[ lectura y crítica ] 

Recursión, cartografía y biografía del viaje. Hacia la poesía en «Vórtice» de Alejandro Pérez — Sergio Holas Véliz

Recursión, cartografía y biografía del viaje.
Hacia la poesía en Vórtice de Alejandro Pérez
*

Por Sergio Holas Véliz

pido permiso

a los cuatro costados del mundo
pido permiso

reconozco tus territorios
reconozco tus tierras

aquí
pongo mis pies en esta tierra
la tierra de tus ancestros
aquellos que me precedieron
aquellos que la cantaron a la vida
aquellos que estuvieron aquí antes que yo
la mujer & el hombre que emergieron del gran sueño
mucho antes que el tiempo de los imperios
nos cortara la lengua

honro tu intensa presencia
honro tu energía & tu caminar
honro tus cantos & danzas
te honro & te pido permiso
espíritu Kaurna
que habitas estas tierras
tu sueño somos

te pido permiso para cantar
para iniciar esta danza
soplo de los vientos
estos poemas floridos

por favor acéptalos
recibe estas flores de vida
pensamientos que emergen
de la inteligencia del corazón
recíbanlos

He aquí el mar. Posibilidad de todos los caminos.
(M. Serrano, Quién llama en los hielos. 1957)

¿Qué derecho tiene el traductor a desdeñar las resonancias?
(E. Fenollosa y E. Pound, El carácter de la escritura china como medio
poético
. 1977)

Sittin’ in the mornin’ sun
I’ll be sittin’ when the evenin’ comes
Watching the ships roll in
Then I watch ‘em roll away again, yeah

I’m sittin’ on the dock of the bay
Watchin’ the tide roll away, ooh
I’m just sittin’ on the dock of the bay
Wastin’ time
([Sittin’ On] the Dock of the Bay. Otis Redding. 1968)

Primera ola: De cómo comenzar

Patricio González me ha pedido que escriba unas palabras para presentar este manuscrito Vórtice de Alejandro Pérez. Poner mi pensamiento por escrito, abrir una de las infinitas puertas, ha sido problemático, por decir lo menos. ¿Dónde poner el pie? ¿Por dónde empezar? título de un texto de Roland Barthes (1974) me viene a la cabeza. Repetición y, al mismo tiempo, recursión. Título que me hace re-tornar a los años adolescentes. Infinitos comienzos, infinitas continuaciones: la historia de un acontecer y sus consecuencias que aún se extiende por los lares imaginarios y cuya visión duele, variaciones de esa imagen al modo de Salvador Elizondo Farabeuf o la crónica de un instante (1965). Volver no es nada fácil. Volver a Valparaíso un desastre. Para Mauricio Wacquez, otro exiliado más, volver ocurre cuando la memoria vuelca de signo y deviene, otra vez, “memoría”. Me ha llevado tiempo poner la primera palabra por escrito. He naufragado otras tantas veces. He vuelto a estar en el cementerio submarino. La tarea, sin embargo, es fijar, con precariedad inevitable, un comienzo a esta conversación sobre las múltiples formas que va tomando un proceso cuyo re-cuerdo es figurado por nubes de tormenta que arremolinan el horizonte febril de la mirada. En ese instante de los inicios, el miedo, la afasia, la inseguridad, las lágrimas, la ardiente lectura, las incoherentes transposiciones, los desdoblamientos, las superposiciones, señales todas de la tormenta interior como también de la sostenida inseguridad de saber articular la experiencia: rocío del mar en la lengua. Pero, nos recuerda Alejandro, ese comienzo siempre está, para nosotros, en la página borroneada, en las paredes rayadas hasta la saturación, en el vario murmullo o en la satura vernacular porteña, en el palimpsesto que es pasear por las calles del puerto de Valparaíso. Ocelio abre sus ojos. Puerto, puerta, gozne, lugar de entrada y de salida, transicional. Y, sin embargo, hogar. Descanso entre tormentas. Y nos quedamos allí como miembros fantasmas nosotros mismos. Adentro y afuera del paisaje. Valparaíso es también un lugar mitológico. El valle sitiado donde se siguen muriendo, infinitamente, las utopías. Vórtice es, permítanme la incoherencia, la crónica de una tormenta que prolifera diseminada en múltiples espejos, citas, conversaciones, traducciones, poemas, copias, variaciones, imágenes. Vórtice, este poema proteico, da forma, espejea/ilumina –“Twinkle, twinkle, little star, how I wonder what you are”– a los fantasmas que rondan por nuestra experiencia danzando en los diferentes ámbitos conversacionales de nuestra vida cotidiana. Es el espejeo de algo que se filtra por alguna rasgadura en el capullo que construimos para protegernos y que proyectamos más allá del horizonte visible que Alejandro Pérez llama “la novena ola”, límite mágico cuyo asomo Ennio Moltedo atisbaba en “la línea azul”. Este párrafo ha sido la primera ola que hemos sorteado. La seguirán otras olas, todas arbitrarias, hasta llegar a la novena. Luego la lectora dirá.

Segunda ola: La recursión del caminar y el conversar

Esta conversación que aquí continúo se bifurcará por varios caminos, todos situados en los paseos por los cerros y calles de Valparaíso, es decir, en las traducciones, citas, variaciones y diferentes registros de habla que van configurando vórtices a diestra y siniestra. Iniciar la conversación es un falso portal: solo hay continuidades. Con estas palabras intentaré especificar unas coordenadas, unos pocos recorridos posibles, párrafos acoplables unos con otros, de tal manera que la conversación vaya dibujando recursivamente (la mano que se dibuja a sí misma, litografía de Escher, 1948) la cartografía de lo que se conserva y de lo que cambia. Un dibujo se hace en el vórtice del pensamiento, entre el adentro y el afuera. En el fondo se trata de revolver la sopa de palabras que se agita en el vórtice de nuestras lenguas. ¿Y con qué función? ¿Para qué? Simplemente para ver qué pasa, qué sucede más allá de la novena ola, donde “lo sobrenatural (emerge) como parte de lo natural” (342), para comprender ese lugar desdeñado por nuestra modernidad. Es el mito de la poesía aquel por el que los poetas –“…los guachimanes de la línea azul…” [342]– van detrás, trazándolo, cartografiándolo, dándole forma en la palabra. Me comenta Alejandro que efectivamente ese “Gaeltacht na Mara” no existe en el mapa de ningún instituto geográfico, y que es una invención poética. Y todo para seguir paseando por estos mares escalares de subida y de bajada, desde la distancia y la cercanía, mientras observamos el movimiento vorticial (en puro descalabre) de los pares complementarios, afiebrados, mirando como se trastocan los paisajes exteriores (la historia del gobierno de todos y la persistencia de la U$ura) e interiores (el gobierno de sí mismo).

Tercera ola: Transposición de los mundos clásicos grecolatinos y la vida cotidiana

Ya lo ha dicho Ismael Gavilán, Alejandro Pérez escribe a dos manos con los clásicos greco-latinos. Vórtice es una epopeya poética cuyo focus es el aprendizaje del ir dando rumbo al viaje que es la poesía. La aventura poética tiene relación con el saber-vivir-viajar en el lenguaje, con la búsqueda de la palabra-tesoro (adecuada) que dé cuenta de la experiencia vivida. Es también una épica que explora la armonización de las fuerzas opuestas de la literatura y las armas. Su lugar de enunciación es el vórtice donde estos dos quehaceres se arremolinan constituyendo un espiral (pharmakon y veneno) desde el que surge, políglota, la voz del poeta. El poliglotismo permite romper la clasusura y atisbar la vida que toma forma más allá de la novena ola. Este decir poético, por ende, emerge ante Ocelio, el ojo, como un tejido enmarañado de múltiples lenguas en permanente movimiento de configuración/desfiguración de sentido. El trabajo poético de Alejandro Pérez es fundamentalmente intercultural: se desplaza haciendo cruces virales que hacen visible el “entre” de las diferentes culturas, lenguajes, tiempos y las continuidades tanto como las diferencias que nos constituyen. De allí la importancia fundamental de la traducción (léase Pound) que hace visibles las continuidades y sus transformaciones. La traducción permite el pasaje, el desplazamiento, el cruce (signo de la crucifixión: “In hoc signo vencis”, “en nombre de este signo vencerás”) de una zona a otra. De allí la importancia de ser puerto, lugar de entrada y de salida, un inquieto estar “entre” estados, lenguajes e historias. La habilidad peculiar de Alejandro Pérez de saber comparar, ver las continuidades y variaciones creativas y destructivas, de las culturas opuestas y separadas por la tendencia monológica, identitaria, de nuestra imagen cristal de la modernidad hegemónica en la que nos sentimos re-flejados. Pero esta torsión de la mirada (de la memoria, del cuerpo, de la lengua) hacia atrás es justamente producto de una noción lineal del tiempo. Tiempo imaginado y proyectado en una forma de línea recta que, en consecuencia, es capturado por los imperios, que Pérez observa operar contra la práctica poética de Ezra Pound. Parece decirnos que el error no debe ser castigado sino comprendido para no cometerlo de nuevo. Que es, a pesar de todo, la manera en que vamos viendo y aprendiendo de nuestros errores. La línea temporal siempre se manifiesta asociada al castigo, modo de la deuda en el cristianismo, por tanto, es violencia en todos los dominios del vivir. Esta línealización moderna disminuye la intensidad, el voltaje dirá Pérez, del presente. Así separa el presente en dos polos opuestos de los que la modernidad eurocentrada da preferencia exclusiva al futuro. Pero esta imagen del futuro es completamente fugaz. Si fueramos estrictos deberíamos decir inasible. Las naciones-estados construidos desde el siglo XVIII han acotado ese presente al mínimo y la atención ha sido orientada hacia el futuro esplendor: tiempo de la tierra prometida. La canción nacional de Chile articula este deseo negador del presente y pone a a gravitar ambos, tiempo-lugar, en torno a una imagen inaprensible del paraíso que guía nuestra marcha. Pero, ese futuro esplendor es inalcanzable (utópico). Y, sin embargo, esa luz que nos ciega persiste en la inercia de la simple repetición. Y en ese deslizarnos en la inercia eliminamos de nuestro horizonte conversacional los saberes del mundo clásico y también AbyaYalense que se manifestaban en la pluriversalidad de los hegemones (los múltiples centros culturales) que, con sus particularidades, producían el espiral del vórtice. Los poetas son las brujas de la familia (decía Donoso), las Sibilas, los conversantes ex-tempora sentados en el Café del Misha en la Galería de Arte de Viña del mar, que nosotros, los caminantes, observábamos danzar protegidos por las nubes circulares que los abrazaban: “we sat in the middle of nowhere/ to speak time and space, a spinning wheel/ in a whirlpool, poetry, that dead art” (46). Y era, ahora lo veo, la conversa sobre “de litteris et de armis”. Es el poder poético que toca, con su alto voltaje, los afectos, no solo el intelecto. En una palabra: es el poder sentipensador del cuerpo, que sufre en la carne, tal como Pound enjaulado a lo Guantánamo en Pisa, y, a la vez, en otro ámbito superpuesto, es el observarse explicándo(se) la propia experiencia. Chile fue y sigue siendo una jaula para muchos y, al mismo tiempo, ocasión para observar y aprender de la propia experiencia para algunos/as. Es lo que podríamos llamar una alquimia del verbo: la mierda re-convertida en la positividad del saber poético. Alejandro Pérez nos regala justamente este arte de la transformación por la palabra poética: el poeta que en sus versos revela el arte brujil de la transformación de la mierda en sabiduría. De allí la importancia del uso poético de la palabra que en su modo de hacer trae a la mano, distinguiéndolas, las zonas sensibles del cuerpo como también los quehaceres-saberes negados de los cuerpos no-obedientes. Las palabras más vivas, más sanadoras, producen vínculos a la sombra de las dictaduras más atroces, puesto que estas brujas que son los y las poetas “(s)aben que hay un momento / en el que los pelliscará una sombra, / algo como el rocío, indetenible como el humo.” (“El abrazo”. Lezama Lima, Fragmentos a su imán. Barcelona: LUMEN. 1978: 128). Es en este sentido que los chilenos vivimos sabiendo que llevamos a cuestas un miembro fantasma. Y, es en este sentido también que la poesía guía el rumbo que gira nuestro timón hacia ese lugar, mar abierto más allá de la novena ola, donde podemos afirmar, en palabras de Pérez, que somos nosotros mismos quienes decidimos en qué puerto queremos vivir.

Cuarta ola: Pasear y poetizar: el trabajo del ocio productivo/gozoso

Vórtice se abre en lo alto, el paseo por los cerros/avenidas/palabras, y bajar a la bahía “salimos a la mar hasta el final del día” (29). Luego procede a nombrar a los que fueron ejemplo: Serrano y Pound de la mano de Cameron. Ambos productores de imaginarios delirantes. Luego comparecen otros, entre ellos/as Zambelli y Moltedo. Ya en la primera página el paseo ocurre en dos ámbitos a la vez: por los cerros y por lo dicho (la poesía). Ambos ámbitos dan figura a un paisaje en la retina: recuerdos transpuestos uno sobre otro. Imágenes transpuestas, superpuestas, agitando las paredes del febril ojo. Los recuerdos, del latín recordari, significa volver a pasar por el corazón (sede de la memoria), ponen en movimiento el viaje en el barco de la poesía. La cuestión es ¿qué nave resiste las olas desordenadas de los recuerdos “que vagan por el litoral”? (31). Ante este desorden de lo vivido el poeta se pregunta cómo contar este paseo. La actividad poética toma lugar en el pasear por la ciudad-barco: Valparaíso. Pasear y navegar se ven así entrelazados al situarse el puerto de Valparaíso como puerta de entrada/salida de sus habitantes: todos hijos de inmigrantes, por ende, soñadoras de otros mundos. Tres hilos: pasear, navegar y poetizar se van entretejiendo. Y muchas otras. Ahora bien, en este proceso de navegar-poetizar, el poeta adorna su vivir-cotidiano con linajes legendarios y recursos poéticos de los clásicos. Esto es fundamental ya que la visión no es nítida o clara sino que en la cubierta “un torbellino revolotea” (32). El equívoco es una posibilidad. Tanto Virgilio como Pound recubren (adornan) a sus personajes (Octaviano e il Duce) con procedimientos poéticos clásicos también. El lenguaje, de alguna manera, viste la desnudez de la experiencia.

Quinta ola: Explorando, con Pound, la cuestión del ideograma como transposición enriquecedora de la percepción

Para Alejandro el aprendizaje poético se va haciendo en las conversaciones en el café del Mischa en Viña del mar y, con Moltedo, en las caminatas por los cerros de Valparaíso. Y en una primera imagen nos señala “Estos cerros tienen aun mucho que enseñar” (325) aunque esta enseñanza no es explícita “eso no se aprecia en la panorámica” (325) oficial que no es más que un manipulador de la imagen. Esta superposición tiene un efecto perverso que tuerce, para el gobierno de los afectos, la imagen: “típica imagen de los tiempos mejores/ hard to forget. Hard to forgive…/la segunda imagen muestra el mundo/ en modo en lockdown: otra cagada.” (325) Esta superposición, en términos de Fenollosa/Pound, simplifica algo complejo y, si observas con atención, algo asoma: el proceso entrópico, lo que hemos perdido: “Parece que nada pasara salvo la desolación./ Si miras con atención verás cómo asoma la entropía:/ en algunas partes se divisan plantas, aves, mamíferos…/ No mercan, no lucran, no esclavizan, no legislan./ Sucede en los espacios libres de humanos:/ se manifiesta la vida y da lecciones sin U$ura.” (325).

Sexta ola: La pérdida de la areté: “La decadencia es el estilo que heredamos” (34)

Emerge, en consecuencia, la cuestión de la areté, de la excelencia en el conocimiento de sí mismo que permite expresar toda la potencia sin romper o desarmonizar la tendencia al equilibrio de los opuestos. Areté es conocer, saber actuar felizmente acorde con la contemplación de la armonía del todo. Se trata de no romper esta tendencia de los sistemas vivos a mantener la homeostasis. Vivir es fundamentalmente, deslizarse (Maturana) por la tangente del vivir. Las fuerzas mayores siempre emergen del vivir total. La areté es, por lo tanto, la sabiduría de saber estar en el balance entre las acciones y las emociones, de tal manera que la palabra no sea contradicha por nuestro hacer. La modernidad poética pretendió liberarnos de este entronque entre palabra y acción. Pero, estas libertades ganadas en el ámbito de la acción poética no son iguales a sus efectos en el ámbito social. En un ámbito, el poético, es creativo y en el otro, el social, es destructivo (mito de Pandora). En nuestra modernidad hay una inversión de la areté. La areté del mundo clásico, educación que implicaba sostenerse en la nobleza/justeza del “bien vivir” o del “saber vivir” ha sufrido una total devaluación/exceso en el devenir espectáculo en el que el valor es puesto no en la observación y el conocerse a sí mismo/a sino en el cálculo de eficiencia generador de U$ura. En otras palabras: lo heroico ha devenido “espuma de utilería” o “miembro fantasma”. Los actos nobles, al convertirse en palabras, “se gastan o se olvidan” (34). La confusión de ámbitos de realidad produce una devaluación de la nobleza del carácter y transforma, por ende, los actos/decires nobles en palabras fantasmas. Hemos girado el timón hacia otra dirección, nos hemos desplazado a otro dominio donde las palabras son un mal remedo, un guiño, un giro, una mueca fuera de lugar, palabras concebidas como morisquetas. Allí, en ese instante, comenzamos a vivir arrastrando el dolor de saber que vivimos en un mundo que es puro artificio. Los actos heroicos devienen vacíos en la teatralización del vivir inaugurado por la dictadura. Hemos vivido ese desplazamiento y ese hecho está impreso, como miembro fantasma, en la hoja de nuestro cuerpo. La ilusión se impone por la violencia, desplazamiento que nos instala en el ámbito del auto-exhibicionismo (“reality tv”, “facebook”) actual. Este desplazamiento del ámbito del vivir al ámbito del exhibirse es la inversión del vivir (aistesis) al parecer vivir (estética). En este mundo del parecer no hay valor que valga y, por ende, todo pierde su anclado en el cultivo del saber vivir/nobleza de carácter (virtud). Es la flotación total o el “todo vale” anglo-protestante-eurocentrado. La sanción poética es: “el mercado degrada el escenario a simple basura tóxica” (34). Es el instante en el que el poeta se da cuenta del fin “de las últimas utopías” (28). Es el hoy afásico en el que nos des-vivimos tratando de respirar aire limpio: “mudo requiem para un mito entre tantos” (35). El poeta afirma, con ironía, que ésta es la “victoria del mundo libre y democrático/victoria de la usura en la era atómica” (35). El consenso acerca de lo que constituye “mundo”, lo sólido, es atomizado, vaporizado, convertido en polvo radiactivo y quedamos en la papilla del “todo vale” tan masticada y vuelta a masticar, el “me gusta” obligatorio, única opción disponible, seña de “buen carácter”, en donde nos regurgitamos hoy. Este es el vórtice abismal, la garganta que revuelve los opuestos dicotomizados, desde la que surge el vómito de nuestra voz (Lihn). Hasta aquí, el poeta ha contado la historia de “corruption optimi pessima est”: “la corrupción de los mejores es la peor”. Entendiendo “corrupción” como la acción de dividir o romper en piezas; entendiendo “los mejores” como “los gramáticos” en tiempos de Nebrija, a quienes hoy en su variación promocional les decimos, con una reverencia profunda, “los expertos”. Es la corrupción/la atomización/la vaporización del carácter que hoy vemos actuando por todos lados y en todos los dominios de realidad. Hasta aquí, nos dice el poeta, ganaron los usureros, los asesinos, los mentirosos, los ciegos, es decir, los expertos que se atribuyen a sí mismas, un acceso privilegiado a la capacidad de articulación/explicación/racionalización de lo que llamamos acuerdo social, constitución, realidad, verdad. En la época de Antonio de Nebrija, en la primera modernidad (la española), eran los gramáticos; hoy, todavía la segunda modernidad (la inglesa), son los expertos. Su accionar, su quehacer, su saber, sin embargo, es el mismo: dividir, atomizar, vaporizar, convertir en humo el vivir cotidiano y su reificación (abstracción) en la palabra del experto. Es una guerra nuclear en la boca, en el uso noble, con capacidad de decir verdad, de la palabra. Se trata de obliterar, anular, enviar a la zona de sacrificio, a la zona-del-no-ser, lo común y público. Obsérvense las pinturas de Munch, Bacon, Beksiński. Léase a Pound y a Moltedo. Escúchese el espíritu contracultural en su música. Condorito diría “¡exijo una explicación!”. ¡Yo, este pronombre de carne sintiente y huesos constituyentes, también!

Séptima ola: De “Libertad absoluta señores pero sin salirse de la jaula” (Nicanor Parra, Artefactos, 1972) a la libertad que otorga el conocimiento del operar poético

Una vez iniciado el viaje de las palabras, es decir, la conversación sobre las letras y las armas, ya en plena dictadura, Pérez nos permite observar lo que sucede en la gavía del barco-la jaula de Pound (Pisa), lugares en los que se van desarrollando las acciones que especifican el proceso exterior (para eliminar al enemigo [Norbert Wiener]) y el proceso interior (para aprender el propio funcionamiento [Humberto Maturana]) del poeta. En la gavía-jaula, Pound observa el propio encierro, su ceguera, su error y pretensión de saber al haber ontologizado la cultura judía. En la gavía del barco de la poesía el poeta observa su propio operar y comprende el error. La gavía-jaula es, por ende, un signo con dos caras (Janus): lugar de error/castigo y, a la vez, lugar de revelación paulatina del saber hacer poético (aprendizaje de la alquimia del verbo). La jaula es el lugar desde el que se pueden observar los raros signos/las imágenes que dibujan algo o dejan su “trace nella schiuma” (33). La jaula como observatorio en el que lo que llamamos “realidad” cambia de signo y se puede ver la aparición de las nuevas cosas (Moltedo) que emergen del temporal. Es la torsión a la Bacon que Pérez registra en las palabras y que invierten por una acción y efecto de hacer girar el timón-el rumbo, de torcer, para lograr un efecto de cambio en el movimiento, en la dirección del horizonte. El torcer produce una torcedura, un estiramiento, un esguince, un desgarro que va a llevar, en otro dominio, a una sensación de estar en un doblés en el que un miembro fantasma opera de otra manera. La experiencia de vivir con la sensación de tener un miembro fantasma, una memoria de algo indecible o inarticulable, pliega la visión unitaria del cuerpo. Cuerpo doblado por el deseo, la memoria, la fiebre, los miembros fantasmas que nos constituyen y “where language sinks slow/ in a sea full of meanings/ –old treasures we can’t grasp– / and there he is wandering still/ captive in a solitary cage/ why things went so catastrophic…” (37). Este último verso dirige la mirada y activa la búsqueda de coherencia para el poeta. Alejandro Pérez, observa la transposición jaula-gavía cambiando el signo de la realidad. Y aquí comenzamos a ver la importancia de la traducción en el quehacer poético de Pérez. Los verbos trasladar y traducir transfieren algo de un ámbito de realidad a otro, es decir, permiten emigrar, mover, desplazar, acarrear, mudar, trocar. Todos estos actos afectan los cuerpos. Los magos, los sacerdotes, los dictadores, los expertos usan estas habilidades para cambiar/desplazar el valor de los signos que constituyen lo que llamamos la realidad. Pero lo hacen sin areté. El poeta, en cambio, vive en ese doblés que es la compañía de la memoria, del re-cordare o del volver a pasar por el corazón que es la escritura poética. Las sombras le acompañan como un miembro fantasma. Es lo que le sucede a Pound en la jaula/gavía. La jaula es externa y visible (el antisemistismo de la época, el totalitarismo de la demoncracia) y al mismo tiempo es interior e invisible (cómo dar cuenta del cambio, problema del silencio, de sí mismo). Lo que en un ámbito, el de las armas, es encierro-jaula; en el otro, el de la gavía o poético-reflexivo de las letras, es libertad.

Octava ola: La atomización del pensamiento: “because a vortex of evil waves surround us/over and over again, the vortex never stops” (38)

Lo creado se desintegra, nosotros los que fuimos de la generación que tenía entre 14 y 18 años en 1973, hemos vivido esta experiencia. ¿Qué hemos hecho de ella? “Los pensamientos se desintegran” (38) y esas palabras devienen miembros fantasmas escondidos en algún pliegue de la lengua. Somos los sobrevivientes. Hemos pasado por un proceso de pulverización, de conversión en polvo, de dolorosa torsión, y solo queda el miedo: “Nihil humanum alienum” (40) que nos traquetea, como una serpiente cascabel, en el coxis. Y del quebranto emergen, acto de magia, las cosas nuevas (Moltedo). Quebranto que viene de rasgar con un crujido (ruido sordo) o un crepitar, un descuajaringar, desunir, deshacer, desarticular, es decir, lo contrario de cuajar, de dar forma, de construir, de coagular. El quebranto (recuerden a Violeta) producido por el quejido de lo que se quiebra, de lo que se descuajaringa (destruir, separar, dividir) algo, para convertir en otra cosa (como los españoles que con el material de las pirámides construyeron la catedral de México o el descuajaringamiento de Tupac Amaru en la Plaza de Armas de Cusco en 1781 o el Ling Chi, la muerte por los mil cortes, ley activa en China hasta 1905 y popularizada en tarjetas postales). El rasgar produce el sonido seco del quejido, apenas un vaho en la memoria, de algo/alguien que ya no existe. Ese sonido es un miembro fantasma ya que es el desgarro de lo indecible o innombrable, es decir, el desgarro de la lengua y, a la vez, la impostación de discursos importados. Pensamiento lego, bajo instrucciones. Pérez nos recuerda que la historia de la U$ura resulta de la asociación de comercio y palabra, y, que a este acoplamiento-estructural es lo que llamamos guerra. La cuestión fundamental es cómo deslizar el rumbo del timón del barco de la poesía acorde con esas otras señales que el vigía atisba en la tormenta. La acción no hace lo mismo en los diferentes dominios de realidad en los que nos movemos. ¿Cómo girar el timón? ¿Cómo girar e imperceptiblemente deslizar el barco más allá de la novena ola? Si los expertos en crematística (contra-natura) cuentan la historia del arribo al futuro esplendor, qué debe hacer el poeta para girar el timón hacia la otra isla, el suelo, la tierra prometida, la gravitación del planeta Tierra. Hacia el fin del viaje vemos que la respuesta ya ha sido señalada: “(Hibernia, Saeculum XI)/ Aimhurghin, el mito en persona/ ha hablado en el vórtice de los conjuros/ (…)/ –el del cetro eólico en su diestra:/ vigoroso ventarrón, arremolina/ los límites inalcanzables de lo fantástico./ Los canta claro a las deidades en su esplendor./ Gaeltcht Na Mara: lengua madre de las marejadas” (350). Así, con la ayuda del mito se inventa un origen, que no existe en ninguna carta de navegación, un poner el pie, un suelo, una gravitación, una resolución identitaria que consiste en contar el arribo del barco de los Milesianos a la tierra de Irlanda. Esta es la intensidad, la carga, el voltaje (351) necesario para contarse los inicios. Pero en el inicio está el mito nos recuerda Alejandro, el poder de la palabra poética, la poesía, cuyo rol es re-unir lo dividido. Aimhurghin, una de las cristalizaciones de sus muchos nombres: Amorgen, Amergin, Amairgin, Amorghain, Glúnmar, con su invocación a un poder superior, pide permiso para poner su pie en tierra firme. El mito, mucho antes que la ley moderna (flotante), funda el sentido de identidad necesario para unificar a la nación. Entre el mito y la ley hay que atravesar un mar de tormentas. Son las historias que nos contamos las que nos unen entre nosotras y a la tierra. La ley siempre ha estado al lado del poder. Y es ese mito el que le permite a Alejandro Pérez hilar los acoplamientos borroneados por la política de los extremos y la de los consensos ya axiomatizados y basados en actitudes deshonestas. 

Novena ola: El viaje contracultural de nuestra generación y la música rock

Alejandro Pérez, en este poema-viaje, utiliza la recursividad como un procedimiento que se monta sobre lo ya dicho pero en su recursión va espejeando variantes y cambiando el rumbo del timón poético acorde con otras señales (las poéticas). Las utopías siempre han existido, las ideologías son las que, moribundas, resisten soltar su pretensión de objetividad obligatoria. La generación que sufrió la destrucción de su mundo (mundo que estaba en construcción) y su reemplazo por otro hecho a la medida del propósito imperial anglosajón, recibe de golpe el frente de ola ideológico. Esa generación, la nuestra, había traído a la mano una serie de prácticas que se construían contra el poder de la máquina de la Guerra Fría y toda su parafernalia desvinculadora, separatista y aisladora. Era, aunque también articulada desde y para responder afirmativamente a la experiencia de vida del norte, algo que también vivíamos, a nuestra manera, en el sur. Una cierta actitud antiguerra que implicaba un sentir distinto, un asentarse distinto, un pararse distinto, un hacer distinto en todas las esferas de realidad posible. Algo peligroso para aquellos que adoran la rigidez y la violencia en todas sus formas. Y fueron los músicos quienes señalaron e iniciaron el zarpe hacia esos otros lugares. Alejandro Pérez es uno de aquellos creadores que sostiene esos lazos. Por ello la cita a Otis Redding, (Sittin’ On) the Dock of the Bay recordándonos ese quehacer del ocio productivo que todos hemos vivido. ¿Quién no lo ha gozado en Valparaíso? Es también lo que Ennio Moltedo nos recodara en su poesía. 

Aquí, en la novena ola-página de esta presentación, extiendo mi mano hacia la que me espera más allá de lo que puedo percibir: usted querida/o lectora. Aquí les agradezco la escucha de esta palabra. Entrego la palabra a J. Krishnamurti: There is another art which is the art of observation, the art of seeing. When you read the book which is yourself, there is not you and the book. There is not the reader and the book separate from you. The book is you (Hay un arte que es el arte de la observación, el arte de mirar. Cuando lees el libro que eres tú mismo, no existen tú ni el libro como entidades separadas. No hay lector ni libro separado de ti. El libro eres tú) (Jidu Krishnamurti quoted in Ravi Ravindra, Krishnamurti, Two Birds and One Tree. Madras: Quest Books. 1995: 11). Las cartografias marinas refieren al funcionamiento externo donde la subjetividad se pliega sobre el paisaje y va develando un espacio con pretensión de objetividad. Lo que los cartógrafos desean crece y va haciéndose parte de la materia: toma así su lugar en nuestro mundo. La cartografía del paisaje interior del poeta le permite observar su funcionamiento y operar de tal manera de darse cuenta de la necesidad, para no destruir mundos, de sostener la armonía de los opuestos. Se trata del conocimiento de sí, del conocer lo que el propio cuerpo puede hacer. Y lo que puede hacer es fundamentalmente relacional y vincular. Krishnamurti, al señalar que no hay distinción entre libro/lector/a, pone el énfasis en que para la biología (el cuerpo) no hay distinción /distancia entre el escritor y lo escrito. “The book is you”. Esto lo sabe el poeta. Es solo para la lógica –y en su ámbito– que hay separación entre yo/tú. El poeta como el biólogo saben que este acoplamiento estructural no puede ser cortado. Este acoplamiento structural lo destruye la ignorancia lógica del “experto”/burócrata. Entre las armas y las letras, el poeta va aprendiendo a usar las letras como algo de sí, como una extensión de la lengua en las palabras o el aliento creador que va dando vida. La suya es una especie de amorosa contienda que no destruye sino que habilita a Ocelio, el ojo, para percibir las señas de otros paisajes. Su arte es un arte que armoniza los propios pensamientos y cuyo efecto es fundamentalmente interior: a saber, la transfomación que hace de este poeta un hombre y/o una mujer sabia. Es el cómo el poeta va transformándo(se) y aprendiendo de su propio quehacer en el lenguaje, en la ignorancia-revelación que el observar el movimiento del signo hace posible. El poeta ve estos desplazamientos y va aprendiendo de su propio darse cuenta, ya que el viaje más allá de la novena ola no tiene ruta cartografiada, no se encuentra en los manuales ni en lo modelos para armar. Esto es justamente lo que Alejandro Pérez nos ayuda a percibir. Es el trabajo de las poetas, como nos enseñara Blake, el ir dejando atrás los lentes de la cultura oficial para poder ir viendo la emergencia de la ruta a continuar. En la compañía de los poetas, de múltiples lenguas, políglotas como Alejandro, volveremos a saber de lo que nuestro cuerpo puede hacer. Y este arte de tejer nos permite darnos un capullo, una delicada envoltura que, como dice Remedios Varo (Cartas, sueños y otros textos. 1994), nos cuide de la intemperie y sus imperceptibles quehaceres. Se trata de tejer el trenzado que es la palabra. Una palabra que nos cuente una historia acerca de aquello que emerge más allá de la novena ola: lugar sagrado donde pertenecemos. Es el arte de conversar, arte de re-cordar, arte de amar que, como nos recordó incesantemente Humberto Maturana, consiste en dejar aparecer. ¿Zarpemos? ¡Emprendamos el viaje!


*Prólogo de Vórtice (Ediciones Altazor, 2024).



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