Mientras como lectores esperamos (ilusos) el dibujo de un mapa que nos permita orientar nuestras dispersas indagaciones en torno a la así llamada “poesía porteña” (o de Valparaíso) seguiremos deteniéndonos en hitos, rastros, breves pausas o fragmentos de escritura cuyos desvíos necesarios se han vuelto un imperativo de lectura imprescindible. Imperativo que contradice feliz el espejo opaco de cualquier “curatoría” actual.
Adiós a Ilión de Enrique Morales fue publicado en 1999 por Ediciones Altazor de Viña del Mar. Libro breve que constituyó el estreno editorial de Morales como poeta, mas no su conocimiento público que venía desde algunos años atrás. Por actitud, por estilo, por modo de asumir la escritura, este libro y su autor podrían perfectamente vincularse a Retaguardia de la vanguardia, aquel singular grupo/colectivo de poetas (Sergio Madrid, Juan José Daneri, Mauricio Barrientos, Alex von Bischoffshausen) que entre mediados de los años 80 y principios de los años 90 del siglo recién pasado, constituyó uno de los puntos de referencia más relevantes de la joven poesía del Gran Valparaíso. Con la publicación de libros colectivos como Retaguardia de la vanguardia (1992) y Los novios de Ariadna (1993) y la posterior dispersión del grupo a partir de la segunda mitad de los 90 podría decirse que esa aventura imaginativa había concluido o al menos quedaban en la retina sólo sus retazos. Enrique Morales, amigo y colaborador de todos ellos siempre, sin embargo supo mantener una autonomía formal que no implicaba una distancia de principios: el poema como indagación especulativa, el intento imposible de lograr una “alquimia del verbo” las resonancias decantadas del discurso vanguardista universal vía G. Iommi, J.L. Martínez y V. Rodríguez, entre otros. Adiós a Ilión es el afán de fabular un viaje: una épica al revés por así decirlo, entre exploratoria e intimista que renuncia a la exposición apoteósica de los acontecimientos en aras de un viaje mental y verbal que se confirma en el formato del poema breve, en el verso acotado y preciso, una concentración lingüística que desconfía del versículo y una permanente alusión a una especie de rito iniciático donde la voz que habla (oficiante, poeta, héroe que regresa de una nunca aclarada derrota) se afianza en rastrojos finamente seleccionados: la fuente, las aves, el viento, las cifras de una ciudad apenas esbozada y una especie de concientización de un imperativo que atraviesa todos estos poemas: el retorno después del incumplimiento de la promesa. Morales ejercita una poesía de aparente tono menor, pero que advierte en su honestidad verbal algo que ciertos afanes fundacionales olvidan: que un poema también puede mentar una muy singular experiencia que nos indica que muchas veces se nos está vedado lo imposible.
Reproducimos de manera íntegra los poemas de Adiós a Ilión publicados por Ediciones Altazor de Viña del Mar en 1999.
Adiós a Ilión
Enrique Morales
En Troya ya no hay dioses
no es que callen
no hay silencio…
así se ha perdido Ilión
trasplantada a tierras más fuertes
Virgilio Rodríguez
“Troya”, 1964
Iliomas
Primera estación
El viento sin prisiones
se pasea entre las sábanas
roza cuerpos
bailan al son del follaje
sobre teas vestidas de
Azur
empañado de rojo
invierno de la muerte
déjame empuñar tu voz en ésta
la primera línea
donde se juega la respiración y
la vida no es más que un suspiro
Una ventana
Abrir la puerta
dejar entrar en cortejos
el azul
Lo inmemorial
El Austro
inagotable
acaricia
toma el nombre
lo deshace entre sus dedos
una huella en la playa
Iniciación
El espacio dibuja una pausa
flor dulce y emética
que entrega aire
a la tierra enrarecida
enseñando lo hermoso del pecado
entre quienes abren
ventanas en una cordillera
rodeada de signos
Códigos de aguas
Llena la vasija
la mano que guía los muertos
agita las barcas tomadas de los montes
de Ilión
“he aquí el hierro
que aplasta tormentas
el agua que corre por tu frente”
Alphainein
Las grullas graban
en el oscuro
del bosque
las notas
del silencio.
La tormenta
El viento se pasea
golpeando
las campanillas
que cuelgan
en el pórtico
Los sonidos despiertan
y corren a los oídos
de la mujer que asoma
a ver la tormenta
anunciada en sus
ojos
El dolor del regreso
Bajo piedras
agoniza un Angel
pájaros cantan
a puñaladas
su muerte
Amapolas
Desde lo alto
Piedras talladas de ópalo
el Horizonte
sol y nube
pasan los días
la ruta
lejos
el verano observa los pasos
la piedra
el fuego
las fugas
la lluvia
Nunca
palabras más hermosas
Nunca
palabras más silenciosas
Sombras
Aparece lo ignoto
oscuro
baldío y destrozado
entre las rejas abiertas de la noche
y los dedos de mi espuma
traspasando las fronteras de esta
torre
El de ojos grises
…algún día
construimos altas torres
para dar un gran salto
Inmortales se pasean entre un oído
y otro
mostrando la flor que balancea
lo precario y lo permanente
la indolencia
el vértigo
el manto de colores
que llama a los ojos
durante la lluvia
El guardián
La casa se vuelve sobre mí
para desplegar sus alas
de dragón
Ciudad abre tu pecho
y deja ver
el aire nocturno
ofrecido a la
transformación
No soy un niño
sólo el deseo de posar una mano
y reconocerte tibia
húmeda
entre los juegos del amanecer
que se
van
El castigo
El dolor del que ve más allá
susurra
sin dirección
canta alto
los gritos del abismo
y estrella sus ojos
en este abrazo de muertos
Sueños púrpura
Uno
Cuando niño
solía tomar el cielo y jugar
cristal con luz
indivisible
Mezclé pasiones
sangre al infinito
Paseo la mirada por este desierto
sacudiéndolo entre sus vigas
oscuro púrpura
fuego que se destila
Ahora
volvemos a jugar
juntos
explicados
La promesa
Un sueño corre desnudo
para que una niña
atraviese la luz con su mano
dejando tras de sí
trastocados
los pétalos del río
El Río
Lleva una Iglesia
el tren se prepara a partir
la mujer cuelga la ropa
frente al valle
Cuidando la empalizada
un perro duerme
en los giros de un niño
a su alrededor
un globo
atado a las ventanas agotadas
toma el viento del sur
coloreado de oro
por las mieses
que acunan al muerto
Roble
Los ojos arden frente a la ola de luces
En el monte
con ropas de roble
bebiendo de la copa de los hados
llegan los cantos de reunión
donde no éramos quienes bailábamos
ahora
las hilanderas
miden la carrera vertiginosa
de tornar en hierro
esta piedra
Muertos
Se han mordido unos a otros
en desesperación
Tendidos
con los ojos abiertos
esperan
Derramo el vino sobre mi cuerpo
La comida me llega hasta el cuello
No me levantaré
Mis ojos
pasean por las calles
vagabundos lisiados
su adición o desaparición nada agrega
El mármol blanco
de las ciudades poderosas
me reprocha creer
que el sol descenderá
sobre esta ciudad
Frío
Todo atraviesa cansado
recuerdo el tiempo
y no hay alivio
La Iglesia
El espejo
Palabras


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