Hace algunos días terminé de leer el Evangelio de Lucas. Desde entonces no he dejado de pensar en una presencia fugaz —quizás de las más fugaces que hay en el Nuevo Testamento— que aparece con la entrada de Jesús en Jericó: Zaqueo, el publicano. Tan solo diez versículos le bastaron al evangelista para retratar una de las historias más bellas de las Sagradas Escrituras. Un hombre rico, de baja estatura, que se sube a lo alto de un árbol (un sicómoro) para poder mirar a Jesús. A pesar del transcurso de los días, no me pude quitar de la cabeza esa imagen poética. Sobre todo, porque luego, Zaqueo —pecador reputado de la ciudad—, debe descender del árbol para encontrar su propia redención. De nuevo: lo alto y lo bajo. Dada su innegable riqueza simbólica, pensé en cuántos poemas podrían tener a Zaqueo por protagonista. Tristemente, me quedé en blanco. Dije para mis adentros: los poetas no han leído con atención el Evangelio de Lucas. O quizás yo no he leído con atención a los poetas. Hasta que recordé uno. Al menos uno digno de ser recordado. Zacchaeus in the Leaves del poeta galés Vernon Watkins (1906 – 1967).
La poesía de Watkins es casi desconocida en esta región del mundo. Salvo algunas traducciones marginales, su legado aún no ha calado hondo entre los lectores hispanoamericanos. Lo cual es paradójico, cuando menos, considerando que es uno de los poetas en lengua inglesa más importantes de la pasada centuria. Descrito por Philip Larkin como un poeta que regresa a la tradición simbolista europea1, Watkins se abre paso por la cultura grecolatina, céltica y cristiana, como quien se pasea libremente por su casa. El poema aquí traducido es parte del libro The Lady with the Unicorn, publicado en 1948. He procurado conservar la musicalidad original del poema —en algunas partes con mejor fortuna que en otras—; y, al mismo tiempo, respetar la construcción de imágenes; la “phanopoeia” que, al decir de Pound, es la dimensión más traducible de cualquier poema. Respecto a su contenido, prefiero guardar silencio. Creo que con esto he dicho suficiente. Ahora que hable el poeta.
Juan Pablo Rojas
Traducción y nota
Zaqueo en las hojas
Vernon Watkins
Silencio antes
Del sonido.
Sicómoro:
Un árbol
Predestinado a la belleza.
Hojas al viento. Antigüedad.
Luz perdida. Luz descubierta.
Mito sobre mito.
Cénit imaginado
De juventud en juventud.
Luz sobre hojas en el viento
Volando. Hoja de cabra,
Oscura, con lentejuelas plateadas.
Hojas de sicómoro; retorcidas y recias,
Oscura deidad, dionisiaca.
Tronco ascendente. Música de Pan,
Que enciende la savia fugaz.
Sonido en el viento. El fluir
De las vidas. Crujir de la madera.
Hueco en la madera.
Hades sellado en el abismo.
La savia brota. El linaje primaveral
Atraviesa mágicos exteriores
Y cae en un solo lugar.
¡Para nosotros, una señal!
Un árbol y luego otro
Nada más.
Zaqueo silente,
El eterno.
El sol sepultado
Junto a la llave que llevaba.
Luz descubierta en cada tiempo.
Hojas de primavera
Se apartan del linaje,
De la semilla, del ala.
¿De qué oscuro aroma
De aguas quebradas
En la noche más inocente
De los muertos que despiertan?
¿De qué osamenta dormida
Surgió la creencia del hombre?
¿Qué escribió la Sibila
Sobre la hoja rota?
Palabras sibilinas.
Vidas enterradas.
Perdidas entre las aves que anidan,
El peso de las hojas.
Mito sobre mito,
Pan sobre Zaqueo;
Zaqueo escalando
Montado en su juventud,
Solo en el tiempo,
A la siga de la muerte divina.
Dejó atrás a los torcidos de espíritu,
Sí, también a los sabios,
Para ascender por el tronco,
Sentarse en una grieta
Y ver con sus ojos
No lo que ellos vieron,
No lo que ellos oyeron,
Ni hoja, ni agarre,
Ni ala, ni ave,
Sino luz que desbordaba el verdor,
Como si todo estuviera embriagado
Y sobrio a la vez,
Donde lo conocido y lo desconocido,
Lo visible y lo invisible
Eran solo uno;
Jesús, el Nazareno,
Caminando.
Los amantes se abrazaron
Y sus ojos fueron consolados;
Zaqueo no volvió a soltarlo.
La rama del árbol, agazapada,
Contempla el mito
Agita el mito
Lo eleva al cénit
Jamás hallado en la juventud:
“Si sus ojos nos ven,
Si sus ojos nos ven,
Cegados sobre el hombre,
Aunque estemos enterrados,
El mito se alza por encima de la verdad”.
¿Quién silenció las flautas de Pan?
¿Qué maravilla teje
La muerte, inmortal, pagana,
Al girar las hojas de la Sibila?
Firmes, ya sin traición
Los jóvenes con los jóvenes.
Hojas del sicómoro,
Alzadas por sus alas, dan voz:
“He apoyado a uno
Por derecho propio
Que miraba la procesión,
Con los ojos llenos de luz.
Puedo desvanecerme ahora.
¿Acaso mi pensamiento,
Oído o desoído,
No partió de mi rama
Sin decir una sola palabra?”
Lenta avanzaba la procesión. Los bebedores permanecían
Sentados con sus piernas cruzadas, cerca de los muertos con cadenas,
Mendigos de luz. Solo el hombre en el árbol
Miraba el camino y vio donde la luz fue designada.
Entre los vivos y los muertos está el punto divino,
En movimiento, entre los que hablan, los bebedores de vino,
El arrastre de los pies, el paso del tiempo, el soplo
De las hojas al viento. Las nueve Musas, han visto el linaje del universo
A través de las hojas y se emocionan,
Porque ha encontrado el punto de la voluntad predestinada.
Allí donde brota la fuente de labios que son polvo.
Espera: las ramas grandes se mueven. Ahora se detienen.

- En Vernon Watkins: An encounter and a Re-encounter; texto incluido en la antología crítica preparada por Leslie Norman para la editorial Faber & Faber (1970). ↩︎


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