[ lectura y crítica ] 

Dispersión de la ceniza — Eduardo Jeria Garay

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Eduardo Jeria Garay (1977) pertenece a esa hornada de poetas que emerge a la escena literaria de Valparaíso entre fines de los años 90 y la primera mitad de los 2000. Junto a Rodrigo Arroyo, Francisco Vergara, Daniela Giambruno, Jorge Polanco, Danny Núñez, Marcela Parra y Gonzalo Gálvez, entre otros, Jeria Garay en un lapsus de poco más de 10 años desarrolló un “cursus honorum” intenso, prolífico y para nada desdeñable: becario de la Fundación Neruda en La Chascona, premios como el Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago o el de Arte y Poesía Joven de la Universidad de Valparaíso, colaborador en revistas (Antítesis), antologías, coordinador/director de talleres literarios. Autor de dos libros de poemas Persona Natural (1999) y Jardín Japonés (2006). Esto último es lo que en verdad importa. Pues Jeria Garay iba depurando un lenguaje poético que intentaba una expresión cada vez más precisa tras un objetivo casi imposible: la búsqueda de una transparencia verbal que fuera una sigilosa, pero rigurosa aventura de orden a través de una trama formal que implicara vérselas con un modo de entender el poema como un objeto que condensara lucidez, distanciamiento y el desglose de una peculiar ironía. Una tarea casi irremontable, pero que Jeria Garay intentó con una concentración cerebral que no desdeñó enfrentar a su propio solipsismo expresivo. En Jeria Garay, la idea del poema como una especie de objeto “lingüístico/mental” sin duda implicó descubrimientos interesantes de alta densidad imaginativa, pero asimismo cierta frialdad o distancia de una poesía que se asumía como pensada en el lenguaje y no como expresión del lenguaje. Han pasado más de 15 años desde la publicación del último libro de Jeria Garay. En esta oportunidad, en 49 Escalones presentamos un puñado de 7 nuevos poemas de este autor que ha venido trabajando en un nuevo libro y del cual la presente muestra es un anuncio. Si acaso el primer libro de este poeta era la búsqueda expresiva de la subjetividad y el segundo, la contemplación feliz de los objetos de la realidad trasvasijados en el orden verbal que los fundaba, tal vez pueda decirse que los poemas de este nuevo libro, desde su título genérico, evidencian una fractura, un cuestionamiento o, incluso, hasta una disolución de la manera en que esta poesía se concebía a sí misma. De modo sorprendente, en estos poemas el dolor y la incertidumbre, el padecimiento y la duda, planean a baja altura, pero a pesar o incluso tal vez por ello mismo, esa presión cargada de Historia y disolución se transmuta en un hacer que no desdeña la fidelidad a su propia naturaleza fundante: el de estar constituidos de una raigambre lúcida que vuelve, otra vez, al lenguaje como sostén del desastre y sus necesarias ordalías.

49 Escalones


Dispersión de la ceniza
Eduardo Jeria Garay

ESTA ES LA HISTORIA a nuestras espaldas.
Escena sin final; sin sugerir un término, sin punto y sin telón.

Multitudes donde nadie se ha salvado: personas que se evaporan en las calles,
turbas que asolan las ciudades en el día y sombras que braman en la noche
miríadas que marchan a la nada, un festín donde no importa botar el pan y el
  [vino al suelo.

Sólo un cortejo, un rastro de hiel, una mecha o un pabilo, un hilo de sangre
mortales dispersos amorosamente entre los siglos,
demorándose en morir hormiga tras hormiga.

¿De quién serán teatro nuestras bellas ciudades en sangre?

El vergonzante goce al deleitarse por los colores del cielo en las tardes de
 [incendio.
El gran delito de esta luz y esta quemadura; arreboles púrpuras de pesadumbre.

Como el que muere con la satisfacción que vendrán sus hijos y harán su venganza
me consuela pensar que antes de nosotros alguien más estuvo aquí y tuvo
 [miedo.

Sentir todas las vidas que alguna vez se han vivido es un lugar donde morir.

¿SEREMOS LANZA O LLAGA?
Otro describió muy bien lo que yo era, cual dibujo de figura y fondo:
un pez en el pez mayor, contenido.

La realidad, lo que reina y rige, aquello en lo que nunca encajamos con soltura
es falso como el deseo de la prostituta que amamos o el amor que a ella  [prometemos
y como nosotros somos de ella y ella es de nosotros.

Pues nunca nada fue nuestro.
Toda amante como tregua, bocado arrebatado de la boca.

Alguien me espía, desde su sueño, a mi sueño.

Somos algo que no nos pertenece y es tan difuso y frío
como un niño que soltó nuestra mano y desapareció en segundos;
algo que se escapa y es –sin embargo- perfectamente distinguible:
quien se cruza en la fotografía de extranjeros para salir en ella borroso,
huellas en el piso mojado por la primera humedad de la noche
o nuestro reflejo fugaz en los escaparates mientras marcha el bus vespertino.

¿Y por qué hay personas que se encienden?
¿Que llevan la vida en el cabello, en el movimiento de la mano a la boca?

¿Y por qué hay otras a las que el destino les comió la vida a dentelladas?
Como el hombre que fue destrozado por error por una turba
o los párvulos que se quemaron encerrados en sus casas.

¿Dónde estamos, dónde:
en la vida o en la muerte sostenidos?

Como si nos observaran dormir,
pero no es lo mismo quien vele nuestro sueño;
no es igual que lo haga quien te ama o quien te odia.

Somos un huérfano que presiente
que sus gestos son herencia de algún padre que adivina.

EL DOLOR ES EL TEMBLOR de hojas que deja a la carrera
alguna tropa infame que a marchas forzadas nos persigue.

Pues ¿cuándo la dicha? ¿cuándo el goce de carcajadas sin medida?
Queremos un dulce día sin máscara en la noche.
Queremos las mieles que recuerda el corazón más oscuro
mientras espera el dolor que siempre vuelve.

¿Será el padecer la puerta por la que crucemos el umbral definitivo?
Banquete del que regresemos jadeantes y sin maquillaje
con el asco en la boca de estar en exceso saciados.

Pero hay días calmos, tibios, serenos, iluminados por cierta paz que cae de lo alto
de una belleza triste mas perdurable,
días que la memoria guarda en el hueco de la mano.
Endulces que empaparon nuestra boca y que ahora dejan agrietados nuestros  [labios.
Que son exceso de azúcar en la borra del café.

Entonces, uno desearía saber con certeza si ha vivido, ha muerto
o solamente ha dormido un sueño que acaba con los maitines y con el alba.

Y NOS SORPRENDIÓ LA MUERTE en fin de ámbar, a punto de amar
pequeño relámpago en que confundimos lo frío y lo incandescente al tocarlo.

Nos tomó como quien se acerca a una mujer vestida de gala
para besarla y hacerle el amor con torpeza, arrancándole el maquillaje, la audacia
 [y la altanería
para dejarla sin más orgullo que su cuerpo sin vestido,
sin más final de fiesta que lo vulnerable de su alma descalza.

ES LA MUERTE, doncella perpetua, mujer que siempre sangra,
pero que asco da tocarla pues pareciera que en el acto habrá de convertirse en
  [piedras y huesos.
A su paso por el bosque a las rosas vuelve espinas y a la lluvia torna manchas
clepsidra que marca el fluir de los cuerpos que se pudren.

Es vaso de vino vino lleno, que gasta los ojos al beberlo
una lengua hendida, la arcana respiración de un animal
una suma sangrienta, porque sus números son de sangre,
un olor trastornado, angustioso y marino en los calendarios.
Plomada que va a lo profundo, abisales esperanzas de salir a otra orilla
momentos de inercia en la carrera más vertiginosa
algo a la espalda que reconocemos por un poco de frío y un viento en la nuca
vasto cendal que cubre el mundo.

Espejo quebrado en la recámara
cardenal en el dorso de la mano, estrépito de un piano que se cierra
choque de trenes en la lluvia, mirada que socava al tiempo;
ruido de un aparato que se apaga, olor de un incendio al día siguiente;
hoja seca en el pantalón y bolsillo con arena por años;
pasos de una carrera que adivinamos en el segundo piso;
sonido del vivir de un sólo golpe y la mudez después de aquello.

Susurro de un cuchillo entrando a la carne, herido levemente en la coraza nadie
 [se percata
pequeña herida que no cicatriza y nos deja con años de agonía
pegándose cada vez más a nuestra carne y casi llegando al corazón.
Radio al filo de la sintonía, vibrar trémulo de una flauta, sonido de hojas al   [romperse
nudo que se corta entre las manos y que nadie oirá en ningún desierto.
Sumergidos, a borbotones la respiración, la piel difusa entre hueso y alma
movimiento de una presa que cae a la tierra,
abatida en el color que da la sangre que brota y derrama
igual que las oscuras estrías de agua que un regador deja en el suelo
pasiones acalladas finalmente, ondas de un estanque que señalan un centro que
  [adivinas.


Delgada línea que divide la luz de la negrura,
abismo que separa con el más fino escalpelo los sucios cueros y las carnes
  [en despojos.
Oscuras fuerzas que recorren, que violentan, que cercan a la voz
que rodean el corazón magullado y espesando
que queda vibrando como la rama del árbol en que un pájaro ha posado.

Es el revés de un segundo que apenas reconoces,
el roce insoportable y el olor profundo de una oscuridad continuamente
  [susurrante
espacio inmenso que se abre al arrugar los ojos; peso insoportable del silencio
 [pegado a los muros
llamas que se levantan como polvo tras la caravana y que nos rodean sin
 [consumir ni alumbrar,
llamas que no avanzan ni se detienen ni se revelan, y queman el vacío el silencio y
  [el horror,
llamas de lo que puede llamarse Destino y que apenas se entienden se disipan
cuerpo que cae con estrépito luego de ser descolgado de la horca:
instante gravemente herido al encender la luz.

Hábil artesana que desenreda y simplifica y deshace y a la madeja todo
[vuelve uno.

Cortesana que desviste y descubre las miserias de la reina.

Larga sombra del ferrocarril que cubre a los peregrinos que se quedaron en el
    [andén.

ES PRESCINDIR DE DIOS EN LA MUERTE, sumergirse en un claro de agua
el hueco del cuerpo en la tierra mojada y el paso dado al abismo sin luz ni sonido.
Un ojo, un oído, un corazón al que tuercen levemente
abertura sin deslinde, nudo de océano que mira desde el fondo del pez abisal,
espejo que refleja lo más alto, costa más allá de todo vigía, de todo valle y montaña
objeto sagrado que posee sin más esfuerzo que un pájaro vuela más allá de la corona solar.
Cima de los Andes traspuesta, hondura del corazón, sello definitivo para nuestra
[sangre
batir de alas inadvertido sobre el lecho
mudo temblor de labios, mano que deja caer el lápiz por el vértigo a ras de tierra
fuego que devora papel y resto de todo, cuerpo y tiempo, palabra límite que nos
   [espera
resuello de chocar contra la espalda, margen hasta el que llega la lluvia
lo que tienta el ciego con su bastón y el silencio en que confía la presa
sollozo en el revés de los párpados, inmersión en pozo sin deseo
sumergirse en el fondo del pez abisal sin la esperanza de volver al aire a vivir
herida de albor o de sal, herida de agua, de tacto o de saliva
un gran ojo, un oído único, un corazón al que tuercen con ferocidad
único momento que un ateo tiene de tomar a Dios en medio de un delirio
vaciar de corazón que el tiempo espera, fe en la pureza de lo único que puede ser   [pensado.


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