[ lectura y crítica ] 

En un patio mexicano — Luis Andrés Figueroa

En la presente publicación, se hallan siete prosas inéditas de Luis Andrés Figueroa, aunadas todas bajo el augusto cielo de Puebla. El motivo de la visión, que se refracta entre la descripción y la elocuencia lírica, despierta y aviva los sentidos del lector que, acostumbrado al ritmo versal cuando de lirismo se trata, asiste ahora a nuevas maneras de escudriñar la belleza en las cosas vistas: el verso se ha extendido; ha devenido prosa. Pero nada, ni siquiera lo que aparentan ser meras figuraciones de lo inerte (asoladas por la aridez del desierto) yace verdaderamente muerto: la imagen se desplaza siempre, persigue y levanta la atención de la mirada de quien acaso lee en esa flora el surgimiento permanente de un raudo torrente de evocadoras visiones.

Sabemos, sin temor a equivocarnos, que enfrentamos un poema preciado de tal cuando las imágenes aparecidas siempre nos remiten a otras: es la distancia con los referentes inmediatos, literales, lo que permite rearticular una voz alterna (aquella portadora final de la belleza de lo dicho en el poema). Sea el caso de nuestro poeta, que expande las imágenes a través de un dominio de registros y tratamentos varios de un lenguaje que juega en las líneas de la prosa y es asistido a la vez por el espíritu del verso.

49 Escalones

En un patio mexicano
Luis Andrés Figueroa

A Ignacio

I

Luego, se sube al amplio borde del cielo. Se entra al polvo y a la arenisca en donde cerros y volcanes apagados, gastados, parecen más viejos de lo que un cerro podría envejecer. Cerros que duermen renunciados al tiempo. Sólo las figuras del Popocatépl y el Iztaccïhuatl guardan su nieve metálica y su destello de filos poderosos, afilados en el azul.

Se pasa hacia el reverso de la olla de la Ciudad de México, como una página de aire que sube y cae. Hay campo. Pastos. Colinas de una hierba polvorienta y una extensión que hacia el Este muestra el legendario sombrero de la Malinche, un volcán en rescoldo que parece guardar la oscuridad de un pensamiento que no puede expresarse y que te sigue durante todo el camino. Un sombrero que se adivina lleno de estrellas violentas.

“Por aquí vinieron. Por aquí entraron” “Por aquí la encontraron e hicieron creer”. “Por aquí trazaron esa ruta de miedo, sangre y poder hacia el lago”.

¿Y cómo es posible que aquello no esté y se lo perciba omnipresente? Tal vez son esos pliegues del tiempo proyectados segundo a segundo en la rueda, entre el cielo, la doble pirámide de los volcanes y su sombra en los valles.

Más tarde, hacia el Sur, los primeros campanarios de Puebla.

II

¿Cómo crece la planta? Veo en vivo, por primera vez, el arbolito en un destello semiolvidado de Rivera. Una planta o árbol que puede llegar a la copa cuadrada de ángulos dulcificados. Una cerrada agrupación de hojas breves, lustrosas y erectas como llamas de cera. A una altura perfecta de nomás que la sombra de un niño en el muro blanco del arte mural de la luz del día.

No sé su nombre. Quiero y no quiero preguntarlo. ¿Es planta o es árbol? Aquí preguntarlo sería como saber de qué color es el agua en el arroyo o a qué hora se pone el lucero de la tarde en la tarde. Mejor me callo y lo miro. Un universo al alcance de la mano. Sin nombre, porque todos lo saben y lo guardan sin decirlo, simplemente porque todos lo saben. Para uno el milagro es no saberlo.

Es la sombra de las calles. De los niños, de sus madres, de los hombres. Nunca lo he visto moverse, y tal vez por eso el recuerdo de la mano de Rivera. Es así. No se mueve ni en pintura.

III

El caballo del carrusel lleva un fusil de madera en su revolución de dos pedales. El fantasma del niño echa un cobre en la herida del costado de barniz multicolor. Y estalla la calle solitaria en un juego de músicas, de luces y de llamas.

IV

Ahora oigo caer los baldazos de agua en el patio. Y luego al escampar, largas gotas que se rompen contra el suelo. Las hojas del árbol del jardín las apaña y bajo los goterones, si afinas el oído, se oye el delgado rumor –casi una hoja de papel– del arroyo en la canala que corre a caer entre los dientes de hierro de los desagües, las líneas oscuras del oscuro lenguaje del agua.

V

El oído puede un día olvidar cómo habla la lluvia, aún oyéndola. O cómo deja de hablar en su tejido. Tal vez volverla a oír es dejar al tiempo cayendo en los ojos hasta cerrarlos en sus cajas sin llaves. Dejar venir el tiempo de los patios antiguos, cuando ella se ha cansado de tanto tejer, y caen las últimas gotas, más lentas, como nudos corredizos, entre sus propios hilos. Y ha sido lejos, en un patio mexicano, de baldosas bañadas de otra pasajera lluvia mexicana, rota por el trueno, en donde y cuando me ha vuelto a hablar su voz con un murmullo de relojes en las pozas del Tiempo.

VI

Y lo olvidaba. También oír. No decir. Dejar probar la gratuidad del aire mezclado a la luz. Ser aireluz. Rogar porque los vivos y los muertos vivan en paz. Y descifrar –como vienen y lentamente vuelan– las vocales de una palabra llamada Tranquilidad.

Puebla. Pueblo de la Tranquilidad a la hora del domingo en que los cuidadores de autos y la muchacha vendedora de flores, vendedora de nada a la hora del atardecer –de nada y para nadie– se ha ido y desaparecido en el aire y comienza la ruta del regreso hacia el país del dormir, allá abajo.

¿Escuchas el rumor del aire bajo el pecho de tierra y terrones?

VII

Llevar regalos como estrellas deprendidas del cielo. Gigantes diminutas. El ligero árbol violeta de la vida. El cuento iluminado con manos de arena. El sexo seco del jacaranda, repartido también en estas plazas, y coloreado de rojo y malva. Ser el pobre rey, el pobre mago, que vuelve a casa con un rastro de luces desde Puebla, gigante diminuta vía láctea de estrellas matutinas. Volver cuando todos aún duermen, en la copa y los pies de estos mundos pueblerinos en que has dormido en casa. Partir volviendo, de madrugada, hacia el sur del espejo, cuando se abre la puerta en dos silencios.

Inéditos, escritos en ciudad de Puebla, México, Abril 2003.


Luis Andrés Figueroa
(San Felipe, Chile, 1960).

Es autor de los libros de poemas Velas en el agua (Vertiente, 1992), Los Secretos (Vertiente, 1996), Una forma de huella en la arena (Antítesis, 2010), Playground (Cuadriláteros, 2015), libro de poemas en prosa en colaboración con el fotógrafo belga Marc Cito, y Prosa de los vientos (Bogavantes, 2016).

En el campo de la crónica y los diálogos, publica Al País de Poe. Crónicas de viaje por Norteamérica (Altazor, 2003); Café Invierno. Conversaciones con Ennio Moltedo (Vertiente, 2006), A través del espejismo. Fragmentos de Chile. (Altazor, 2014), Tres hebras rojas. Conversaciones con Gonzalo Millán (Bogavantes, 2020) y Jorge Teillier, los paisajes del poeta. Conversaciones y Correspondencia (Editorial Vertiente, 2021).

Realizó sus estudios en Literatura y Lenguas en la Universidad Católica de Valparaíso. Su memoria trató sobre la poesía de Jorge Teillier y la pintura. Realizó sus estudios graduados de M.A. y Ph.D. en Washington University in Saint Louis cuyo trabajo final fue la colección de ensayos Al Sur del Espejo (2000) sobre el universo de Lewis Carroll y Alicia en el País de las Maravillas en la poesía, la pintura y la fotografía.


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Comentarios

5 respuestas a “En un patio mexicano — Luis Andrés Figueroa”

  1. Avatar de Jose Docmac
    Jose Docmac

    Felicitaciones Luis, un lindo y delicado trabajo poético , que muestra tu profundo sentido de valoración de la cultura latinoamericana, esta vez , centrado en la rica mixtura que nos da México.

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  2. Avatar de juan mastrantonio
    juan mastrantonio

    una existencia perfecta con las palabras

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  3. Avatar de J.J. Daneri
    J.J. Daneri

    Puebla gana texturas desde este patio. Se agradece al autor y sus editores.

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  4. Avatar de Henry Bravo
    Henry Bravo

    Amigo felicitaciones, sin conocer Puebla disfrute como si hubiese estado ahí con tu florida descripción.

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  5. Avatar de Marguerite Feitlowitz

    Luis son textos maravillosos – prosa de poeta. Leyendo yo entre en otra zona tal vez de “aireluz” tu palabra inventada. Tu manera de escribir el silencio de hacer visible el silencio me hace pensar al gran Rulfo . Te felicito y te agradezco por este trabajo bellísimo Abrazo!

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