Los verdugos del espíritu
René María Ballester
Cuánto le gusta al escritor ser leído. ¿Hay algo más detestable que un escritor que escriba para ser leído? ¡Ciertamente! Aquel que lee por sus lectores, que se anticipa a ellos y los guía con exhibicionismo: Seguidme, este es el camino. Como si la literatura fuese un alumbramiento asistido, cuando no es más que un parto prematuro del conocimiento. Tanto más quiero que lean lo que yo quiero que lean, ¡tanto más nos traen fórceps al mundo!
Se ha dado una nueva prole de «literatos» que, hartos de la propia literatura, la interpretan antes de ser siquiera escrita. Recolectan sus motivos de modista y prostituyen al paso la palabra. Pretenden aplicar conceptos en préstamo, valorar sus disciplinas sociológicas, sus luchas adquiridas, «intereses tan variados como amplia la ignorancia». Literatura vicaria de los papers. ¡Tamaño ocio el de los retoños de academia cultural! ¡Hienas de la podredumbre!
No es un secreto que gran parte de la literatura actual se ha enceguecido en el relato descriptivo, el de la «realidad social», el de los «sujetos». «En el principio era la epidermis». De un arte de la palabra, del entendimiento sensitivo y sugestivo, a un arte recetario y farmacológico: «para los males del cuerpo social, basta la topografía». El escritor boticario es un cronista de poca monta, ¡al menor descuido, he ahí el tósigo teórico!
Nos hemos topado con libros a los cuales les antecede no una investigación vital —bien que desean esta palabra—, sino un vergonzoso cabestro que alardea de sus compromisos electivos, de su «sentido crítico e inclaudicable». ¿Es necesaria la desidia para escribir una novelita inmovilizada por el verbum de la sociología de la literatura, los estudios culturales? Ellos tienen sus adversarios, buscan su enemigo, desconfían de su sombra, apedrean al hermano y no apartan la mirada, buscan en la literatura un castigo punitivo. Los escritores de este tiempo son los verdugos del espíritu. En su espada combativa se dibuja con sangre: Makarioi oi ptochoí tó pnévmati, óti aftón estin i vasileía tón ouranón.


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