Roberto Calasso: Monarca de las Bibliotecas, Siervo de los Libros
Anotaciones a Cómo ordenar una biblioteca
Juan Pablo Rojas
I
En la monarquía universal de Roberto Calasso (que otros llaman biblioteca) el orden es una constante proyección hacia lo alto. Cada librero, cada estante, cada átomo, es regido por el mismo principio que comprime y expande la totalidad del kósmos. Este tiene su origen en la tensión ejercida entre dos puntos del infinito —que acaso sean los únicos existentes—: la mano izquierda de Apolo que sujeta el arco en el vacío y el irrefutable índice que, a través de los tiempos, tensiona la cuerda con la flecha lista para destruirlo todo.
Al entrar, un talismán que se sospecha fue forjado por las propias manos de la Diosa Seshat («Señora de los libros en el Antiguo Egipto») nos observa desde las alturas. Su función, por supuesto, no es de carácter ornamental; en su poder está la difícil tarea de alejar el mal de ese espacio sagrado al que llamamos biblioteca. ¿Los libros? Todos cubiertos con un delicado papel de seda, que hace ilegible lo escrito en cada uno de los lomos. No hay ningún autor a la vista. Ningún título sobresale. La concentración de secretos y la voluntad de no revelar nada a priori ante los ojos de un posible visitante, hace de este lugar un reflejo íntimo del pensador mas extemporáneo de las últimas décadas. Allí, el cuerpo envejecido de una institución viviente, se sentaba todos los días a cenar con los dioses.
Flanqueado por filas y filas de estanterías, el entonces director de Adelphi, con la cabeza inclinada y la característica pluma oracular en su mano, rememora viejas anécdotas de escritores con sus bibliotecas. Piensa, como siempre, en su mentor Roberto (Bobi) Bazlen y en los sugerentes descubrimientos que este realizaba con la lectura piadosa de los denominados «libracos», como buen apologeta de la lectura salvaje que era. Piensa en Jorge Luis Borges y en sus peculiares técnicas que empleaba para deshacerse de aquellos ejemplares que envilecían el alma de sus libreros, como la de abandonar grandes paquetes de dudosa procedencia en librerías y cafés de Buenos Aires. Piensa, también, en esas conquistas monumentales que cautivaron sus anaqueles, cuya posesión le transmite, como a todo bibliófilo, un inexplicable éxtasis místico. «Tanto Apolo como Dioniso saben que la posesión es la más elevada forma de conocimiento y el más elevado poder» (Las Bodas de Cadmo y Harmonia). Tal es el caso de la descatalogada edición genovesa de las Rimas de Cavalcanti, elaborada bajo el cuidado —o el descuido— del poeta Ezra Pound, y que ahora goza de un lugar privilegiado en su biblioteca. Todos esos fragmentos, recuerdos y juicios de una vida dedicada a la vocación lectora y a la insigne labor editorial, fueron recogidos en uno de sus últimos ensayos publicados previo a su muerte: Come ordinare una biblioteca; que en gran medida evidencia uno de los aspectos más importantes de su obra, si es que no el más importante: su relación con los libros.
II
En el año 2021, Editorial Anagrama, con la fiel traducción de Edgardo Dobry, editaba esas reflexiones —incluyendo otros textos de gran enjundia— reunidas bajo una sola afirmación: Cómo ordenar una biblioteca. Que el título no nos engañe. El lector entusiasta no debe esperar aquí las indicaciones de un manual que le diga cómo hacer las cosas. El orden, tal y como lo entendía nuestro autor, no implica disponer de una determinada manera una equis cantidad de elementos —de libros en este caso—, sino llegar a la realización última de qué es lo que verdaderamente se está ordenando. ¿Qué es entonces una biblioteca? Esa es la pregunta que se formula desde la oscuridad y que en la época actual no ha sido tratada con justicia respecto a su significado profundo.
Está más que claro que su sentido ha ido variando a lo largo de la historia. No es lo mismo un scriptorium medieval que una biblioteca renacentista. Del mismo modo que no es lo mismo una biblioteca pública del siglo XIX que una del siglo XX. Quizás la definición canónica por excelencia —y por «canónica» me refiero a atemporal— la podamos encontrar en las Etimologías de San Isidoro de Sevilla (¿? – 636 d.c.) que posteriormente sería utilizada por la Real Academia Española, para la entrada en el diccionario de la palabra en cuestión: «El término «biblioteca» está tomado del griego; y es el lugar donde se guardan los libros, pues biblíon significa «libro» y theka «lugar en que se coloca algo»». El concepto tal y como lo entendemos hoy, se lo debemos a Grecia.
Tendrán que pasar más de mil años para que recién en la primera mitad del siglo XVII, aparezca la figura de Gabriel Naudé (1600 – 1653), un bibliotecario francés —y también pensador político— que pasaría a la historia como autor del primer tratado de biblioteconomía: Advis pour dresser une bibliothèque. Este libro, que cimentaría los fundamentos para la formación de una ciencia que desentrañara los misterios que envuelven a una biblioteca, es tenido en alta estima por Calasso a lo largo de sus páginas.
En la visión del genio italiano, una biblioteca no es una construcción estática donde los libros se reducen a artefactos insípidos de acumulación; más bien es, en sus propias palabras «un organismo en permanente movimiento». ¿Qué significa esto? que «es terreno volcánico, en el que siempre está pasando algo, aunque no sea perceptible desde el exterior». ¿Su orden? En este caso los criterios ideales propuestos por Naudé en sus Recomendaciones, se mantienen impolutos. La jerarquía es así: «Teología Positiva, Escolástica, Derecho, Medicina, Astrología, Óptica, Aritmética y Sueños». O sea, dicho de otra forma: Santo Tomás, Pedro Abelardo, Platón, Ptolomeo, Alhacén, Euclides y Artemidoro de Daldis.
III
La imponente biblioteca de Aby Warburg —hoy convertida en sede de estudios de la Universidad de Londres— fue un modelo a seguir para Roberto Calasso, en cuanto a la perfección y variedad (poikilía) que toda biblioteca debiese tener. La insoslayable presencia de bibliografías extrañas almacenadas en su interior, hizo del universo warburgiano una prolongación de la colección de libros del protagonista de Aurelia (última novela de Gérard de Nerval): «Mis libros, amontonamiento extraño de la ciencia de todos los tiempos, historia, viajes, religiones, cábala, astrología, como para regocijar a la sombra de Pico della Mirandola, del sabio Meursius y de Nicolás de Cusa (…) Había con que volver loco a un sabio; tratemos de que haya también con que volver sabio a un loco». Desgraciadamente, en el caso del historiador alemán, la primera opción fue la que tuvo lugar al final de su vida. Diagnóstico médico: Psicosis maniacodepresiva. Causa de muerte: Infarto de miocardio. Su destino, de todas maneras, ya era sabido por todos —incluso por él mismo. «Warburg sabía que su cabeza podía ser, de un momento a otro, raptada por las Ninfas y permanecer prisionera de la locura» (La locura que viene de las Ninfas).
La fórmula, creada y aplicada por el autor del Renacimiento del Paganismo, para ordenar y reordenar esos particulares volúmenes que conformaban su espacio literario, es mencionada en el texto de Calasso como un ejemplo ideal de organización. Conocida como la regla del buen vecino, esta sostiene que, en la biblioteca perfecta, cuando se emprende la búsqueda de algún ejemplar en específico, se acaba tomando el que está a su lado. Lo que definitivamente trae de la mano una consciencia mayor de lo que es el orden; aún más considerando que hay ciertos libros que por cualesquiera sean las razones no pueden —no deben, mejor dicho— estar al lado de otros. De lo contrario se corre el riesgo de que el pensamiento preservado en las paredes se marchite, o en el peor de los casos, que uno nuevo germine marchito. Queda fuera de dudas, que la aplicación de la regla del buen vecino requiere de grandes sacrificios. Y es que mantener la vitalidad de una biblioteca no es tarea fácil. Para dicha empresa, resulta de enorme importancia purgar las estanterías de todo aquello que entorpezca el espíritu universal —como bien hacía Jorge Luis Borges con sus métodos heterodoxos. O si se quiere utilizar una expresión más fuerte: purgarlas de los hijos de la actualidad innombrable.
IV
Una de las tantas cosas que hoy no pueden ser nombradas, es el marketing editorial y sus productos fabricados en serie. Embarazoso, burdo, repetitivo, disolvente. Pocos son los casos que se eximen de dichos adjetivos. Inevitablemente, no hay vuelta atrás. Los dioses pasaron de ser huéspedes huidizos de la literatura, a eternos fugitivos de ella. Las ofrendas no fueron satisfactorias. Roberto Calasso, tuvo el honor, merced a su condición de extemporáneo, de ser el último escritor que se dignó a recibirlos en su pluma, con los brazos abiertos y la cabeza inclinada. Cómo ordenar una biblioteca es una ofrenda. La sangre del sacrificio está en el corazón de Alejandría envuelto en llamas. Las palabras, una por una, se cubren con las cenizas que dejaron sin quemar. Se estima que, entre el doloroso catálogo de pérdidas, estaba la obra del director de las primeras bibliotecas públicas de Roma: Marco Terencio Varrón, conocida como De bibliotechis (Sobre las Bibliotecas). Hoy, a más de un año de la partida del inolvidable director de Adelphi Edizioni, la lectura de su producción mitológico-literaria, evoca los misterios de ese centro universal del saber. Las odiseas desconocidas, los himnos sin memoria. La hospitalidad es para todo el que desee alimentarse de sus páginas. Su intención, como la de todo noble autor, fue la de escribir el índice de aquellos pergaminos perdidos en el tiempo. Escribir el fuego inextinguible de Alejandría.


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