[ lectura y crítica ] 

El peso del agua. Una nota a «El molino del Floss» de George Eliot — Macarena Castro

El peso del agua. Una nota a El molino del Floss de George Eliot

Por Macarena Castro

El carácter es ineludible y la peor hipoteca
de la vida sobre nuestra libertad.

Notas, Nicolás Gómez Dávila.

En la narración de El molino, Eliot va tejiendo el destino de Maggie Tulliver, y de todo su entorno, como si las pasiones, la familia, el carácter, o la vida misma, no fueran más que corrientes, caudales y afluentes que necesariamente terminan confluyendo en una última y fatal desembocadura. «El destino está oculto y debemos esperar que se revele a sí mismo como el curso de un río no trazado en los mapas: sólo sabemos que el río es caudaloso y rápido, y que todos los ríos tienen el mismo final». Contra la fuerza de la naturaleza, parece decirnos la autora, la apuesta está perdida de antemano y el río arrastra todo consigo.

Una y otra vez una corriente subrepticia empuja y subyuga a los protagonistas: en la contienda entre el señor Tulliver y Wakem, en la amistad entre Maggie y Philip, en la obcecación de Tom, en la atracción entre Maggie y Stephen, en el perdón de Lucy, en el reecuentro final entre los hermanos. Eliot dibuja y confiere a sus personajes de tanta plasticidad y vida, los construye con tal horizonte de naturaleza moral el que permea hasta en los animales domésticos, que esas grandes emociones primitivas, esas que la autora estudiaba en la obra de Sófocles, presentes, entre otros, en el tierno consuelo de un Tom niño a su hermana («No llores Maggie: —toma, come un poco de pastel») no son, con todo, sino sólo una parte de la historia. La tragedia de nuestras vidas —sostiene Eliot— no está creada del todo en nuestro interior. Carácter es destino, afirma Novalis en uno de sus aforismos cuestionables… pero no todo nuestro destino, apostilla la británica.

El aforismo del poeta de la noche que Eliot presenta, en una versión no literal, corresponde a un verso del Heinrich von Ofterdingen: destino y alma —según la traducción de Eustaquio Barjau— no son más que dos modos de llamar a una misma noción. El “Schiksal und Gemüt Names eines Begriff sind” transmuta a “character is destiny”. La traducción no literal de Eliot vierte adecuadamente el sentido del verso de Novalis, o, non verbum sed sensum; aunque estemos estirando el sentido de Gemüt, traduciéndolo como carácter en lugar de alma. “El alma es el destino” no tiene, por cierto, el mismo sentido. El carácter alude a una condición intrínseca, como marcada por hierro, de nuestra identidad, cuyo sentido más originario recuerda al ethos del pensamiento griego, i.e. el hábito, disposición o modo de vivir.

En el reparo de Eliot ante el verso del Ofterdingen hay algo muy significativo —cada vez que es equívoco: pues a pesar de los ecos fatalistas que informan el drama de las vidas de los Tulliver las que se escenifican como si hubiera un sino que las aplastara y dominara a la vuelta de cada página, desde el “castigo divino” que asola a los Tulliver, pasando por la comparación del destino del padre de la familia con el de Edipo, hasta la última reconciliación en un abrazo mortal de los hermanos, no es la totalidad de nuestro carácter —afirma, casi extemporáneamente, la escritora— la que dicta el destino. Nuestro carácter, se nos dice en contra de Novalis, no es todo nuestro destino. Y no obstante Maggie se decide inexorablemente por un destino ya fijado: «el lazo —declara la heroína— con mi hermano es uno de los más fuertes. No puedo hacer nada libremente que me pueda dividir para siempre de él.» Al igual que Antígona, obra que nuestra autora interpreta en su ensayo La Antígona y su moral publicado en 1856, Maggie experimenta el mismo conflicto que el existente entre la hija de Edipo y Creonte: la lucha entre la obediencia y sumisión a leyes establecidas en contra del sentido moral, intelecto y afecto propios a la más profunda naturaleza.

La cuestión en Eliot se decide, finalmente, en la naturaleza bifronte de la conciliación entre el carácter y el destino. De una parte se observa la renovación determinista, que no trágica del opaco daimon, o el sino funesto, y de otra parte, en un plano más terrenal se confirma la connotación ética del carácter en términos de las circunstancias y experiencias que lo forjan. Hasta el día de hoy decimos que podemos forjar nuestro propio destino —si sólo nuestro carácter no determinara el curso, o peso, de la corriente. Eliot aplica en su obra la minuciosa lectura que lleva a cabo de Spinoza mientras traducía su Ética al vivificar el papel que los afectos y pasiones juegan en la red de la vida moral cuando Maggie contraviene a su hermano porque sólo se somete a lo que reconoce como justo, cuando en lugar de huir con Stephen resuelve volver y encarar las consecuencias y por último, en el momento final cuando el pasado vuelve («el primer recuerdo de mi vida es estar de pie con Tom al lado del Floss mientras él me toma de la mano») y con él la fuente de la piedad, la renuncia y la fidelidad, y la hace responsable, aunque esté determinada —aunque sea esclava— de las decisiones que toma. En los momentos decisivos y críticos de nuestras vidas es nuestro carácter el que se pone a prueba y nuestras acciones, ciegas a su procedencia y devenir, determinan nuestro destino. El Floss vertebra la historia de los hermanos Tulliver. Y es el río del destino, tal como el río del tiempo en En busca del tiempo perdido, el que contiene en su inicio el final: «tampoco se separaron en la muerte».


Notas:

  1. Publicado en 1860. ↩︎
  2. Entre otros, la condena del mismo Ruskin, el que llega a calificar a la obra de “vil”. ↩︎
  3. Yuil «Character Is Fate»: A Note on Thomas Hardy, George Eliot and Novalis en The Modern Language Review, Vol. 57, No. 3 (Jul., 1962), pp. 401-402. ↩︎
  4. Traducción de Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá en Los filósofos presocráticos. 1978. Madrid:Gredos. ↩︎
  5. Oxford Classical Dictionary. ↩︎
  6. Seven Greeks. 1995. New Directions. ↩︎

[


Publicado el

en

Comentarios

Deja un comentario