La pequeña voz: poemas de Axa Lillo
Tratar de mapear la poesía escrita por mujeres en el Gran Valparaíso, menos que un acto de justicia literaria, es un gesto de asombro ante poéticas de complejidad disímil que nos enfrenta al hecho de apreciar lo que la intuición lectora siempre nos dijo: que ante el mundanal ruido del espectáculo, estas poéticas, cada cual a su modo, articulan un gesto silente, no confundible con el ensimismamiento y poseedoras de una libertad suma para parafrasear, inventar, subvertir o desglosar diversas tradiciones sin ánimo sumiso y menos repetitivo. Tal vez el caso de Ximena Rivera (1959-2013) sea el que más ha sido explorado, estableciendo filiaciones con el surrealismo, el simbolismo y una veta de vigoroso poder visionario. Algo similar podría decirse de la poesía de Ximena Godoy (1943), cuya actual presencia anida en la memoria de algunos lectores persistentes y que nos retrotraen al mundo literario porteño de los años 70 y 80, donde esta autora desgranaba un lenguaje onírico, desbordado y neobarroco de densas referencias. O qué decir del afán exploratorio y experimental de la obra de Carolina Lorca (1954) que vuelve una y otra vez a plantearse las posibilidades de representación del lenguaje en una serie de poemas que desbordan la textualidad que construye como soporte y en concordancia con lo que la “neovanguardia porteña” de un Juan Luis Martínez o Eduardo Correa, por ejemplo, llevaba a cabo en plazos similares entre principios de los años 80 y la primera mitad de los 90. Todo esto sin olvidar, por supuesto, el ejercicio de acusada lectura y recreación simbolista que María Angélica Bustos (1959-2011) llevaba a cabo en un accionar desgarrado en la intimidad de una pequeña ciudad de provincia. Esta enumeración podría extenderse con Blanca Espinoza, Catalina Lafert, Patricia Tejeda, entre otras.
En ese eventual mapa imaginario, la figura de Axa Lillo (1952-2009) es imprescindible. Autora de dos brevísimos libros de muy escaso tiraje, Ojos Buenos (1994) y Visiones naturales (2014, póstumo), nos enfrentamos como lectores a una aparente sencillez expresiva y formal: poemas breves que rara vez superan los diez versos y cuyo mundo imaginario gira en torno al asombro frente a la naturaleza, el misterio de vivir, el amor/desamor, ciertos retazos de infancia y poco más. Una poesía que, a primera vista, hace de su centro expresivo aquellos temas recurrentes. Y, sin embargo, entre los versos de Lillo puede apreciarse una expresión que subvierte esa sencillez tan acomodaticia para despachar una poesía como esta, rotulándola de “tono menor”. Una expresión que en medio del supuesto arraigo de la seguridad formal y verbal, explota en esquirlas de profundo desencanto. Una incomodidad donde la voz que enuncia ansía liberarse hacia una eventual fusión con algo que está allá afuera de la textualidad —¿la experiencia, la presencia de las cosas, la naturaleza?—, pero que no sabe vérselas con sus propios requerimientos, creando así una tensión sutil que muestra la irresolución de una subjetividad que se apropia de la escritura a retazos, pero nunca como voz impositiva. Ese gesto que se devela operativamente en el poema breve, en Axa Lillo se transforma en sello personal de un modo de entender la escritura en una desnudez sin aspavientos. El asombro, pero también el repliegue. La distancia, pero también la nostalgia. La ironía, pero también la reflexión. La sencillez, pero densificada con la subjetividad del desarraigo que no desea ceder a las imposiciones del entorno. La “pequeña voz” de la poesía de Axa Lillo no es pequeña ni es sólo una voz: es gesto que se acrecienta desde la mudez que intenta negar una y otra vez: una poética que exige su derecho a existir sin pedirle permiso a nadie. Menos ampararse bajo una estela de nihilismo o grandilocuencia estéril. La poesía de Lillo, en lo que alcanzamos a recibir de ella antes de su desaparición, al parecer se volcaba cada vez más a tomar distancia de sí misma en aras de una comprensión sintética de las cosas del mundo: los objetos, los lugares, los recuerdos, la infancia. Pero sin duda, no como meros motivos “domesticados” de una eventual obra predecible. En absoluto. Asistíamos a la confirmación de que la desnudez es, al final, el fundamento de una riqueza invisible que sólo la buena poesía puede brindarnos.
49 escalones
De Ojos Buenos (Ediciones Umbral, Valparaíso, 1994)
Esos pasos
Esos pasos que persiguen
sobrepasan mi sombra.
Y yo aquí
en estático perfil
atónita
me interrogo
les digo adiós.
Desencuentro
Nos ignoramos
para saber que existimos
Apenas nos rozamos y tocamos
en medio de la jaula
Podríamos querernos
en el momento de la muerte.
Andén
Hay un rostro sin voz
que me golpea
Pupilas subterráneas
perforan mis sentidos
Un andén en la oscura
dimensión de los contornos
Un equipaje suspendido
en la arista del tiempo.
Perspectiva
El techo cielo que cobija
mi límite estremece
águila sombra primitiva
mineral en su corteza que alumbra
Rito de vida -la semilla- la costilla
sobre mis hombros el sol el mundo
Este equilibrio entre las hojas.
Viento
Dónde te escondes en la noche
detrás de qué árbol
en cuál fondo marino?
Dónde tu furia reposa su piel
te haces pequeño
y sueñas volantines?
Miradas
Mi familia se enmarcó en una fotografía,
sólo el daguerrotipo supo de sus luminosos ojos,
esos viejos temores que no hablan.
Ahora se alimentan de miradas.
Mar
Porque amaneciste para mis ojos
en el instante verdadero
de los sueños
Aquí está la mar bregando
por mis plumas
En la inmensidad más honda
de mi navío,
les aseguro que la fotografía
no soy yo,
el mar ha conquistado
toda la imagen
Montegrande
Qué contiene esta sombra esta lluvia,
este silencio:
piedras encantadas,
contradicción y huída.
Territorio de los sueños.
Qué contiene este sol derramado:
un suave beso de luna,
precipicio de palabras por nacer.
Los repartidos ojos del asombro.
Paisajes
Este valle tiene otros ojos
que te besan.
Se quedan en la piel
para vivirte.
Luego se van a tejer
otros cuerpos.
Tienen urgencia de paisajes.
De Visiones naturales (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso 2014)
La flor de la ceniza
Me senté a contar las estrellas del planeta
Quebrada Alvarado
donde al calor de las brasas se consume el fuego
y nace la flor de la ceniza
Bendición campesina que cura todos los empachos
Visión inalterable
La mariposa no es blanca ni amarilla
es el puro viento conjugado con el sol
Una visión inalterable en el fondo de mí
Ese país que se inventa solo
Cactus florecidos en San Pedro de Atacama
Cactus para el paisaje país que se inventa solo
Cactus para ser trabajados como piedras preciosas
Cactus como lámparas encendidas hasta el amanecer
Cactus como palos de agua música cristalina y sin cristales
Cactus de espinas que nunca clavarán
Cactus de soles y sonidos que enfiestan las mañanas
Cactus como piedras eternas velando nuestro entierro
El sonido del agua
Si la noche no se llenara de lluvia en este invierno
y no estuviéramos para escuchar su canto
nada tendría sentido
pasaría sin que los hombres supieran
del sonido del agua en nuestros vientres
Viaje
Cuéntame de tu viaje al interior del cuento
Cuéntame de tu viaje al interior de mi viaje
El secreto está en las cerraduras sin llave
En la gota nacida desde el fondo de la noria
hasta alcanzar el corazón del cielo
Verdadera
Me juzgo verdadera
capaz de recibir al sol
entre mis manos
Nada más nada menos
Un juego que abraza
y nos hace hermosos
como ángeles que no duermen
Ardiente
Me pego a la ventana
nada es más ardiente que el silencio
Luego miro mis pies
salpicados de vidrio
Sin una gota en el espejo
Perdí el rastro y me conjugo sola
como una campana que no se toca
Horas marcadas por cuchillos
que se hacen vena y sangre
Me voy cubriendo con banderas
una marca a fuego que no se esconde
Piel sangrante y necesaria
hasta reencontrarme viva
sin una gota en el espejo
Búsqueda
Siempre seré solo palabras
en alma y cuerpo un solitario desperdicio
El mundo no me busca
y yo que lo he buscado tanto
Puzzle
Estoy armando un puzzle en solitario
manía inevitable de desnudarme por las noches


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