Montserrat Armas (España, 1969), traductora y doctora en Filosofía, ha dedicado gran parte de su carrera al estudio de autores capitales de las letras alemanas: junto a Rafael-José Díaz tradujo El mundo como voluntad y representación (Akal, 2005) de Arthur Schopenhauer, además de En mitad de la vida. Poesía completa (Igitur, 2007), de Hermann Broch. En solitario ha traducido pequeños textos de Friedrich Nietzsche, Thomas Mann, el ensayo Beethoven, de Richard Wagner (Caligrama, 2021), y el segundo poemario de Else Lasker-Schüler, El séptimo día (Libros del Innombrable, 2024). Junto con ello, Armas destaca por haber vertido al español las obras más importantes de Georg Heym, uno de los poetas alemanes más representativos del temprano Expresionismo. La más reciente —y que da lugar a esta entrevista— se trata de Umbra vitae (Galaxia Gutenberg, 2024), edición en la que destaca su ponderable trabajo investigativo, la inclusión de los grabados que Ernst Ludwig Kirchner preparó para la reedición de 1924 en la editorial Kurt Wolff, así como un importante apéndice que reúne fragmentos necrológicos, las tempranas notas críticas sobre la vida, la muerte y la obra de Heym. Este estudio preliminar complementa los que acompañan la traducción de otras dos obras importantes de Heym: El día eterno (Trotta, 2018) y Maratón y Tetralogía de otoño (Las migas también son pan, 2021).
El trabajo de traducción de Montserrat Armas destaca por igualar la fuerza de imágenes del original con un lenguaje rígido, a ratos reflejando el tañido martilleante de la rítmica de Heym, aunque abandonando la métrica y la rima. Como indica, de la mano de Walter Benjamin, “el traductor ensancha su propia lengua” logrando que la obra “se expanda y se renueve”, con inevitables pérdidas, pero también con ganancias. Creemos que con la aparición de Umbra vitae —siguiendo las palabras del crítico y también poeta expresionista, Ernst Blass— vuelven a florecer esos sonidos, esa magia, esas tormentas que hacen de la voz poética de Heym un llamado imperecedero.
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Entrevista a Montserrat Armas
¿Cuáles son los diálogos que puede establecer una poesía como la de Heym, de hace más de un siglo, con los lectores del presente, sobre todo en español? ¿Ha cambiado ese sentido fantasmagórico, apocalíptico, que anunciaron los expresionistas?
Creo que, desgraciadamente, estamos en un momento afín para que la poesía de Georg Heym conecte con los lectores en español, y en cualquier otro idioma, ya que a todos nos afectan los problemas globales de nuestra sociedad actual, que nos están arrastrando a todos al abismo. Es este sentimiento de vivir en la proximidad del abismo el verdadero protagonista de la poesía de Heym. En ese territorio frágil se hacen cada vez más visibles sus peculiares habitantes que viven hostigados por la locura, la enfermedad y, finalmente, la muerte. Todo esto da forma a la particular estética de lo feo del poeta.
Heym fue muy crítico con su época. Rechazó los fundamentos de la sociedad burguesa que dirigían al ser humano hacia una catástrofe anunciada, y proclamó, junto a otros escritores y artistas expresionistas, la necesidad de un profundo cambio social y político: la necesidad de una “revolución” que redujera su sociedad a cenizas para poder empezar de nuevo, como única salida para combatir ese sentimiento de “hastío vital” provocado por la circularidad de nuestros pasos, la repetición sin fin de nuestros errores. Tanto la necesidad de cambio como ese sentimiento de hastío son puntos fundamentales que conectan a los lectores de hoy día con la obra de Heym.
Heym tuvo sus propias visiones apocalípticas y nosotros tenemos las nuestras, pero el sentimiento de ansiedad, de inquietud, de angustia que nos rodea y la necesidad acuciante de un cambio son compartidos.
La muerte temprana de Heym lo une a otros malogrados genios creativos de la literatura, como Büchner o Lautréamont, a los que se unirían más tarde Borchert o el canario Félix Francisco Casanova. ¿Cuál es el lugar que ocupa Heym en este trágico gremio? ¿Es el signo de muerte que persigue a los prodigios?
Sí, hay una creencia romántica sobre de esto. Hace años, cuando estudiaba en la universidad acudí a una curiosa conferencia que hablaba sobre la “locura del genio”. ¿La muerte y la locura (a veces ambas están relacionadas) persiguen a los genios de todos los ámbitos de la cultura? No lo creo en absoluto. La realidad es que la locura es algo que en absoluto comparten los genios, pero la muerte sí que es una compañera inseparable: a veces se muere por una enfermedad, como fue el caso de Georg Büchner o de Lautréamont, o, en el caso de Heym y de Félix Francisco Casanova, por un desafortunado accidente, o por suicidio como ocurrió con el joven Heinrich von Kleist. Hay muchos ejemplos de muertes tempranas en todos los campos de la creación (escritores, músicos, artistas plásticos, etc.) con los que podemos crear asociaciones y sacar diversas conclusiones. Yo, realmente, en lo único que pienso, como lectora, cuando ocurre una desgracia de este tipo, por ejemplo, en el mundo de la literatura, es en lo que nos empobrecemos con estas muertes, en las futuras obras que quedarán definitivamente enterradas y en la sensación de orfandad que nos dejan.
Recordamos especialmente el poema “Los indolentes” (El día eterno), en cuyo recuerdo Heym señala al poeta como uno de ellos, pero también como “el que percibe la maldad del necio”. ¿Cómo resuena esta voz de Heym para los poetas de hoy en día?
Cuando se lee este poema sentimos, a pesar de todas las palabras que se usan para infundir calma, que el poeta está describiendo, gracias a su “capacidad visionaria”, la tranquilidad que precede a la tormenta. Creo que Heym está hablándonos de su propia “sociedad de necios”: la aparente calma en la que vive el ignorante, para quien todo funciona. Esa ignorancia, que causa tanto mal y que el poeta denuncia, es lo que define la sociedad de la indolencia, del hastío, de la que también forma parte. El temperamento cambiante de Heym (en unas ocasiones eufórico y en otras depresivo) le llevaba a creerse un revolucionario o a sumirse en la más absoluta inactividad e indolencia. Pero por encima de todo esto está en Heym la idea del “poeta visionario”, como se le llamó en muchas ocasiones. El poeta extraía muchos de los temas de sus poemas de sus sueños visionarios: algunos estudiosos de la poesía de Heym apuntan que predijo la Gran Guerra e incluso su propia muerte ahogado en las aguas heladas del Wannsee. Quizás aquí está el mensaje de Heym para los poetas que iban a sobrevivirle: la poesía debe hablarnos de un ámbito de la realidad desconocida, de una realidad encriptada. Esto es lo que complica la labor de traducción de la obra poética de Heym, llena de imágenes que proceden de sueños y colmada de premoniciones. A veces he sentido que para traducirlo bien habría que imaginar o soñar los propios sueños del poeta.
En la nota a la traducción de El día eterno, publicado por Trotta (2018), declara haber tenido la libertad de elegir tanto al poeta como al poemario, pero no confiesa sus razones. Personalmente, ¿por qué Georg Heym? ¿Qué otros poetas estuvieron en la lista?
Cuando leí a Georg Heym por primera vez fue hace ya bastantes años en una edición de la Editorial Hiperión (1982), en la que aparecen representados tres poetas: Georg Trakl, Ernst Stadler y Georg Heym traducidos por Jenaro Talens (Hiperión, 1998). A Trakl ya lo conocía, a Stadler no, pero la poesía que más me atrajo fue la del más joven de los tres poetas, Georg Heym. Después de algunos años, compré su Obra Completa en alemán y finalmente pensé que era una gran pérdida que el lector en castellano no pudiera beneficiarse de su talento poético. Desde hace ya algunos años mi tarea más importante, junto a otras más pequeñas, ha sido traducir su poesía. Hasta ahora he vertido al castellano tres libros y uno de sus mejores cuentos desgraciadamente olvidado, “La ciudad de plomo” (que publiqué en la revista digital peruana Vallejo & Co., 2014). Actualmente estoy traduciendo otro libro de Heym, posiblemente el último, para el que me han concedido la Ayuda a la Creación del Ministerio de Cultura español, ayuda que agradezco muchísimo no solo por la cuantía económica, sino porque para mí significa un reconocimiento en el ámbito de la lengua en castellano al valor de la poesía de Heym.
Mi especial afinidad con la poesía de Heym no aminora mi interés por otros autores y otras autoras. Acabo de publicar un libro de una de mis poetas preferidas, Else Lasker-Schüler, El séptimo día (1907), en la editorial española Libros del Innombrable, pero realmente me interesan muchos nombres que comulgaron con el movimiento expresionista. Deseo, a lo largo de los próximos años, seguir desvelando a los lectores en castellano algunos de esos nombres. Y para ello, espero que las editoriales sigan confiando en mi trabajo y en mi buen juicio a la hora de elegir tanto a los autores y a las autoras que quiero traducir como sus obras.
Esto define muy bien mi forma de trabajar. No soy, o no suelo ser, una traductora que traduce por encargo de las editoriales, sino que me gusta tener absoluta libertad para elegir a quienes traduzco y lo que traduzco. Esto conlleva sus riesgos porque puede suceder que una obra se quede sin publicar (nunca hasta ahora me ha sucedido), pero estos riesgos se minimizan cuando tu verdadera motivación es conocer por puro interés personal a un autor/a. Si al final la obra se termina publicando, genial, y si no, lo peor que puede ocurrir es que me haya enriquecido con una nueva lectura y con el conocimiento de otro escritor o escritora.

Cuando se habla de los representantes del Expresionismo literario, la lista suele restringirse únicamente a hombres, aunque en muchas de sus obras esté marcado el componente femenino. Este no es el caso en la pintura, pero en poesía pensamos de manera exclusiva en Else Lasker-Schüler, cuya obra ha tenido un trabajo de traducción no menor en nuestro idioma, también en otras voces menos conocidas como la de Henriette Hardenberg. En este contexto, ¿cuál es el lugar de la literatura expresionista escrita por mujeres?
Creo que las mujeres escritoras vinculadas al Expresionismo tuvieron un cierto reconocimiento y publicaron sus obras en las principales revistas del momento como Die Aktion o Der Sturm y también en editoriales. Escribieron novelas, cuentos, poesía y teatro, y sus obras reclaman la igualdad sexual, social y espiritual entre mujeres y hombres. Está el caso de la poeta Henriette Hardenberg, ya mencionada, que estuvo vinculada a Die Aktion y mantuvo amistad con escritores destacados del Expresionismo y con escritoras de un cierto reconocimiento en aquel momento como Emmy Hennings (que se movió entre el expresionismo y el Dadaísmo) o Claire Studer-Goll, así como con la gran poeta Else Lasker-Schüler. Hubo, además, algunas otras escritoras expresionistas como Elisabeth von Janstein (representante del tardío Expresionismo), Ingeborg Lacour-Torrup con publicaciones en Der Sturm, Mechtilde Lichnowsky, y muchas más. Todas estas escritoras han quedado en la sombra, pero ya sabemos lo difícil que siempre ha sido para las mujeres sobresalir en un mundo de hombres.
Sin embargo, podemos decir que la poeta más destacada del Expresionismo fue, sin duda, Else Lasker-Schüler y su reconocimiento ha llegado hasta nuestros días intacto. Su carácter y, sin duda, el valor de su poesía fueron los que la colocaron al nivel de los mejores poetas contemporáneos que reconocieron el valor de sus obras (como August Stramm, Alfred Lichtenstein, Georg Trakl, Gottfried Benn, Walter Hasenclever, Paul Zech, entre otros.) Fue la única poeta que apareció representada en la antología de textos literarios Das bunte Buch (Kurt Wolff Verlag, Leipzig, 1914) y posteriormente en la prestigiosa antología de poesía expresionista Menschheitsdämmerung. Ein Dokumment des Expressionismus (Ocaso de la humanidad. Un documento del Expresionismo), editada por Kurt Pinthus y publicada en 1919 en una pequeña editorial y un año más tarde en la reconocida Editorial Rowohlt.
¿Cómo fue el paso de la traducción de prosa filosófica (entre los que se cuentan Schopenhauer, Nietzsche, entre otros) a la traducción de poesía?
Es cierto que mi formación es filosófica, pero siempre me han interesado filósofos que han influido en la literatura y en el arte. Arthur Schopenhauer y, sobre todo, Friedrich Nietzsche, que son mis principales intereses filosóficos, están a la base del Expresionismo y han influido, en mayor o menor medida, en los autores que hasta ahora he traducido: Richard Wagner fue un gran lector de Schopenhauer y amigo de Nietzsche; Georg Heym conocía muy bien la obra de Schopenhauer y de F. Nietzsche, como muestra su diario; en la obra de Else Lasker-Schüler hallamos influencias claras de Así habló Zaratrustra; Hermann Broch fue un gran lector de El mundo como voluntad y representación, como refleja el ejemplar subrayado de su biblioteca. Mis conocimientos filosóficos me han ayudado a comprender mejor las obras de estos escritores.
De todos modos, con los años, mis intereses se han ido escorando hacia la literatura que es, casi exclusivamente, lo que leo ahora mismo. En ella he encontrado una fuente infinita de grandes escritoras y escritores, así como de inteligentes traductores y traductoras, que he convertido en mis maestros, pues han afianzado mi interés por la traducción literaria y me han dado el valor para atreverme con la traducción de poesía, que significa entrar en un nivel de mayor dificultad. Es una tarea que puede parecer, en principio, poco aconsejable. Hay que meditar mucho la elección de las palabras, pues es importante no solo su significado, sino también su sonoridad, y el alemán es un idioma aglutinante. La verdad es que traducir poesía es la tarea más próxima a la creación/recreación. Los versos son imprevisibles (como en la prosa), el lenguaje te sorprende continuamente y las decisiones son muchas veces osadas. Y tienes que superar de alguna manera las limitaciones de tu propio idioma, pero sin empobrecer el original.
Creo que yo misma he sido la primera en sorprenderme de haber terminado traduciendo poesía, pero reconozco que cada vez me interesa más. Traducir poesía es un buen entrenamiento para los traductores: siempre te obliga a salir de tu zona de confort. Por tanto, para mí responde a un reto personal como traductora o, quizás, a mi nivel de exigencia y a mi carácter perfeccionista, que es siempre una tortura. Cuando traduces una obra en prosa siempre se corre un enorme riesgo de que se cuelen errores (aunque son menos perceptibles que en poesía), porque no puedes abarcarla en su totalidad. Un poema es algo que, a veces, puedes incluso, si no es muy extenso, abarcar con la mirada y revisar hasta que quede perfecto, si es que la perfección existe.
Con las traducciones publicadas que ya cuenta en su haber, detectamos una inclinación por aquellos filósofos y poetas que en cierto modo desvelaron una degradación espiritual en Occidente: la degradación de los valores, como diría Hermann Broch, el canto apocalíptico de Heym, las exhortaciones de Nietzsche o Schopenhauer. En ellos también refulge el sentido por la belleza, tanto lírica como musical, como lo sugerirían sus estudios sobre Wagner y Thomas Mann. ¿Cómo ha sido ese camino de formación lectora? ¿Es una de las razones por las que su interés se concentró en el Expresionismo?
Desde el momento en que me interesó el mundo del arte y, en concreto, el de la pintura (y de eso ya hace mucho), me incliné por la estética del Expresionismo: la manifestación artística de un periodo tan convulso como productivo, en el que cada artista se expresa libremente con su propio estilo y sin reglas. Más tarde profundicé en la filosofía del primer F. Nietzsche, durante mi carrera, y, en concreto, en El nacimiento de la tragedia, tema de mi tesis doctoral, y él también me llevó al Expresionismo. Por la misma época, me adentré en la literatura para ampliar mis conocimientos sobre este movimiento artístico, y durante esta búsqueda leí o, en algunos casos, releí a Georg Trakl, Kubin, Franz Werfel, Ernst Stadler, Else Lasker-Schüler, Jakob van Hoddis, Karl Kraus, Walter Hasenclever, Alfred Döblin, Franz Kafka, etc. La lista es infinita, pero en ella estaba presente la prosa, la poesía y el teatro. Y fue por esta época cuando me tropecé con la poesía de Georg Heym.
Lo que quiero decir es que fueron varios intereses y sobre todo el arte y la filosofía, en ese orden, los que me llevaron a descubrir en profundidad la riqueza del movimiento expresionista.
Finalmente, ¿cómo encuentra el panorama actual de la traducción en Hispanoamérica? ¿Sigue siendo un ejercicio de solitarios, como lo sugería su trabajo en la España insular?
Pienso que la traducción en todas partes es siempre un trabajo en solitario, aunque se realice una traducción a cuatro manos, y sobre esto también tengo alguna experiencia anterior cuando traduje, ya hace años, a Arthur Schopenhauer y a Hermann Broch junto a Rafael José-Díaz (escritor y traductor), lo cual fue toda una experiencia de aprendizaje y un lujo.
Traducir es una labor que necesita tranquilidad, tiempo, reposo y distancia, sobre todo cuando traduces poesía. Y para realizar bien esta tarea no solo se debe leer la obra en cuestión y verterla directamente a otra lengua, sino que implica un trabajo de investigación paralelo sobre el autor y su época (conocer al autor y sus circunstancias). En esto sigo al pie de la letra la máxima de Ortega, “Yo soy yo y mi circunstancia”, para intentar acortar la lejanía que siempre separa al traductor del autor, sobre todo cuando se traduce a autores fallecidos hace ya mucho tiempo y el diálogo directo con ellos es imposible. Aunque la distancia, como nos advierte Gadamer, “nunca llega a superarse por completo”.
Finalmente, todo este enriquecimiento personal sobre el autor necesito hacérselo llegar también al lector, y por eso mis traducciones se acompañan siempre de un prólogo, de notas, a veces de un apéndice y, por supuesto, de la imprescindible nota a la traducción. Aquí es donde descubro que se me hace difícil disociar mi vena académica de mi tarea de traducción. Hacer una traducción a secas es para mí como si dejara un trabajo a la mitad. Cada uno de mis prólogos es una guía que vincula al autor con su obra, y esa es una cortesía que debo al lector.



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