Sobre Vórtice de Alejandro Pérez
Por Benjamín Carrasco Bravo
Resulta interesante observar cómo Modelo económico y Desencanto general pudieron anticipar la exploración del poema extenso de características épicas. Cuando en los libros anteriores se movía a sus anchas en la brevedad, en la ironía y un humor negro propios del descontento histórico, un libro como Vórtice, el último de nuestro satírico irredento, Alejandro Pérez, sofistica sus recursos rozando el paroxismo. Amplía su mirada intransigente, bufonesca, y traza una revisión por más de medio siglo a manera de efemérides —más o menos sustanciosas— que van tejiendo una narrativa oculta leída como un gran poema largo. Sumado a ello, continúa el cariz atemporal explorado en sus poemarios anteriores, como si la mentira, la usura y la fechoría fueran la misma ayer y hoy, y sólo se trocaran las máscaras y el cuadro artístico.
Para esto toma como escenario la ciudad de Valparaíso y sus alrededores, lugares con los que se permite dibujar una cartografía literaria (Ennio Moltedo, Hugo Zambelli, entre otros, como parte de sus personajes), un crudo retrato de la decadencia porteña y un imaginario del descenso —elementos que aún algunos insensatos se empeñan en negar—. Con Valparaíso como fondo, Vórtice esboza una disímil historia general a través de un conjunto de “mitologías paralelas”. Para retratar esa confluencia de lo social, lo político y lo literario diseña una compleja red de sentidos que tiene como punto de partida, no obstante, más de un marco estructural reconocible. El símbolo de la nave, ya sea desde la stultifera navis de Sebastian Brant o la dirigida a la isla de los muertos de Arnold Böcklin, se entronca con el vórtice paradigmático de la literatura: los círculos infernales de la Comedia de Dante. Aparece aquí Pound como el interlocutor, el Virgilio, que lo acompaña hasta el deafening present. Como en los Cantos, Vórtice despliega un enorme conocimiento enciclopédico. De hecho, es el mismo Pound, “el copión maravilloso”, diría Gonzalo Rojas, quien nos habla del “vortex” (cuna del Vorticismo de 1914), el torbellino idiomático en su creación de imágenes en que se precipitan las ideas sin aparente causalidad. Vórtice, en este sentido, es un gran fresco de asociaciones, alimentado de muchas referencias literarias y tradiciones disímiles. Ya sea trayendo a concierto un trivial dato de la cultura pop, o bien una erudita cita del mito, la desproporción no deja de ofrecer un rico cuadro de estímulos creativos. A menudo adopta la forma de un poema clásicamente compuesto, pero aún en esos momentos más luminosos conserva la sospecha de estar trabajando con elementos prefabricados y paródicos, así como en un intrincado manierismo.
Es posible que este exhibicionismo de conocimientos y rememoraciones efusivas se encuentre a medio trecho entre la fatalidad y la seducción, como a menudo sucede con literaturas que desafían el intelecto y la conformidad de su tiempo. No todas logran cruzar ese camino. Alejandro Pérez, de algún modo, lo resuelve concediendo todas las concesiones a la forma que se requieran para mostrar esa visión total que lo absuelva de sus pretensiones. El mitologema que lo sustenta (la nave o el descensus ad inferos) es lo suficientemente fuerte como para mantener el arte ventrílocuo y políglota de esta poesía a flote. Inevitablemente la rodearán los restos del naufragio, los retazos de saberes, así como las cuñas desafortunadas de la política de paso y la ecuación usurera de la economía. Una al lado de la otra, invisible hebra de las conexiones por donde da vueltas el pensamiento: “el énfasis de una lengua / a punto de morir / en la comedia que monta”.
Con este libro se vuelve a confirmar en Alejandro Pérez un poeta capaz de dialogar con una vasta tradición que puede ir desde la grecolatina a la vernácula, de la más pagana a la menos secularizada. Una voz que se mueve sin ahogos entre lecturas dispares, con un lenguaje provocativo y siempre despierto. Vórtice es un buen representante de las poesías que divisan ese abismo abierto a los pies de las ilusiones, las del mundo moderno, y que aún se dan el gusto de mirar con desparpajo el ojo del vórtice, lugar donde naufragan todas las lenguas.


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