[ lectura y crítica ] 

Kafka, su literatura y los modelos que rodearon su vida de escritor […] — Juan Maldonado

Juan  Maldonado es el fundador y director de Editorial Alción, desde el año 1983 en Córdoba, Argentina. El texto de su autoría que se presenta es parte de una correspondencia llamada «En el paraje fugaz, los anteojos del editor».


Kafka, su literatura y los modelos que rodearon su vida de escritor. Andreiev, contemporáneo de Franz. La sincronía temática, repetida en Arlt

Juan Maldonado

Cuando reflexionamos sobre la diversidad de lecturas, la exuberancia de complejidades resulta abrumadora. Los campos de interés que cada lector lleva consigo y guarda, la mayoría de las veces, en lugares que solamente la mente asociativa puede comunicar para hacer rastreos y traerlas a nuestra mesa de trabajo.

En la mayoría de las ocasiones esta modalidad asociativa complica diagonales del pensar, es decir, produce resultados impensados en la primera mirada y multiplica sin cesar nuevos ingresos a callejones que no habíamos observado en la primera lectura.

Por ejemplo cuando releía el breve texto de Borges: “Kafka y sus precursores”, sentí que había, desde el inicio, algo similar a una trampa, o mejor, algo fallido. Tal vez el deseo de Borges de trazar líneas en los alrededores de Kafka, no debió iniciar el escrito con el uso de la primera persona del singular. Decir al inicio: “Yo”. Es casi invalidar lo que sigue, porque en realidad debió, decir quizás: “Él” (y aquí caemos directamente en un título del autor al que va a dirigir la mirada), pues, se entiende, va hablar de Kafka y no de Borges. Primera observación.

Lo que sigue, la relación Aquiles y la tortuga, el juego de la división ad infinitum del espacio, es una construcción bella, pero no creemos sea el punto central en la elaboración de los textos del escritor checo. Sabemos que Kafka pertenece a la cultura hebrea y si hay algo en su obra, enfatizado al extremo, es un delicado punto que no le dejó paz en su vida, más allá de su enorme talento y sensibilidad: el enorme peso de la cultura hebrea sobre su conciencia como escritor, es decir, la herencia del “Mandato”.

Mandato y Mandamientos que dominan el campo familiar y social de una cultura que hace de la palabra un verdadero hijuelo de la cultura religiosa. Difícil resulta avanzar en su estudio si se despoja el valor de esa premisa dominante, desarrollada en el código esencial que nuclea el conjunto de saberes y prácticas: El Talmud.

Leer Carta al padre, Él, Ante la ley, La metamorfosis, nos pone en camino a El proceso y El Castillo. Creemos, por ejemplo, que Carta al padre es una representación, clara, puesta en escena, que detrás de ese padre —al que lanza un cúmulo de reproches y acusaciones—, está, escondida y al acecho, la presencia, del mismo padre cuya indeterminada ubicación y figura develó el ánimo de esa cultura desde los orígenes remotos y, simbólicamente, yace fuera del alcance de la vista, de cualquier vista. La figura de Yahavé, es el mismo padre que ha extendido su brazo poderoso, y, en un pasaje de La metamorfosis, arroja sobra la espalda de Samsa, ya metamorfoseado, una manzana podrida. Clara alusión a la expulsión del paraíso.

Por supuesto, sabemos, es una interpretación, todo texto es eso, claro que sí, pero resulta inimaginable leer Kafka y no buscar explicaciones que nos conduzcan a entender su mundo. Para ello de gran utilidad es la obra escrita por Elías Canetti El otro proceso de Kafka. En sus páginas quedan claros muchos de los puntos por donde avanzó el enorme escritor en la construcción de su obra. Canetti, como pocos entiende el espíritu de quien lucha denodadamente por hacer girar la rueda de su vida al compás de las palabras, cada historia es una devolución a lo que, en peso y carga, se recibe y ello es la llegada, verdadera llegada para un escritor. El poder de lo acumulado se transforma en la entraña de su propia vida. De esto se trata el enorme esfuerzo del gran escritor búlgaro por acercarse al corazón de los intereses de Franz Kafka. Imposible quitar de su vida la impronta marcada por el espacio que demandó, por ejemplo, las cartas a Felice Bauer, por una parte y lo que Canetti señala y Borges no menciona, quizás no vio o atendió ese momento de la vida del escritor checo. No resulta extraño, sucede. Canetti enfatiza cuánto significó Flaubert para Kafka y Borges ni lo nombra, tampoco a Dostoievski. Remarcamos, no obstante que el texto de Borges nos fascina, como lectores, nos gusta que un hombre se incline amorosamente en la página ante un tema, no importa tanto si él dedicó lo que otros.

Podemos aquí agregar un modo de lectura: Borges se lee, mientras habla de lo que imagina, no de los intereses de Kafka que, insistimos, Canetti señala: Flaubert, particularmente “La educación sentimental”, (leída y releída en momentos de aflicción), Kleist y Dostoievsky.

Kafka dejó los textos que más nos impactaron, aquellos que agobiaron nuestra percepción, por su enfática incisión sobre una figura de enorme peso ante él, escritor y ser humano que nos interesa, quien no tuvo su padre al frente mientras redactaba las palabras, no físicamente. Se trata de un alegato extremo, pensado, ampliamente pensado, llevado al extremo de la internalización posible. No hay palabras movidas por la lengua, las que se dicen en persona, frente a ese ser/hombre al que se destina el escrito y cuyo dolor trasciende.

Hay por detrás de ello un enorme telón que recorre siglos de cultura hebrea: ¿el Sinaí? Por donde ascienden en busca de dar en el blanco todas las preguntas posibles. Una sola palabra no puede concluir semejante trazado donde se reúne el vasto caudal de todos los sentimientos. Harto difícil pensar, creer en la posibilidad, desde cualquier saber, que pueda abarcarse totalidad alguna dentro de la cultura del libro y menos dentro de un libro, emblemático por antonomasia: El Talmud. Allí, en los primeros cinco libros de la Biblia se encuentran y cruzan las historias que son sustento de la cultura milenaria. Lo que hay escrito como historia y literatura en sus páginas es lo que nos permite pensar la cultura hebrea, entender el pueblo del libro, sus movimientos importantes, la búsqueda de la tierra prometida, aquello que Kafka evitaba: la prometida, no quería someterse, quería nada más espacio para un decir, escribir, y ese escribir fue su enorme aporte al hombre y a la literatura. Su ser está allí contenido.

Entendemos que Kafka, lector agudo, debe haberse detenido en esos textos más que en los de Aristóteles, a quien el mismo Canetti se negó a leer y para completar sumó a Hegel, que no sabemos si Kafka leyó. No olvidamos, de ninguna manera, la línea que sugiere Borges el nombre de Kierkegaard, cuya obra se construye también desde abismos de angustia que no pueden dejar de considerarse, pero pensamos no son necesarios a la hora de la puesta en obra de Franz, creemos que él ponía sus propias estacas en el edificio literario, además como claramente señala el mismo Kafka en las cartas mencionadas, su desprecio por determinados escritores.

Tal vez la obra de Kierkegaard tiene puntos de contacto, pero no son, al menos desde estas observaciones, los que hacen a un autor posible precursor de otros.

Por la naturaleza y trascendencia de los enfoques, no podemos apartar dos matices, uno de ellos tomado, sobre la herencia cultural, el otro más significativo: la peculiaridad de cada escritor, es estricta sensibilidad lo que condujo y guió, por senderos únicos, y permitió la conclusión de esa enorme obra que los lectores podemos indagar. Por supuesto muchos grandes escritores le han dedicado miradas más profundas y complejas que la nuestra, hay escritores que lo han definido, de un modo, otros han preferido callar. Lo extraño es que Kafka, en sus lineamientos, no dejan más rastros que los de su propia especulación temática, sobre la que va y viene con admirable determinación.

Por otra parte, el mismo texto de Borges en otros tramos deja espacio para que sospechemos que nuestro punto de vista se confirma, pues, aunque al escritor argentino le resultaba grato comenzar con una alusión a lo griego y otras veces por suerte se dejó llevar por su propia entonación y lecturas anteriores que le resultaban más gratas. Algo nos sugiere que se desliza, apartado del tiempo, hacia a otras preferencias, como en el poema «El Golem», pasa de Platón a Judá de León, rabino en Praga (domicilio de Kafka) y, en el medio de las redes del poema, queda atrapado en su telar aquello que constituye la madeja conceptual, un designio de caprichos y voluntades secretas: la Cábala que ha jugado y juega —mundo de posibilidades— en la idea esencial de un pueblo que se propone indagar, letra a letra, los infinitos sentidos de las palabras y despejar las dificultades hasta dar con la interpretación correcta de la voluntad de Dios, o conocer su nombre, verdadera identidad de quien afirmó: “Soy el que soy”.

En medio de la especulación que cruza y salta por sobre múltiples enunciados anteriores, notamos que Borges, autor del poema, tal vez sin darse cuenta ha olvidado que estaba creando un mundo de significaciones y se iba acercando a una verdad donde la figura de un hombre podría ser conclusión de una otra idea, distinta. Mientras escribía pudo, también, haber pensado alguna confesión sobre sus propias líneas pues, ahora, justo ahora, nos damos cuenta que el prestidigitador ha quedado atrapado dentro de su propio truco pues el engendro de barro, yace envuelto en aquella red sonora de “antes, después, ahora”, etc., y aquí no hay tiempo ni divisiones de espacio, solo conceptos, “tal vez hubo un error en la grafía, / o en la articulación del sacro nombre, / pues a pesar de tan alta hechicería, / no aprendió a hablar el aprendiz de hombre”.

Para finalizar el poema con aquellos versos que señalan: “¿Qué nos diría Dios / viendo a su rabino en Praga?”. Conclusión que no advierte que Dios, ser fuera del tiempo y el espacio, sigue mirando e indagando y entonces podemos preguntamos: ¿qué nos diría Dios viendo a su poeta en Buenos Aires? ¿Qué diría de su escritura? ¿Cómo podría tomarla el máximo creador?

Tal vez el camino de Kafka haya partido de un lugar distinto y tanto él como otro abogado, ruso, Andreiev, pueden encontrarse en páginas que no son griegas, sino que nacen del corazón de aquello que es la Ley.

Kafka escribe “Ante la ley”, Andreiev, poco tiempo antes, ha escrito el cuento: “Ante el Tribunal”. Tribunal por el cual también ha pasado Kafka, ha sufrido las peores humillaciones que, según Canetti, dieron origen a “El proceso”. La idea en Andreiev y Kafka es la misma, quien tiene en sus manos la decisión final es el poder. No la ecuación matemática del tiempo y el espacio.

Quien impide a K el ingreso al Castillo es la ley, no la ecuación espacio-tiempo.

Andreiev, leído a la manera en que leía Roberto Arlt, abre un camino que desborda el entusiasmo del joven escritor argentino y conduce su escritura a los mismos oscuros pasajes de la literatura kafkiana. Andreiev y Arlt nutrían amplios pasajes de sus obras tras las coordenadas de la devoción popular: la dura vida de las calles, poblaron sus obras.

En el cuento de Andreiev, “Ante el Tribunal”, participan dos abogados que deben dilucidar la historia y consecuencias de un crimen. Uno de los abogados, Pomerantzev, poderoso abogado que gana mucho dinero, defiende a la familia de la víctima. El otro, Robostov, es un abogado pobre que debe defender a los presuntos asesinos. Este toma el caso por aquello que le sucede a todo hombre sensible. Una prostituta, Tania, ha participado junto a otros dos acusados de ser cómplice en el crimen. Robostov sale en su defensa, ha visto en Tania la mujer manipulada y prepara a conciencia y lo mejor que puede cada una de las respuestas que Tania debe dar ante el Tribunal. Cuando llega el momento de las respuestas, Tania, increíblemente, da toda una serie de respuestas erróneas y, por supuesto, Robostov, pierde el caso.

Cuando regresa a su casa, derrotado, pobre y cansado, ingresa y se para frente a la puerta del dormitorio donde duermen sus hijos. Piensa en entrar y saludarlos, darles el beso de las buenas noches. Se detiene en el umbral y no ingresa. (¿El Castillo?).

¿Quién o qué ha impedido a Robostov ingresar al dormitorio de sus hijos? ¿La Ley?

¿Cómo leer pasos de escritores sin perderse en el camino de sus largas historias?

¿A qué respondían, mientras sus páginas crecían, Kafka, Andreiev, Arlt y tantos escritores?

Roberto Arlt, desde su primera novela, la primera gran novela urbana de la literatura argentina: “El juguete rabioso” nos permite ver y sentir el dolor y la enorme humillación de Silvio Astier, caminando las calles de Buenos Aires, con un canasto en la mano, en plena adolescencia, siguiendo los pasos de un viejo miserable: don Gaetano.


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