Ennio Moltedo Ghio (Viña del Mar, 1931-2012) ha sido uno de los poetas más destacados de la segunda mitad del siglo XX en lo que respecta a nuestras latitudes, y uno de los poetas más diestros en el arte de la prosa poética. Aún oculto para los intereses de la academia, su obra se ha abierto paso en un círculo de fieles lectores, quienes han dejado a su vez testimonio del deslumbramiento que convoca la hechura de su poesía y han conservado en sus estantes los libros que resguardan esa dimensión marina tan propia de Moltedo. Si al fondo de la tumba de Huidobro se ve el mar, en cada página de nuestro poeta las aguas se extienden latentes y vibrantes; el poeta ruso Ósip Mandelstam, en su Coloquio sobre Dante, sostenía que el discurso poético estaba «hecho de agua», y creemos que el trabajo de nuestro poeta surge a partir de ese principio, en busca permanente de aquella línea azul que se dibuja, a veces difusa, a veces nítida, por sobre el horizonte oceánico.
En esta ocasión, para Re-Encuentros, hemos decidido compartir un pequeño texto que se publicara hacia enero del 2010 por Ediciones Altazor. El texto, de talante más cronístico, nos evoca una infancia que ocupa por escenario el centro viñamarino, al mismo tiempo de rememorar una dinámica citadina ya casi extinta. Agradecemos a Patricio González el gesto por permitirnos transcribir el texto que, sin duda, permite explorar de manera más honda el universo de uno de los poetas más peculiares y rotundos del siglo XX de nuestro país.
49 Escalones
Emporio Noziglia
Ennio Moltedo
La calle Valparaíso de Viña del Mar no es la de antes. Ni la sombra de aquella de la década de los cuarenta y cincuenta. La llegada de los mall y supermercados -cuento alrededor de diez de éstos en la actualidad- alteraron la actividad comercial especializada y el espacio urbano y cultural del balneario de entonces. Un dato: la ciudad de Roma cuenta sólo con dos supermercados y éstos se hallan en las afueras de la capital para evitar copiarnos la poca visión. No abundaré mucho más pues todo viñamarino del tiempo de la democracia original conoce bien los cambios ocurridos en los ámbitos vial, arquitectónico y residencial de la ciudad. El libro o diario de vida del habitante es la ciudad misma. Es el documento que registra su paso e historia. Por lo mismo parece impropia o autoritaria una legislación que de pronto permite alterar, mediante expansión, el paisaje físico y espiritual del medio.
La calle Valparaíso de mi niñez se caracterizaba por mostrar un comercio afable, natural y surtido. Tiendas de prestigio, atendidas por sus propios dueños, como «Flaño Hnos.», «Sastrería Inglesa», «Modas Lucien», «Librería Universo», etc. e, igualmente, negocios de abarrotes y productos escogidos: «El gastronómico», «Almacén Montecarlo» y muchos otros. A la altura del cruce con calle Villanelo lucía sus vitrinas con artículos importados la «Casa Magnasco». Una cuadra más hacia el mar, en esquina, el hermoso negocio «Schiattino» exhibía cristales y porcelanas y, lo más atractivo para nosotros, los chocolates especiales con su nombre marca y que sólo era posible adquirirlos allí. Para qué citar el mejor salón de té que ha tenido la ciudad, «La Virreina», con elegantes vitrinas y su pastelería francesa. Aún así, mi local preferido era «El Emporio Noziglia», esquina con calle Quinta. Sus ventanas a la calle Valparaíso mostraban gran surtido de vituallas y menestras; en cambio, la ventana hacia la calle Quinta -tramo de menor tráfico- estaba destinada a la exhibición de juguetes. Cientos de ellos, de fabricación europea, cubrían el espacioso ventanal. Era raro el día en que no me detenía a contemplar esa maravillosa exposición. En especial me atraía una enorme lancha metálica, de carrera, impulsada a cuerda y de llamativos colores. Recuerdo aún su valor inicial: cincuenta pesos. No era fácil comprarla. Y ahí permanecía el juguete, año tras año, seduciéndome. Yo economizaba, peso a peso, pero cada vez que me acercaba a su precio éste aparecía reajustado una vez más. Así, un año tras otro mi única satisfacción fue constatar que mi lancha permanecía sin vender. Al fin, para una pascua recibí un buen regalo anticipado en dinero y no lo pensé dos veces. Apurado llegué hasta el negocio «Noziglia» y la compré. Como dicen los vendedores para congraciarse: «Era para usted». El dependiente la puso en su caja colorida con títulos en alemán y partí con ella bajo el brazo. Llegado a casa llené la tina del baño, le di cuerda y la vi partir rápida girando y volviendo a partir según inclinara su timón. Un viaje, otro más y, terminada la cuerda, la lancha se detuvo. Me pareció insuficiente la demostración. La retiré del agua, la sequé con cuidado, la puse en su caja y la guardé en lo alto del ropero de mi pieza. De pronto había desaparecido mi entusiasmo. Ya no me entretenía. El espejo del ropero reflejó mi imagen y vi a un joven mayor de edad. Los años habían pasado sin darme cuenta y el juego terminaba de golpe. El niño de la lancha, al parecer, sigue absorto frente a la ventana del «Emporio Noziglia».

Se imprimieron 200 ejemplares.




La edición fue acompañada por diez ilustraciones originales tipo collage a cargo de Cristobal Correa.


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