[ lectura y crítica ] 

Entre ensueño y pesadilla: Poemas de María Angélica Bustos

Entre ensueño y pesadilla: una pequeña acuarela
Poemas de María Angélica Bustos

La obra poética de María Angélica Bustos (1959-2011), salvo para un puntual grupo de amigos y conocedores es prácticamente desconocida entre los lectores incluso más avezados que se circunscriben a la zona del así llamado Gran Valparaíso. Sin embargo eso no debiese sorprendernos. Buena parte de la poesía escrita por mujeres en esta región es un país por descubrir que aún no posee un mapa orientador. Y salvo cierto impulso mediático/académico de los últimos años que ha enarbolado por diferentes razones la obra y figura de Ximena Rivera, es relativamente poco lo que puede decirse o conocerse de forma más amplia respecto a la obra de autoras que configuran una especie de listado invisible. Convertidas en autoras y obras de culto de identidad velada (tal como sucede con Carolina Lorca, Axa Lillo, Ximena Godoy, Ximena Escudero y Blanca Espinoza, entre varias más) la no-presencia está signada por una falta de ediciones asequibles, un desinterés y desidia crítica que no nos debiese sorprender y la amnesia recurrente a la hora de elaborar cánones bajo los parámetros que fueran por parte de nuestros mandarines culturales. Pero los poemas de todas ellas siguen ahí, llamándonos, inquiriéndonos silenciosamente. El tiempo del poema pareciera ser que no es el tiempo del mundo. Y mucho menos de los intereses político-culturales en boga en la brega ideológica contemporánea. Todo cumple y sigue su propio ritmo. Y ese ritmo siempre es disonante.

Así las cosas, la obra poética de María Angélica Bustos vive su máximo afelio. Reunida en dos pequeños volúmenes, publicados de forma bastante modesta y casi sin ningún tipo de circulación (El ciprés, 2007 y Desde mi azul silencio, 2011) nos encontramos ante una serie de poemas que, quizás, nos enrostra una gran paradoja y un singular modo de comprender el ejercicio poético. Paradoja por cuanto son poemas que se plantean, literalmente, un retiro ya no sólo de la circunstancia contextual, sino un retiro respecto a la forma de autoconcebirse escrituralmente en tanto articulación retórica de una subjetividad que se desplaza a sí misma de forma reiterada. El “yo” que enuncia y su circunstancia se han volatizado en estos textos. En apariencia, poemas con una retórica demodé, indiferente al gran impulso neovanguardista de sus congéneres etáreos y que a pocos kilómetros de Villa Alemana (pequeña ciudad epicentro de la obra de María Angélica) llevaban acabo durante los años 70, 80 y 90, buena parte de su labor iconoclasta, partiendo con Juan Luis Martínez, continuando con Carolina Lorca, Eduardo Correa y así tantos y tantas. Es como si la voluntad poética de la escritura de nuestra autora, hubiese decidido pasar de largo, aislarse, devenir una especie de autismo lírico exacerbante, pero sin propósito programático alguno y sólo haciéndose eco de sus laberintos interiores. Por otro lado esto lleva a lo segundo: un modo de comprender el ejercicio poético como un acto no sólo ensimismado sino más bien, abierto a densidades existenciales que bordean lo metafísico en un gesto no fácil de asir bajo la apariencia de una retórica prevanguardista o al menos para nada actual o al uso de estricto cariz contemporáneo. Leer esta poesía nos pone en aprietos: ¿qué es lo contemporáneo? ¿qué es lo actual? ¿qué es lo vigente en el uso socialmente aceptado de lo poético? ¿qué es lo vanguardista? ¿qué es la modernización literaria en y desde la provincia? Un extraño vértigo adviene al leer estas preguntas que rara vez se enuncian dando sus respuestas como algo asentado desde la legitimidad académica y los cenáculos al uso. Pero tratar de abordarlas desde una poesía como la de María Angélica Bustos es una paradoja incómoda. ¿A qué nos referimos con esto? No tanto a que esta obra poética redunde en poemas de verso medido o en formas sancionadas por el uso como el soneto o el romance. Más bien, porque usa de modo envolvente en una prosodia a ratos exquisita y cuasi barroca, a ratos austera y silente, una forma peculiar de versificación. El verso libre que emplea se vuelve un arabesco que hace de su propia factura el goce y tragedia de sus manifestaciones. En apariencia una poesía donde un léxico saturado de significados (palabras como azul, ensueño, topacio, fronda, fardela, etc.) vuelve a la palestra para reencarnar en una búsqueda que no se satisface con la novedad y menos lo inmediato, sino con la reconcentración y el destello tardío de un imaginario que nos pone del revés nuestros hábitos lectores. Puede gustar o no esta poesía. Puede ser vista como un gesto de extremo lirismo que descubre en su centro la desazón y el vacío tras la oriflama de sus maneras verbales. Puede ser vista o asumida como un gesto desesperado de decir y contradecir el sonido y sentido de las palabras en nuestro presente ágrafo y espectacular. Pero sea como sea es quizás una poesía que en su sutil y atosigante delicadeza, en su intensa desesperación y desencanto, nos muestra una experiencia fascinante de cómo ser poeta y cómo vérselas con lo que, tal vez, es el único gran desafío: la lucha contra el ángel del lenguaje para tratar que su fuego no nos silencie y abandone.

49 escalones


I. Desde mi azul silencio (2011)

Claro amanecer

Nítidos pasos en umbrales de oro.
Rumor sedeño del rosal abriéndose
temprano a la esperanza.
Desde el fondo
                     de un túnel de tinieblas
salgo a beber del sol
                     que ya se escancia
sobre el alma del jade florecido.

Circundada de paz,
con certidumbre de encontrar fronteras
abiertas a la vida
voy siguiendo mi claro amanecer.

A mil dolores que golpean dentro
sellé mi corazón.
                      En cárceles de ónix
mis temores y dudas encerré.
Despojada de espinas,
vuelo sobre campiñas luminosas
sabiendo que jamás
las piedras despiadadas
rodarán cerrando mis caminos.

Romance para el ensueño

Este corazón de auroras,
esta caricia en espliego
¿se los llevará la brisa,
los marchitará el invierno?

A la sombra perfumada
de mi blanco limonero,
sentada en el verde prado
estoy tejiendo este ensueño:
un día colmado de oro,
un viajero de muy lejos
-en la cabellera, mieses
y en los ojos todo el cielo-
se aproximará a mis lindes
con porte caballeresco,
y en mi reino de azahares
detendrá el mirar sereno.
En mi corazón de auroras
jamás entrará el invierno.

A la sombra perfumada
de mi blanco limonero,
tendida en el frío páramo
destejiendo estoy mi ensueño:
que una estrella, alguna noche,
trocará su derrotero,
y el hermoso trashumante
no vendrá por mis linderos.
Jamás veré su figura
ni sus pupilas de cielo.
Me quedaré adormecida
en un repliegue del tiempo.
Y la caricia de armiño
se escapará de mis dedos,
se perderá en esa niebla
donde sucumben los sueños.

La voz del viento

Tuvimos en las manos
fragmentos de luceros
y en los labios
besos como hogueras.

Fuimos dos niños
con nidos plapitantes
de vida y de misterio.

Fuimos dueños del mundo,
bañados de rocío incandescente,
besados por el céfiro más puro,
hasta el instante
en que la voz del viento
quebró la magia y todo se tornó
vacío
         oscuridad
                         silencio.

Implacable

Rompe el mar,
    implacable
lacerando la roca
    milenaria,
abatiendo
    los mástiles,
golpeando
con su látigo
de furias
el costado de hierro
de los fuertes bajeles.

¿Cómo no iba a estrellarse
contra los arrecifes
del Océano del Mundo
mecido
por su oleaje
poderoso,
             mi velero de ensueño
             tan mínimo
             tan frágil?

A tiempo

Detén mastín, tu paso.
Reclínate un momento en el recodo
con acezantes y sombrías fauces.
Y acecha desde allí
las pálidas señales que a lo lejos
se yerguen
como torres fantasmas
al final del camino.
Tus ojos
abismos insondables,
ya vislumbran -con cruel fascinación-
los signos del aire.
No temas,
llegarás a tiempo
a hincar tus dientes fríos, despiadados
en la inerme figura de mi padre.

Fugitivo vilano

Este mi tiempo
                      -fugitivo vilano-
lo respiro entre cántaros de sal.
Vivo sin fiestas de rubios girasoles,
sin espejismos ni sed de paraísos.
Bajo un sol mortecino
                     que me guía al destierro;
asumiendo una luna ultraterrena
rodando sobre arenas de azules acendrados.

En mi inviolable y diminuta galaxia
lentamente gravito
ovillada en el frágil latido de mis alas,
sumergida en llanto de cristal.
Mariposa en la cruz del insectario,
sólo con los nutrientes
de un onírico espectro adherido a mi sombra.

Este mi tiempo
                       -cuyos pétalos caen
                       hacia el mar del olvido-
se lleva 
mi arca de elegías y de cánticos;
todo aquello que fue substancia un día
y que hoy es sólo humo en fuga
por los peldaños del silencio.

Donde canta la alondra

Sucede que me olvido del tiempo.

Danzan las horas con ágiles pasos
y no consigo unirme a ese ballet implacable.
Simplemente me evado.
Me fugo a la comarca transparente
donde sonríen por doquier los ojos del espliego,
donde canta la alondra
suspendida en la rama 
                                   y en el vuelo.

Simplemente,
sin nociones
                     de arenas deslizadas,
sin ofrecer oídos
al rumor de la eterna cabalgata
me adentro en la substancia conocida
de una tierra que amo:
allí quise el latido de mi flor
-antorcha azul-
hasta el fin de mi viaje.
Esa que alumbra mi región sagrada
perforando
                  cendales nebulosos,
permitiendo brotar toda la miel
de este dulce delirio que me impulsa
a impugnar todo cálculo
y a detener la fuga de todos los relojes.

II. El ciprés (2007)

*

Siempre el cielo es más alto.
El ciprés 
en su desesperanza
alcanza los joyeles que el miedo no venció.
Y su propia razón
de ser tiene mi mente
porque el miedo es más grande
que mi propia cadencia.

No tengo nada que ofrecer al viento.

Hoy es un jardín en flor
mañana sequedad infinita.

El tiempo me decora,
me envuelve en su telaraña.
Y yo
no puedo liberarme.

Piedra, sol, madreluna.
Amor, verdad,
pasión de la víctima
en el altar de un tiempo detenido.

*

Jamás pensé que el tiempo 
y sus auroras
tendrían tanto peso para mí.

Soy el alma de una fiesta
que partió hacia el vacío.

Soy un ángel
que del cielo cayó
con la frialdad del hielo.

*

Es tarde
pero no puedo nombrar su eco,
su esencia,
su perfume que embriaga.

Es la palabra
que enciende, vibra y llora.
Es mi propio cerebro
latiendo entre sus sombras.

*

Siempre tuve un jardín
con flores de colores impalpables.

El tiempo se llevó las alegrías
y tuve que huir del cruel invierno.

Ahora no sé bien
si el miedo floreció
en medio del jardín.

*

El carrusel del miedo se ha alejado.

El cauce del estío camina muy temprano
y no desea irse de este mar mío.

El cisne ha callado su cantar
y sus alas se pliegan
como un abanico de albor.

Y tampoco deseo un estruendo profundo,
sólo un sueño silente en esta hora mágica.

*

Hace frío y el sol vino a destiempo.

El sol no tenía nada que explicarme
que el aire no supiera.

Se deshizo en fragmentos
el pequeño universo que forjé.

La gacela
no tenía un azul corazón.
Caracolas de tierra fueron su caminar.

Se me va de las manos la palabra.

Se me va de los dedos
en la espalda del tiempo:
el silencio es un brujo 
que detiene el curso de las aguas.


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