso o del vigor del pensamiento utópico lo ha tomado de la secularización de las visiones escatológicas que enseñan un porvenir finalmente venturoso.

La escatología es parte esencial del Cristianismo; constituye una categoría principal en la que el futuro y la esperanza se inician con fortaleza desde un presente que deja ver su inadecuación con respecto a las aspiraciones de lo humano. Así lo atestiguan las diversas teologías del genitivo, como se las ha llamado (de la esperanza, de la historia, de la liberación, entre otras), que tempranamente desde el siglo veinte se han ido desarrollando hasta la actualidad.

Termino esta exposición de índole escatológica y utópica con la visión que entrega un notable estudioso y especialista en el pensamiento utópico, Terry Eagleton, a propósito del trabajo del teólogo protestante Jurgen Moltmann. Dice Eagleton, siguiendo el tono del citado teólogo: «la esperanza nos mantiene en una posición radicalmente irreconciliable con el presente, por lo que constituye una fuente constante de desorden histórico»20. Tanto la escatología como la utopía se configuran en la dimensión afectiva de la esperanza.

Virgilio Rodríguez, 2016


1Norman Cohn. En pos del Milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media. Versión española de Ramón Alaix Busquets. (Madrid :Alianza Universidad) ,1985, p. 107.

2Biblia de Jerusalén. (Bilbao: Desclée de Brouwer), 1975, p. 1549.

3Norman Cohn, op. cit., p. 108.

4Ernst Benz. Evolution and Christian Hope: Man’s Concept of the Future from the Early Fathers to Teilhard de Chardin. (New York: Doubleday and company ), 1966, p. 42. (Mi traducción).

5Ernst Bloch. Hereditá del nostro tempo. Traduzione di Laura Boella. (Milano: Arnaldo Mondadori Editore), 1992, p.108. (Mi traducción).

6Gioacchino da Fiore. Il libro delle figure II. Leone Tondelli, Marjorie Reeves, Beatrice Hirsch-Reich, eds. (Torino: Societá Editrice Internazionale), 1953. Cf. tavolas XI a y XI b.

7Citado por Bernard Mc Ginn, en Visions of the End. Apocalyptic Traditions in the Middle Ages. (New York: Columbia University Press), 1979, pp.133-134. (Mi traducción).

8Cf.Ernst Benz, op. cit., pp. 38-39. (Mi traducción). A su vez, la traducción de Benz es de “Tractatus Super Quatuor Evangelia”, de Gioacchino da Fiore, publicado por Ernesto Bonaiuti en Fonti per la Historia d’Italia, Scrittori sec. XII ,Roma 1930, pp. 111, 7 ff.

9Ernst Benz, op. cit., p. 41. (Mi traducción).

10Ibid, pp.41-42. (Mi traducción).

11Ernst Bloch, op. cit., p. 110. (Mi traducción).

12Id. (Mi traducción).

13Ibid, p. 111. (Mi traducción).

14Erick Voegelin. Science, Politics and Gnosticism. Two Essays. (New York: Gateway Editions), 1964, p.65. (Mi traducción).

15Karl Mannheim. Ideología y Utopía. Introducción a la Sociología del Conocimiento. Traducción de Eloy Terron. (Madrid: Aguilar), 1966, p.282.

16Henri Mottu. La manifestazione dello spirito secondo Gioacchino da Fiore. Traduzione di Roberto Usseglio. (Casale Monferrato: Casa Editrice Marietti), 1983. pp. 282-283. (Mi traducción).

17Karl Löwith. El Sentido de la Historia. Implicaciones Teológicas de la Filosofía de la Historia. Traducido por Justo Fernández Bujan. (Madrid: Aguilar), 1958, pp. 216-217.

18Biblia de Jerusalén. (Bilbao: Desclée de Brouwer), 1975, p. 1785.

19Idem.

20Terry Eagleton. Esperanza sin Optimismo. Traducción de Belén Urrutia. (Buenos Aires: Taurus), 2016, p.112.


Publicado el

en

Comentarios

Deja un comentario