[ lectura y crítica ] 

El espejo roto de lo sagrado — Marcelo Varas Miranda

El espejo roto de lo sagrado

(Una teoría teológica, una carta apostólica, un aforismo, un cuento)

Por Marcelo Varas Miranda

Todo ángel es terrible
(Rainer Maria Rilke, Elegías de Duino)

Una teoría teológica. En 1925, Rudolf Otto llevó a cabo una concienzuda y compleja empresa por intentar explicar el sentimiento religioso del ser humano ante lo santo. Explicar lo inexplicable. Para esto debió inventar un neologismo, lo llamó lo numinoso (del latín omen, ominoso, y lumen, luminoso). Lo numinoso es aquel sentimiento que se suscita ante lo terrible. Otto lo sintetizó en una frase: Mysterium tremendum et fascinans (Misterio tremendo y fascinante). Lo numinoso es algo que no se puede definir con palabras, es el “árreton” (voz del griego que designa lo inefable), aquello que no se puede aprehender ni atrapar, lo inaccesible absoluto. De lo numinoso solo se puede dar una idea por el peculiar reflejo sentimental que provoca en el ánimo. Ante esto, Otto entrega tres cualidades que va describiendo análogamente: lo misterioso, aquello que no es público, que es oculto y secreto, que no es cotidiano ni familiar; lo tremendo, palabra proveniente de tremor, aquello ante lo cual temblamos, pero no un temblor natural, sino un terror pánico, algo así como el “sebastos” (palabra griega que proviene de “sebas”, respetable, venerable), un temor íntimo de terror que no suscita nada de lo creado, por muy amenazador que parezca; y el elemento fascinante, lo numinoso es también aquello que, por más terrible que sea, siempre atrae.

Una carta apostólica. En el versículo 1, Corintios 13:12, podemos encontrar el elemento misterioso del numen: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”. La verdad no es de este mundo, pertenece a otro. Por tanto, la realidad es mistérica, secreta, paradójica, antinómica. Algún día veremos las cosas como son, dice San Pablo, pero no será en este mundo. Algún día veremos el numen, pero nadie lo ha visto ni lo verá jamás en esta tierra. Así reza en las Sagradas Escrituras, cuando se habla del encuentro entre Yahveh y Moisés: “Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro” (Éxodo 33:17-22). Ni siquiera un patriarca de la religión cristiana puede vislumbrar lo santo, el numen de frente, Moisés lo vio de espaldas, en oscuridad, no vio más que la sombra de aquello que siempre se mantiene oculto.

Un aforismo. Una de las Máximas de La Rochefoucauld señala: “No se puede mirar al sol ni la muerte fijamente”. He aquí lo tremendo y fascinante. El sol es aquella luz que todo lo ilumina y que, simbólicamente, siempre ha sido caracterizada como una de las formas numinosas más potentemente visible. Pero aquello que nos atrae del sol, aquella sabiduría, produce en nosotros un temor, un espasmo debido a su “majestas” (lo majestuoso), lo grandioso siempre cautiva al ser humano. ¿Quién no ha querido deslizar su alma por aquellos conocimientos arcanos que se encuentran más allá de los límites de nuestra condición humana? ¿Quién no ha querido experimentar lo numinoso y entablar diálogo con la divinidad? ¿Quién no ha querido ir más allá del misterio y cruzar el cielo con la cabeza? El abismo atemoriza y atrae, lo inefable se deja entrever a cambio de pagar un alto costo, aquí entra el Éxodo nuevamente: “Nadie puede ver a Dios y seguir con vida” (Éxodo 33:20).  La Rochefoucauld, sin saberlo, entrevió un término que Rudolf Otto llevaría al límite hasta dejarlo exhausto, visto desde la óptica de la irracionalidad que lo numinoso causa en el ánimo y en el espíritu.

Un cuento. Aquí deberían converger las tres cualidades antes mencionadas. Lo misterioso, lo tremendo y lo fascinante. Convergen, está claro, pero a la vez no, y esto es lo interesante del cuento de Dino Buzzati titulado “El perro que ha visto a Dios”.

El cuento versa sobre el perro de un monje que lleva su vida en las alturas de un monte colindante con un pequeño pueblo, en el que parece haber cierto nihilismo entre sus habitantes. Todas las noches, en la altura, avizoran unas tremendas luces parecidas a un rayo que los habitantes del pueblo identifican con Dios, pero a cuya aparición son indiferentes. Dios se exhibe todas las noches al monje que reza y reza, hasta que un día a este lo encuentran muerto con las extremidades dispuestas como una cruz. Ante esto, los habitantes del pueblo comienzan a sentir pavor, pero no del Dios que se aparecía todas las noches en el monte, sino que, sorprendentemente, del perro que, junto con el monje, vio a Dios aparecerse en forma de luz. Es así que el perro comienza a ser temido y apartado por el pueblo.

El perro representaría lo “ganz andere” (lo absolutamente otro), pero este absolutamente otro no es más que un simple reflejo, un espejo de la luz divina que tantas veces apareció frente a sus propias narices. Aquí hay un absurdo, la teoría de Rudolf Otto parece flaquear ante el pueblo de este cuento que ya no se espanta ni se atemoriza, ni tampoco le fascina la aparición del numen frente a ellos (pero que sigue siendo misterioso, algo que nunca deja de repetirse). Dino Buzzati parece captar un estado de ánimo presente en nuestra civilización desde la etapa moderna: una suerte de impasibilidad ante lo divino.

¿Qué ha sido la filosofía moderna sino un intento por negar a Dios? Muy bien lo profetizaba René Guénon en La crisis del mundo moderno: “En efecto, como la religión es una forma de la tradición, el espíritu antitradicional no tiene más remedio que ser antirreligioso; comienza por desnaturalizar la religión y, cuando es posible, acaba por eliminarla por completo”. Los elementos tradicionales de la religión siempre mantendrán su llama viva, pero en tiempos de oscurecimiento, lo que René Guénon llama el “Kali-Yuga”: “En la actualidad nos encontramos en la cuarta edad, el Kali-Yuga, o ‘edad de sombra’, y estamos en ella, según afirma, desde hace ya más de seis mil años”. Resulta difícil captar aquellos elementos tradicionales y luchar contra el espíritu moderno netamente antirreligioso.

En el cuento de Buzzatti ocurre un final totalmente inesperado. El perro que vio a Dios en realidad había muerto junto al monje a quien siempre acompañaba. Habían temido de un perro cualquiera que no reflejaba verdaderamente nada. La actitud de la aldea denota la incapacidad contemporánea por captar aquellos elementos sagrados, los símbolos, como si se viviera una impotencia religiosa. Pese a que la realidad sea mistérica, se ha perdido la capacidad de diferenciar lo sagrado de lo profano, al perro que vio a Dios del perro común y corriente. En realidad, el pueblo sí sucumbe al misterio fascinante y estremecedor y a la vez no. Se estremecieron ante el objeto equivocado, no ante las luces divinas que se le aparecían al monje en el monte, sino de un mero espejismo. ¿Es esto un signo de los tiempos que corren? Aquí Otto acierta: lo numinoso es misterioso (el pueblo del cuento no es capaz de atisbar siquiera un reflejo de la misteriosa realidad, como decía San Pablo, es decir, ya ni siquiera conocemos por espejo, el espejo se encuentra hecho trizas), y también es fascinante y tremendo, pero se ha perdido el verdadero foco. Se adoran elementos ineficaces, inútiles, impotentes. ¿Cómo retomar el camino? ¿Debe ocurrir una debacle cataclísmica, como sostenía René Guénon, para volver a enderezarnos?


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