[ lectura y crítica ] 

Fragmenta Musicae — Ismael Gavilán

Fragmenta Musicae

Por Ismael Gavilán

1.

La insipidez de ciertas palabras evidencia la presencia para nada envidiable de un dios mudo.

2.

La música de Mahler no sólo es irónica por hacernos oír el preanuncio de la espectacularidad estética en un marco “postmoderno”, sino que es irónica al hacernos recordar, en un contexto de total administración racional y nihilismo burlesco, como es nuestra época, mucho de lo que nos gustaría olvidar con todas nuestras fuerzas: en primerísimo lugar a Dios y por ende el pecado y el Infierno.

3.

Preguntar, “¿qué es la música?” es un modo de plantear con otras palabras la vieja pregunta  “¿qué es un ser humano?”.

4.

La música como sanación es la bendita indulgencia para con nuestra fragilidad inherente. Así, una de las seducciones superiores que posee es que posibilita reconocernos continuamente enfermos.

5.

Una hora de Bach es la fidelidad inconmensurable a un atisbo de infinito con sólo nuestra precariedad como referencia.

6.

La primera vez que oí Wozzek de Alban Berg, aprendí que hasta la desolación más destructiva posee una forma que nada tiene que envidiar a la perfección.

7.

La música como arte del consuelo, actúa como misteriosa paradoja: en vez de cicatrizar, nos abre más y más nuestra herida. Y como ella, al extinguirse, desaparece cuando se volatiliza embriagada de su propio peso.

8.

No puedo dejar de imaginar la música como la circunvalación que hacemos del silencio. Algo parecido a lo que un pecador desesperado hace cuando desde abajo observa con embeleso la prístina transparencia de la túnica de un ángel.

9.

La música es vacía e indolora. Su gramática es oculta, simbólica y distante. La música es la mirada despectiva de un dios que sólo por curiosidad no deja de ser indulgente con sus tristes criaturas. La música sólo es en sí misma. Y sin embargo es la cosa más perentoria y necesaria que precisamos para justificar nuestra vida.

10.

La música de Mozart es el recuerdo estremecido de algo que sólo podemos nominar como Paraíso, pero sin la necesidad de oír a Dios haciéndonos preguntas.

11.

Ninguna mirada, ningún contacto físico posible, ninguna palabra pronunciada como el más intenso gesto bondadoso podrá jamás ser equivalente a la posibilidad de consuelo que podría otorgar una melodía que aún no hemos oído.

12.

Cuando en medio de una música que nos subyuga (una breve pieza para piano de Schubert, un cuarteto para cuerdas de Brahms, una melodía de Coltrane, Davis o la voz envolvente de Kirsten Flagstad o Ella Fitzgerald) vemos subir nuestro entusiasmo y nos decimos a nosotros mismos: “¡Dios, que esto no concluya nunca!”, es que hemos encontrado el país perfecto para cumplir nuestro exilio.

13.

Una y otra vez, en la mañana, al despertar, es sano hacer un ejercicio espiritual de humildad: repetirse a uno mismo la realidad no es verbal, la realidad no es verbal.

14.

La sensación de intemporalidad que suscita la música de Bach es semejante a esa autoconciencia respecto de nuestra respiración y de la que nos percatamos por primera vez en algún instante de la infancia. Esa percepción que hasta ahora marca el ritmo de nuestros parpadeos o nuestros pasos.

15.

Permanecemos en silencio ante el mar que se repite, que se levanta, que vuelve y avanza, que por avanzar regresa y nos invade. El vaivén perpetuo que nos imanta en la recaída que nos envuelve entre asombro y placer, entre deseo y respiración, que fija nuestra respiración. Así, la música nos rodea y se nos adentra en la epidermis misma de nuestra sensibilidad, en el precipicio que es nuestra piel. Porque la música es infinita como el mar.

16.

La música nos murmura el nombre de aquello que amamos: la presencia pura que se vuelve movimiento y que alejándose de nuestro deseo, nos lleva a rozar la piel del instante. En ese roce perdemos la identidad, perdemos el lenguaje, perdemos lo que creíamos posible de nominar bajo nuestra frágil consciencia. La música nos lleva a sabernos siempre en pérdida, nos lleva a amar la pérdida incluso sobre aquello que amamos.

17.

Volver a esos lugares donde se quiebra el silencio por motivo de nuestras lágrimas. El extravío de la penumbra maternal que nos arrastra hacia la mudez donde no alcanza la voz de la propia lejanía. Esos lugares que son el cuerpo sonoro de la ausencia, que son el ahogo de nuestro nombre que busca ser dicho. Esos lugares que son el rostro sin rostro del tiempo, indistinto, pero fiel y ajeno. Esos lugares que son la música

18.

Yo quería tus palabras más que tu sonrisa. Quería tus palabras más que tu mirada. Tus palabras eran el umbral de la extrañeza. Las deseaba más que a tus delgados dedos invisibles. Las quería, sí. Vivía anhelándolas. Las soñé infinitas veces. Padecí el no oírlas cuando estabas ausente. Quería tus palabras. Pero no para saberlas, entenderlas o responderte. Menos para poseerlas. Las quería para sentir la respiración de tu sangre, para tratar de entender la misteriosa manera que tiene el aire para reiterarse a sí mismo. Quería atreverme a sentir si acaso el sonido de tu voz era el mar donde era posible el naufragio.

19.

La música nos hace volver a un país sin retorno. Nos reitera una y otra vez el nacimiento que precede a la respiración y al lenguaje. Nos hunde en el magma que nos balancea caprichosamente más allá de lo que pretendemos decir. Devora nuestro dolor porque es el dolor y hace que reconozcamos que el nuestro fue una imagen desgastada y aproximativa. La música nos atrae como el oleaje al cuerpo. La música es el oleaje. Y también es el cuerpo. Es el aliento desnudo que repite una y otra vez la queja de las cosas que se saben mudas de sí mismas. La música es saber oír el monótono ritmo del agua en el vientre del silencio tal como Jonás oía el vacío al interior del Monstruo.

20.

Es altamente sugestivo saber, según un viejo refrán chino, que la música de una época determinada es el mejor informe sobre la condición profunda del Estado.

21.

En su intensidad, la música permite tomar distancia de nosotros mismos. Nos facilita tolerar nuestra propia voluntad disolutiva sin miedo a la culpa.

22.

Una plegaria es la inmovilidad del silencio que se vuelve fecunda. Por eso la música es fértil.

23.

Detrás del sonido articulado, está el ritmo. Detrás del ritmo, están las palmas de las manos alternándose indistintas. Detrás de las palmas de las manos, están los pies desnudos dando saltos en la penumbra dibujada por el fuego. Detrás de los pies desnudos, está el animal que pisotea a su presa. Detrás del animal, está otro animal. Y detrás de ellos, está la sangre de los ojos desorbitados, expectantes. Y delante de todos, el cuerpo despedazado de Orfeo.

24.

Quizás la música es lo que nadie llega nunca a saber, diciendo lo que las palabras callan al creer decir.

25.

Parece que si acaso hay música, Dios es puro silencio.

26.

No hay condiciones para la música: sube, invisible, como la marea con lentitud imperceptible a su favor. O es súbita en su arrebato como esas lluvias inesperadas al finalizar la primavera.

27.

Donde existe el dolor, la música dibuja la cartografía exacta de un mapa imposible.

28.

Necesito la música de modo vergonzante e impúdico. Sin duda alguna es consuelo y también éxtasis. Probablemente, la única expresión en que el dolor se vuelve apetecible y justifica ser reiterado una y otra vez.

29.

No hay abandono. Sólo el continuum de una melodía callada y tenue que hace tiempo dejó de ser palabra.

30.

No existe un solo sonido que contenga dentro de sí mismo la semilla de una ausencia.

31.

La sensación nebulosa de ese instante en que el dormir nos abandona, pero donde la conciencia aún no adviene plena, donde con los ojos cerrados palpamos gotas de luz que se filtran, pero que una voz interior nos señala como necesidad de aun permanecer ahí, en ese vacío transformado en antesala de algo. Es en ese límite donde puede sentirse la más cercana similitud no auditiva de experienciar la música.

32.

Intuyo que la secreta ventaja de la música por sobre las otras artes no radica necesariamente en su invasiva inmediatez, sino en algo más sutil que nos puede llevar a las fronteras de la desesperación: que si en ella sólo aconteciera lo que estaba previsto, entonces no ocurriría nada. Toda música es disrrupción permanente.

33.

La música es al deseo un afán de apetencia nunca cumplido y donde la abolición del “yo” no es consumación, sino anhelo de una alteridad vuelta imposible.

34.

Nuestra precariedad se hace presente cuando la música nos deja en evidencia la maravillosa perfección a la cual jamás tendremos acceso.

35.

En tanto disolucion infinita, la música es quizás la única experiencia que permite que mi “yo” se difumine sin temer la muerte.

36.

Hay un obsceno regocijo en oír el silencio entre la filigrana armónica de una pieza musical que amamos. Ese silencio es el lado oscuro de un rostro que nos seduce. Una invitación a “oír del revés” aquello que creemos transparente.

37.

Una de las más maravillosas paradojas de la música es que nos incita a vivir la vida sin apoyo alguno dentro del espacio: todo se vuelve flujo, pura deriva.

38.

Nietzsche dice que no es posible diferenciar a las lágrimas de la música. Esa verdad íntima, tan inexplicable para nuestra sed de conocimiento, delata el inconfesado deleite de querer sentir en y por la música , el lenguaje cifrado del paraíso perdido.

39.

La infinitud del mar es la única compensación tolerable a la ausencia de música.

40.

En la música, la pasión por el silencio puede ser una especie de obsesión por el absoluto. O también, una variación ascética en aras del éxtasis. Sea de una forma o de otra, un afán por conjurar el horror al vacío.

41.

Sólo una conciencia pervertida como la nuestra, saturada de ciencia, filosofías varias, tecnologías invasivas y discursos teóricos que justifican cualquier delirio, se ve en la necesidad de negar y obviar a Dios, siendo que la única prueba palpable de su existencia la ha otorgado siempre la música.

42.

En la madrugada, antes del alba, sólo un café, Sviatoslav Richter interpretando las Suites Francesas de Bach. Y la extraña felicidad de saberse en el desnudo silencio de la vida.

43.

Quizás la gran virtud y tortura a la vez, que hace a la música ser sí misma es que otorga a nuestra experiencia la prueba físca de la nostalgia. Pero, ¿nostalgia de qué? ¿de la infancia? ¿del vientre materno? ¿del tiempo? Sí, del Paraíso.

44.

Nuestra precariedad -nuestro pecado- nos hace necesaria la música. Si acaso fuéramos seres perfectos, ésta sería en verdad, totalmente inútil. Sólo que de ese modo, no existiríamos. Y tampoco el mundo. Y por ello, Dios no sabría que es sordo.

45.

Si hubiésemos podido comprender a cabalidad la singular y misteriosa sintaxis sonora de la música, ésta habría sustituido al lenguaje para articular conceptos, destronando a la filosofía. Y así, esas grandes interrogantes que nos han sacudido desde siempre (el tiempo, la muerte, el suicidio) quizás habrían sido una breve pausa de silencio entre éxtasis y vacío, ahorrándonos sufrimiento e incertidumbre.

46.

Nuestra actual religiosidad atea es la que posee una disposición anímica muy peculiar contra todo aquello que no sea vulgar y efímero. Por eso es una religiosidad carente de música.

47.

Ninguna mirada, ningún contacto físico posible, ninguna palabra pronunciada como el más bondadoso gesto podrá ser jamás equivalente a la posibilidad de consuelo que sería capaz de otorgar una melodía que aún no hemos oído.

48.

Quien se entrega a la música sin trabas ni remordimiento es sin duda alguien poseedor de una voluptuosa y exquisita naturaleza erótica a quien no le basta el amor.

49.

En los extramuros de la música, la vida es un mero arrebato de imbecilidad indolente.

50.

Quizás la música puede ser el afán bello e inútil de querer recuperar lo perdido.

51.

Hoy en la madrugada, las Variaciones Diabelli de Beethoven. Juego, mascarada, desplazamiento, abismo, superficie, ensoñación, reflexión dolorosa. Todo como un agudo aguijón.

52.

Que alguien se declare ateo y que a su vez diga amar la música no me parece una contradicción en sí misma. Sólo una brabuconada de frívola indolencia que estimula mi desprecio.

53.

Llega un momento en que las palabras ya no alcanzan. Se ha dicho, escrito y pensado de todo. La imprecación, el lamento, la queja, las preguntas fastidiosas, las respuestas vacías, la opacidad para sublimar la tristeza, la justificación bienpensante de la renuncia; la rabia estéril que colinda con el más horrendo ridículo. Palabras agotadas, palabras huecas, palabras cínicas, palabras embusteras, palabras propias que jamás fueron poseídas, palabras transparentes que sedujeron el rescoldo de inocencia que aún habitaba en la sangre; palabras frágiles, palabras cargadas de vacío. Sólo después de vivir algo así, sólo después de experienciar tanta fantasmagoría, es quizás uno digno de poseer las agallas de hundirse en el vértigo que es la música.

54. 

Cada día que pasa creo con más fervor que la música es como ese espacio donde Dios se abandonó a sí mismo para permitir que el mundo existiese. Sólo así puedo entender esa paradójica hermandad entre música y vacío.


Publicado el

en

Comentarios

Deja un comentario