La fecunda actividad intelectual del escritor argentino Ángel Faretta ha ponderado su figura como una antena del espíritu erigida en el centro de la herencia espiritual y filosófica de Occidente. Poeta, ensayista, traductor, narrador, filósofo, teórico del cine; acumula en su haber más de una docena de libros que, desde 1993, fecha en la que se publica su primer poemario Datos tradicionales, hasta su más reciente libro de relatos fantásticos: El invierno que viene (2024), han legado precisiones, señales y conjunciones cuya resonancia en el pensamiento no dejarán indiferente a la postrera generación de lectores. Euforia y melancolía es el nombre de la presente selección de aforismos y epigramas que nos revelan una nueva faceta del escritor. El título no miente. La brevedad de la muestra se orquesta en torno a los humores mencionados; la medida exacta entre la pócima amarga del aforismo y el electuario euforizante del epigrama. “A un pensamiento que le es dado el expresarse mediante esta forma —escribe el autor— lo detiene y acota el humor de la melancolía y lo despierta y empuja el acicate de la furia”. Redimir la afección del intelecto con la robustez de la palabra, he ahí la tarea del escritor. No puede ser de otra manera. Por lo anterior, un aforismo es siempre el resultado de una pugna espiritual cuyo único testigo es el silencio. Fiel reflejo de ello es el estilo de Faretta; estilo que podría ser entendido a todas luces como una conspiración de los astros. Nacido el 21 de abril de 1953, su venida al mundo recuerda el aniversario de la fundación de Roma. Más que una decisión, el tono epigramático de su pluma fue un dictamen del destino. El estilo romano encuentra su talante lapidario en obras que comparecen ante el infalible juicio del tiempo como un “monumentum aere perennius” —de acuerdo con la sentencia horaciana. Pero una cosa no quita la otra. Mientras que la melancolía piensa, la euforia lapida.
Juan Pablo Rojas
EUFORIA Y MELANCOLÍA
Aforismos y epigramas
Ángel Faretta
Y como máxima, el pensamiento según
el cual el sabio debería encontrarse al destino siempre en état d’epigramme
es hermoso y auténticamente cínico.Friedrich Schlegel, ”Fragmentos del Lyceum”
Cómo nos defendemos de lo que sabemos.
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El padre domina por presencia o por ausencia…
Comprender al padre, ¿es repetirlo?
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Todo descubrimiento da la prueba de quien lo hace.
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Todo amor tiene algo de compasión.
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La impuntualidad es una suerte de manifiesto, de declaración de principios del egoísmo.
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Llegar tarde es declarar la guerra, es iniciar las hostilidades del yo. Muchos existen para llegar tarde.
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La timidez es la forma más delicada del egoísmo.
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Uno de esos anarquistas subvencionados por el estado francés, para que investiguen cómo destruir el propio estado; tarea en la cual son superados por los propios gobernantes.
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La mayor parte de los hombres busca una causa para traicionarla.
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El residuo del sabio es el alimento del necio.
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Todo el mundo es emisario de otra cosa.
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Las potencialidades que no se actualizan tornan a la diferencia en sufrimiento.
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En la vida, como en el conocimiento, todo es ancla o remo.
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Así nos hacen y nos deshacen, nos deforman a toda hora y con esa sombra tenaz y persistente, con ese fantasma creado con desechos de nosotros mismos, tenemos que bregar y cargar a un tiempo.
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Estamos enganchados a una máquina loca, a una locomotora desenfrenada que ha perdido todo control y toda dirección, y que para disimular su inoperancia y su errática locura no hace otra cosa más que acelerar y acelerar.
El que la conduce es un demente con aristas de payaso y de tecnócrata que no cree en nada pero que debe simular, paralelamente a su aumento de velocidad a la máquina, travestirse sucesivamente de las más diversas máscaras; asumir los más diferentes disfraces para que así no podamos ver su verdadero rostro y su verdadera meta: la nada.
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A toda cima se sube solo, ay.
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Todo lo gracioso termina por hartar.
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Lo que fue poema será realidad.
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Epigramas y aforismos. A un pensamiento que le es dado el expresarse mediante esta forma lo detiene y acota el humor de la melancolía y lo despierta y empuja el acicate de la furia.
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Que nuestras máximas y aforismos se parezcan a nosotros; pero que se nos asemejen como cuando estamos desnudos, dormidos, o lúcidamente borrachos.
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Compasión y piedad es saber de y sobre los otros, y aun así entristecerse.
Fanatismo, en cambio, es saber sobre los demás y alegrarse por no ser así.
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Recogemos el fruto de nuestro trabajo en forma de empacho, compota o semillas para un nuevo manzano.
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Las carencias de los otros nos irritan porque son pasos escalonados que nos conducen al altillo de la soledad.
Y otras nos empujan al sótano del aislamiento y la emboscadura.
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Napoleón no fue sólo un hombre tardío, sino que se tardó tanto que llegó trayendo ya señales inequívocas de actualidad; sus pasos lindaban con los umbrales de la época contemporánea embarrando felpudos y dinteles.
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Perverso es repetir como estéticos aquellos pasos, gestos y acciones que anteriormente nos repelieron como éticos.
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La belleza de un aforismo o la redondez de un epigrama permite que nos sintamos momentáneamente por encima incluso de aquello mismo que intentamos decir.
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Nadie le concederá a ningún contemporáneo el título de genio; salvo para sacárselo de encima; o para enterrarlo en el olvido.
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El tedio y el miedo, los dos grandes condimentos humanos. Sólo del segundo participa el animal.
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El que se queda un poco atrás puede ver las cosas con mayor perspectiva.
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Lo único que diferencia a la ilustración alemana de la francesa es que aquélla se desesperó más lúcida y rápidamente sabiendo ver de inmediato las limitaciones en las que se movían sus luces que no eran más que linternas sordas haciendo arabescos sobre las oscuras y húmedas paredes de un altillo más que atestado de trastos, pelucones, retratos de familia mohosos, y agrietados moldes vaciados en yeso con figuras de dioses paganos con los ojos ciegos.
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El emitir concesiones exculpatorias o circunstancias atenuantes a aquellos que hemos ya condenado en alguno de nuestros juicios sumarios, se asemeja a una traición a nuestra inteligencia y a una desobediencia a nuestro espíritu.
El perdón es otra cosa.
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Cierto argentino de clase media y porteño parece un personaje que se siente colado a una fiesta que él mismo ha organizado en su casa y pagado de su bolsillo; para sentirse todavía más aceptado por unos perfectos desconocidos, que se atiborran de comida y tragan a cuatro carrillos, que beben y comen a sus costillas y que improvisan primero bromas cínicas para luego llegar a las diatribas contra el dueño de casa.
Cuando los invitados se han zampado hasta la última miga, y bebido hasta la última gota; más aún, cuando han arramblado con los cubiertos, la platería, los manteles y hasta con los cables de la instalación eléctrica, nuestro personaje, solo, entre las ruinas, y con una profusa resaca, empieza a insultar entrecortada y furiosamente a los cimientos sobre los que edificó su vivienda.
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El culto indiscriminado y bobalicón a la juventud es un culto a la propia impotencia de los adultos reduplicada por una ilusión perversa.
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La inteligencia tiende, por su propio peso, a tornarse hábito; en este ámbito habita hasta que debe nuevamente volver a salir de ella, muchas veces huyendo in extremis; el hábito es la casa de la inteligencia.
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Entusiasmo: lo divino, Dios en nosotros; hoy esto aterra, distancia o provoca envidia; una paradójica envidia ya que se desea el efecto y no la causa que produce el efecto.
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El neo romanticismo contemporáneo, un romanticismo sin sujeto, gusta solamente de exacerbar histéricamente el modo y la retórica de ciertas rebeliones que ya se han producido, pero de signo contrario.
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El romanticismo fue un prólogo profético a lo que pasó y sigue pasando en la modernidad, en cuanto era técnica y liberal, y lo neo-clásico el correspondiente museo de cera en retaguardia momificando algunos valores, que son valores en tanto que muertos.
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Muchos supuestos conservadores son en realidad necrófilos estéticos.
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Nuestra época tiene unos impensables, inadvertidos y paradójicos guardianes en la simétrica falange compuesta de románticos y conservadores: unos enterrando prematuramente lo que todavía está vivo, y los otros adorando estéticamente las cosas muertas.
Usher y Renfield son sus emblemas respectivos.
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Amo lo que todavía no existe, dice el romántico; adoro lo que está muerto, dice a su vez el conservador neo-clásico.
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El mucho anhelar lleva al delirio; el extrañar demasiado a la momificación.
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Para algunos las cosas no se han cumplido lo suficiente, por lo tanto hay que seguir demoliendo; para otros las cosas ya se han cumplido hace tiempo y definitivamente, por lo tanto hay que seguir enterrando.
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El romántico quiere seguir escalando cumbres nevadas que ya han sido holladas y fotografiadas como deporte; el conservador seguir bajando a sótanos y criptas que ya han sido excavadas como arqueología.
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El romántico se hiela en las cimas de su propia exaltación lisonjera, y el conservador se abraza en las simas de su momificación vergonzante.
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Nos abruman dos cosas: el grito de “más arriba” y el murmullo de “sigamos bajando”.
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La reforma es siempre protestante; cuando deja de protestar se vuelve puritanismo.
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La corrección política es el último avatar del puritanismo, pero ya sin el más mínimo resto de pureza o, siquiera, de obsesión por la pureza.
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El estúpido, brutal despertar de nuestras propias fantasías al descubrir que eran también las fantasías de los otros y ahora reduplicadas a la luz del día en ese enorme espejo ustorio tecnificado de esta última etapa de la movilización total.
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Ciertas cosas nos conminan a pensar, otras a olvidar, y aún otras a echarnos a dormir.
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Un estado de ánimo puede juzgarse por los olvidos de los que somos capaces.
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La melancolía hasta ayer era un camino, hoy puede ser una de las paredes que agregamos a nuestra prisión.
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Hay una relación entre lo que pensamos y lo que vivimos, en lo particular, y aquello que pasa en lo general: lo que llamamos Historia.
Eso es parte de aquello que puede entenderse o llegarse a comprender sobre la “mente” divina.
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La confusión es grande, el temor enorme, y la angustia es el cochero que maneja las riendas de ambos caballos desbocados.
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En los epígonos extremos suele culminar, anquilosándose hasta la parodia, una retórica regente poco tiempo atrás.
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Existe una vergüenza o un extraño pudor en sobrepasar aquello que, para algunos, fue la base de la cual partimos y en la cual nos afincamos en nuestra inmadurez; así como ciertas plantas, una vez vigorizadas por el humus contenido en la maceta, llevan a sus propias raíces a expandirse y terminan por agrietarla; a menos que se la trasplante a la misma tierra.
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Más sabemos, menos comprendemos; más nos reclaman, menos escuchamos.
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Tenía ese dejo de disfraz al igual que todos los extremadamente elegantes.
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Podría decirse que los franceses se han movido en gran medida intentado refutar el Eclesiastés.
Donde éste dice una y otra vez: “No hay nada nuevo bajo el sol”, aquellos intentan a cada rato encontrar o fabricar alguna…
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El olfato es el sentido más discriminatorio de todos. El tacto es cobarde; el gusto puede ser sobornado con facilidad; la vista y el oído son dos perpetuos y móviles adolescentes; pero el olfato es un implacable aristócrata.
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Que tu vida sea comparable a las amistades que abandonaste.
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Humilla el don que no perdura.
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En toda manía hay una verdad.
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Hasta qué punto la confianza no se parece a la indiferencia.
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Existe un riesgo incalculable en adelantarse a cumplir los deseos de los demás.
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En la repetición ya hay estilo.
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El estado de una sociedad puede medirse en base del estado en que se encuentra su frivolidad.
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Extrañar es sobrevalorar.
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El arte es selección, la vida elección.


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