[ lectura y crítica ] 

El Montaigne de Jacomet — Archie Morales Romo

El Montaigne de Jacomet

Por Archie Morales Romo

…si on me presse de dire pourquoy je l’aymois, je sens que cela ne se peut exprimer qu’en respondant: parce que c’estoit luy, parce que c’estoit moy…

En el siglo XVI, al suroeste de Francia, tras las paredes de un castillo situado en tierras gasconas, el caballero Michel Eyquem López con copa en mano absorto contempla la ausencia de su amigo, Etienne de la Boétie. Extraña las cálidas y estimulantes conversaciones animadas allí por ambos. De pronto, como un rayo, atraviesa su mente una idea: un modo de prolongar postmortem el diálogo fraterno, y de conocerse mejor a sí mismo, sería escribir una serie de bosquejos sobre temas de variopinta naturaleza. Más adelante, a estas piezas, que guardan distancia de los artículos y tratados de la época, las bautizaría como Essais, término que significaba pruebas originalmente en francés.

Avanzado el tiempo, en 1580, el propio Michel Eyquem López da a la imprenta la primera edición de los Essais en 2 volúmenes que albergan el Libro Uno y Dos, respectivamente. En 1588, el editor parisino Abel L´Angelie trae a la luz una segunda edición revisada y con ampliaciones, que se conocerá en el futuro como El ejemplar de Burdeos, la cual añade en un tercer tomo el Libro Tres. Póstumamente, en 1595, la discípula del caballero gascón, Marie de Gourney, gesta una nueva edición de los Essais, que incluye correcciones, añadiduras y notas de su maestro, siendo esta la versión más completa y definitiva de todas las precedentes.

En la vida existen solamente 2 certezas absolutas: que nos vamos a morir, y que debemos pagar impuestos. A las anteriores, agregaría una tercera: a casi 445 años de su publicación inicial, tarde o temprano, voluntaria o accidentalmente, visitaremos los Essais de Michel Eyquem López, más conocido como Michel de Montaigne. Y creo que no hay mejor forma de entrar a esta obra que mediante la ayuda de un músico, ensayista y traductor chileno, de nombre Pierre Jacomet: nacido en Valparaíso, ciudadano del mundo por largos años, probablemente ya retirado en su hogar de Reñaca, un día decidió emprender la monumental empresa de verter al castellano las pruebas del caballero gascón. Con ello buscaba profundizar su estudio y extender una versión accesible al lector común hispano parlante, pero no menos rigurosa en relación con el original. Evitar las palabras que mandan a abrir el diccionario, se le presentó como un elemento central a Jacomet, pues Montaigne declaraba de manera abierta detestar los vocablos académicos, y que su estilo en naturaleza era familiar y cómico.

En julio de 2008, Ediciones El Olivo, editorial que creara el propio Pierre Jacomet, trae a la luz su traducción del Libro Uno de los Ensayos de Montaigne, contenida en un entrañable tomo semicuadrado de cubiertas café claro. En la solapa posterior de este se anuncia la próxima aparición de otras obras del sabio francés, esto es, el faltante Libro Dos y Tres, el Diario de viaje a Italia y la Correspondencia. En diciembre de 2009, casi 4 meses luego de que partiera de este mundo su fundador, Ediciones El Olivo con el apoyo del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, publica el Libro Dos en 2 tomos idénticos en diseño al primero. Pasan los meses, los años, y el proyecto parece haber quedado incompleto de forma definitiva. Además, encontrar alguno de los ejemplares ya editados, incluso en el creciente mercado online de libros de segunda mano, para el lector ansioso y/o bibliópata con afán completista, se torna una quimera.

Pero cierto día, de pronto, un amigo te envía un enlace en el cual se anuncia como novedad total los Ensayos de Montaigne, con la traducción íntegra de Pierre Jacomet. En lo que estimo un acto de justicia literaria, en septiembre de 2025, Ediciones Tácitas en conjunto con Ediciones de la Universidad Católica del Maule, enhorabuena ha publicado, en tapas duras, y en un solo tomo, que consta de 1306 páginas de papel ahuesado y cosido, la versión compuesta por Jacomet de los 3 Libros que recogen la totalidad de las pruebas urdidas en el siglo XVI por el caballero gascón. Las dimensiones y volumen de este ejemplar fácilmente podrían rivalizar con el Johnson de Boswell, o el Borges de Bioy Casares.

La empresa de traducción llevada a cabo por Pierre Jacomet, quien fuera precisamente discípulo de Borges en aulas argentinas, es tan monumental como el tomo recién llegado a los escaparates. Michel de Montaigne escribió los Ensayos en un francés antiguo, abundante en expresiones figuradas, palabras con doble sentido, proposiciones de estructuras arcaicas, pródigo de conjugaciones verbales y formas pronominales más variables en relación con el francés moderno. No obstante, Jacomet, por lo general, logra una versión diáfana y elegante, desprovista de casticismos innecesarios. Para ello, amalgamó en su trabajo las consideradas tres ediciones principales de los Essais: la de Marie de Gourney, El ejemplar de Burdeos, y la edición crítica de Pierre de Villey; además de transliterar al castellano las expresiones y citas en latín y griego empleadas por Montaigne.

Antes de visitar los ensayos mismos del Montaigne de Jacomet, ya sea en los ejemplares semicuadrados de tapas café claro o en el hermoso mamotreto recién nacido, no deberíamos pasar por alto los textos introductorios de alta valía preparados por don Pierre. En ellos, entre otros antecedentes históricos y culturales de la obra, nos enteramos de que Michel de Montaigne en realidad se llamaba Michel Eyquem López, toda vez que por el lado materno descendía de una familia judía aragonesa otrora hacendada en Zaragoza: el nombre de su madre era Antonia López de Villanueva; y que el tronco paterno parece ascender hasta familias judías portuguesas que se enriquecieron en Francia y Holanda.

La inclusión del Libro Tres en el nuevo Montaigne de Jacomet, nos permite ahora visitar en su versión las páginas de uno de los ensayos favoritos de don Pierre, “De los coches”, en el cual el sabio francés comienza preguntándose de dónde viene la costumbre de bendecir a los que estornudan, para, acto seguido, analizar que producimos tres tipos de vientos, los cuales el lector ya podrá imaginar; y finaliza con una anécdota sobre el último rey del Perú, que, en medio de una batalla, es transportado en andas en una camilla de oro, cuando empiezan matar a sus portadores con el fin de hacerlo caer, pero no lo logran, porque otros toman el lugar de los muertos.

Apropósito del verbo tomar y de septiembre, podemos hallar en el Libro Segundo el ensayo titulado “De la ebriedad”, que en un pasaje reza de la siguiente forma: “Anacarsis se asombraba al ver que los griegos bebían en vasos más grandes al final que al principio de las comidas; creo que era por la misma razón que por la que lo hacen los alemanes, que organizan competencias para ver quién bebe más. Platón prohíbe a los niños beber antes de los dieciocho años y emborracharse antes de los cuarenta. Pero perdona a quienes han sobrepasado esa edad y alientan a sus huéspedes a caer bajo la influencia de Dionisio, pues este dios es favorable a los hombres: recupera la alegría y la juventud a los ancianos, suaviza las pasiones del alma, así como el hierro se ablanda por efecto del fuego«.

A estas alturas, es casi inevitable imaginar de nuevo con copa en mano a Michel de Montaigne, luego de la partida de su amigo, pero ahora sobre un sillón de tapiz sedoso, oteando desde su escritorio los lomos acostados de los ejemplares dispuestos en las estanterías que cubren las paredes circulares del castillo. Hasta que, de pronto, el fragmento de cierto título entrevisto evoca una idea en su cabeza. Se levanta. Lo coge. Transcribe en una hoja el pasaje en cuestión. Lo guarda. Regresa al asiento, y su mente, a partir de la cita, comienza a devanear nuevamente al tiempo que continúa la observación de los libreros, a la busca de enlazar libremente la idea inicial con otra evocada por el lomo de un tomo diverso, para más tarde levantarse y repetir la operación.

En el Libro Uno, en el ensayo “De la amistad”, Montaigne escribe: «El antiguo poeta Menandro llamaba dichoso al que había podido siquiera encontrar solamente la sombra de un amigo. Tenía buenas razones para decirlo, sobre todo si él mismo había hecho la experiencia. Porque en verdad, si comparo todo el resto de mi vida, que gracias a Dios ha sido suave, fácil y —salvo la pérdida de tal amigo— exenta de aflicciones graves, llena de tranquilidad de espíritu, pues me contenté con mis dones naturales y originales sin buscar otros, si la comparo, digo, a los cuatro años durante los cuales me fue dado gozar de la compañía y frecuentación amable de esa personalidad, todo es humo, solo una noche oscura y fastidiosa. Desde el día en que perdí

Día que me será doloroso para siempre,
y que honraré para siempre,
—tal ha sido nuestra voluntad ¡Oh, dioses!

[Virgilio, Eneida, V, 49-50]».

Bajo el ingente influjo de Montaigne, desde mi escritorio advierto que a la altura de los ojos en el librero yace el lomo del ejemplar de los Ensayos de Emiliano González, en el cual el escritor mexicano revisa sus influencias literarias y obsesiones favoritas. Me levanto. Lo cojo para leer la contratapa. En este ejemplar cada tema se entrelaza con los demás, y las asociaciones libres y sorprendentes conectan obras y literaturas distantes. Lo dejo en su lugar y, acto seguido, anoto en una libreta que la figura de Emiliano González guarda cierta semejanza con la de Pierre Jacomet. En busca de desarrollar la idea, pienso que ambos en sus libros destilan amor y pasión por las letras, que con ahínco se dedicaron a la escritura y a la traducción como método de estudio de autores universales de gran valía; y que, en pleno siglo XXI, aún no reciben sus obras toda la atención que, por su calidad literaria, merecen sin duda.

Cada día se publican y publican voluminosos libros que no revisten mayor relevancia, mientras que manuscritos de obras invaluables, incluso después de la muerte de sus autores, duermen en el fondo de cajones olvidados, a la espera de que alguna alma amiga y entusiasta los traiga a la luz del día. Es un motivo de verdadera dicha la nueva edición del Montaigne de Jacomet, pues da esperanzas de que todo no está perdido en el mundo de los libros, que al parecer la justicia literaria, tarde o temprano, llega en ciertos casos. ¿Correrá la misma suerte la traducción que don Pierre hiciera de los Diarios de viaje por Italia y la Correspondencia del sabio francés…?


Publicado el

en

Comentarios

Una respuesta a “El Montaigne de Jacomet — Archie Morales Romo”

  1. Avatar de Iván Djergovic
    Iván Djergovic

    ¡Enhorabuena, excelente texto! Una de las mejores notas literarias que he leído en el último tiempo. Hasta me han dado ganas de comprar el libro, lamentablemente en España no lo he hallado.

    Me gusta

Deja un comentario