Nacido en Leipzig en 1881 y muerto en Wiesbaden en 1968, Wilhelm Klemm es una voz poco conocida en el panorama de la poesía expresionista alemana, generalmente acaparada por nombres más restallantes como Georg Trakl, Ernst Stadler o Georg Heym. Klemm es conocido particularmente en español por haber sido Jorge Luis Borges el primero de sus traductores, casi al mismo tiempo en que producía su obra. De él llegó a decir: «Su mirada perfora el mundo real, y en su hiperestesia creatriz opone al traumatismo de los sufrimientos la visión goyesca y barroca de otro kosmos absurdo, de trayectoria fija por los rieles de un férreo fatalismo y delirantemente pleno de aquel método que traza las complejas espirales de la locura».
El soneto que presentamos a continuación, fechado en 1916, bajo pleno candil de la Primera Guerra Mundial, retrata en su visión la mirada apocalíptica tan afín a la poesía moderna alemana: la «Gran Ciudad», como tema y carácter, la cual viene a constituir un cuadro de época y también un espejo de aquella realidad turbulenta y degradada sobre todo en lo espiritual. Klemm lo deja patente en la acumulación vertiginosa de imágenes y en la inclinación por la parataxis, en los cuartetos, hasta desencadenar tercetos de más distendidas jeremiadas y excepcional fuerza expresiva, o lo que Borges llegó a llamar como «versos fatalistas».
B.C.
Mi tiempo (1916)
Cánticos y enormes ciudades, avalanchas de sueño,
Tierras macilentas, polos sin gloria,
Mujeres pecaminosas, miseria y heroísmo,
Cejas fantasmales, tormenta sobre rieles de acero.
Las hélices restallan en jirones de nubes.
Pueblos se disuelven. Libros se convierten en brujas.
El alma se reduce a diminutos acervos.
Muerto está el arte. Más rápido pasan las horas.
¡Oh, mi tiempo! Inexplicablemente desgarrado,
Sin ninguna estrella, tan falto de conocimiento
Como tú, ninguno, ninguno se muestra ante mí.
¡Nunca su cabeza levantó tan alto la esfinge!
Pero en el camino ves a diestra y siniestra
¡Sin miedo a la agonía en los abismos de la locura!
Meine Zeit
Gesang und Riesenstädte, Traumlawinen,
Verblaßte Länder, Pole ohne Ruhm,
Die sündigen Weiber, Not und Heldentum,
Gespensterbrauen, Sturm auf Eisenschienen.
In Wolkenfetzen trommeln die Propeller.
Völker zerfließen. Bücher werden Hexen.
Die Seele schrumpft zu winzigen Komplexen.
Tot ist die Kunst. Die Stunden kreisen schneller.
O meine Zeit! So namenlos zerrissen,
So ohne Stern, so daseinsarm im Wissen
Wie du, will keine, keine mir erscheinen.
Noch hob ihr Haupt so hoch niemals die Sphinx!
Du aber sieht am Wege rechts und links
Furchtlos vor Qual des Wahnsinns Abgrund weinen!
Extraído de Fünfzig Gedichte des Expressionismus. Ausgewählt von Dietrich Bode. Stuttgart: Philipp Reclam jun. GmbH & Co., 2002. S. 27. [Aufforderung. Berlin-Wilmersdorf: Verlag Die Aktion, 1917]. Versión de Benjamín Carrasco


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