Excavar, leer, traducir (presentación de Vestigios luminosos de Gustaf Sobin) — Ismael Gavilán

Excavar,  leer, traducir
(texto leído en la presentación de Vestigios luminosos de Gustaf Sobin,
libro traducido por Marcelo Pellegrini)

Tengo que remontarme al otoño de 2012 para poder dimensionar algo que comenzó como una necesidad para espantar el tedio, la turbamulta de siempre o la indolencia cotidiana. En algún instante de aquel plazo, Marcelo Pellegrini me hizo llegar un breve ensayo que había traducido de un autor para mí, en ese momento, totalmente desconocido: Gustaf Sobin. Ya en aquel verano, durante el viaje anual que Marcelo suele hacer desde EE. UU., Sobin había ido ocupando cada vez más los espacios de nuestras conversaciones. O más bien, el asombro ante lo que yo no conocía y que me limitaba a oír. Desde ese instante y hasta ahora, acá, han pasado diez años. Un tiempo que nos ha asaltado con todo: recuerdos, cambios, violencia, anhelos varios, incertidumbre.

De tarde en cuando, como desafiando al mundanal ruido y como una extraña fórmula de consuelo, Marcelo me enviaba, leía o comentaba con entusiasmo, diversos textos, fragmentos, ideas o impresiones sobre lo que iba leyendo y traduciendo de Sobin y cómo enfrentaba ese proceso con paciencia inspiradora y asombro para mí, ejemplares. No niego que en diversos momentos sombríos de nuestra pequeña biografía, esos mensajes contribuían a sacarme de mi ensimismamiento y me remontaban a otras dimensiones mentales y emocionales, a otros sitios reales o imaginarios, donde la referencia histórica, la anécdota y también la asunción de un paisaje vuelto maravilla verbal constituían una serie de coordenadas que volvian a esa escritura, la de Sobin, una recalada que se fue volviendo cada vez más necesaria en las conversaciones mantenidas con Marcelo. De pronto Sobin ya era parte de nuestros hábitos lectores y yo, sin conocerlo, sino por medio de mi amigo, me sentía partícipe de un mundo imaginario que sólo el dichoso azar me reservaba parta mi goce y asombro.

Mi dominio del inglés es precario, lo justo y necesario como para no aparentar a duras penas una barbarie tercermundista. En ese sentido, no podría pronunciarme con autoridad sobre el valor verbal de las traducciones de Marcelo. Pero sé que su pericia en el idioma de Pound, Browning y Eliot es más que satisfactoria, siendo un traductor avezado, más aun, un poeta que traduce.

Aquí hay algo. ¿Cómo abordar estas versiones de Sobin que efectúa Marcelo con primoroso amor y dedicación, con intensa pasión de lector asombrado?

Si leer es viajar y descubrir, traducir es excavar y traer a superficie.

Sobin es el ensayista del detalle que se trae a la superficie del sentido desde la hondura de la historia que acá implica, ni más ni menos, nuestra memoria común y personal: cómo traer a presencia anécdotas, asombros y devaneos en torno a objetos, utensilios, personajes históricos, lugares varios y embarcados para navegar la memoria. Eso es algo que nos hace muy patente y necesario a este autor, recordándonos el viejo precepto que hace al ensayista un ensayista: la digresión o pretexto que es el aparente “tema” principal de su disquisición para adentrarse en una deriva que termina conduciéndonos hacia ámbitos impensados de significado y que, ciertamente, era al parecer el destino oculto de su planteamiento.

Por otro lado, como traductor y poeta, pienso que Marcelo Pellegrini ha encontrado una de las hormas de su zapato. Como Vallejo, es un poeta traductor minero, es decir de aquellos que se detienen a profundizar el valor, sentido y tramas posibles de las palabras que articulan el objeto de su amor desatado: la escritura como exploración de las capas profundas de nuestra psique. Ya sea un lugar (Provenza), un hecho histórico (Aníbal cruzando los Alpes) o un detalle relativamente secundario de apreciar (un acueducto romano), esa exploración no refiere sólo a la búsqueda de la palabra más ajustada de un idioma para ser trasladada a otro, sino que requiere una especie de animus para saber identificar, casi intuitivamente, la densidad de los ecos posibles que esa palabra causa en nuestra mente y, a mayor abundamiento, en nuestra memoria. Así, puedo testimoniar cómo Marcelo, frase a frase, luchaba como Jacob, con el ángel del lenguaje, para tratar de encontrar esa palabra pertinente, no más eufónica o correcta, sino que más pertinente para provocar en nosotros, sus lectores, esa resonancia tan necesaria que conlleva reconocer sensaciones y actos.

Con sólo ese gesto, Marcelo deja entrever el talante de un ensayista como Sobin: él es, sin duda, el escritor de la excavación, el escritor que indaga en la densidad material de la memoria para traernos a presencia ese lazo común que nos une en los misteriosos procesos y claroscuros que implica lo histórico. Algo parecido a lo que nos recuerda el poeta irlandés Seamus Heaney que nos indica en ese maravilloso poema titulado “Digging” la analogía entre la pluma y la pala y donde excavar es sinónimo de iniciación en los secretos de la profundidad, en la densidad de las cosas que habitan bajo la superficie y que, en la escritura y por la escritura, reverberan para que podamos apreciar su sentido mineral y más que nada, fundante y primordial.

Marcelo Pellegrini

Pero también Sobin es el amigo, lector y admirador del poeta francés René Char, una especie de discípulo por decirlo así y uno de los estímulos fundamentales para descubrir y orientar su vocación de escritor.

Por lo que me ha comentado Marcelo, Sobin no podría haber escrito lo que escribió, sin haber vivido en Provenza, al sur de Francia. No tanto llevado por el ejemplo de Pound, sino por lo que implica la experiencia de haberse acercado a ese ámbito primordial que significa habitar la tierra. Y ello conlleva establecer diálogo con las piedras, los árboles, el aire, la materialidad de ese fragmento de ambiente mediterráneo que, de todas formas, es la cuna de nuestra civilización y que tantos artistas y escritores, antes de Sobin y Pound, han experimentado como una vivencia radical de identificación material con el mundo. Pienso en Heidegger, en Hölderlin, en Péguy, en Valéry, en Maurras y en otro plano, sin duda en Cézanne y en Matisse.

Pero acá, sin duda, hay una confluencia maravillosa. Porque Heaney, Vallejo y Char, son poetas tutelares de Marcelo Pellegrini. Son poetas que marcan su manera de escribir, leer y traducir. Por supuesto que hay otros poetas que habitan en la imaginación de mi amigo, pero me place reconocer y admirar cómo esos tres poetas, cada uno en lo suyo, son necesarios para abordar a Sobin, pero también para entender las ansiedades productivas, lindantes con el entusiasmo que hicieron a Marcelo traducir a Sobin con la pasión que le caracteriza.

En ese diálogo invisible, hecho de guiños, gestos y complicidades, recordaba la última conversación que tuve con el joven poeta Bastián Desidel, amigo también de Marcelo y con ese entusiasmo juvenil tan suyo, me indicaba entre fervor y fervor por su lectura de Sobin, cómo era posible apreciar que esa interconexión entre nuestro amigo común, Sobin y Char, podía existir porque la ausencia significaba densificar al lenguaje que ha devenido sólo una superficial filigrana de utilidad y espectáculo.

Esa breve, pero contundente reflexión de Bastián, sin duda, me hizo reparar en algo que también fue habitual en mis intercambios de impresiones con Marcelo cuando sus traducciones avanzaban a paso espasmódico a través de tantos años: pues que ensayistas como Sobin hacen del lenguaje una especie de Anteo: un titán que necesita tocar la tierra para recuperar su fuerza. Ello encarna, de todos modos, en la maravilla de su prosa, a ratos evocadora, a ratos rotunda, a ratos sutil y transparente, llena de recovecos sin caer en ningún barroquismo de mal gusto y menos cediendo a la mera idea de comunicar algo. La prosa de Sobin va de la mano de ese afán de perfeccionismo estilístico de Marcelo que lo vuelve un logro que resarce o hasta redime con creces, cualquier afición por un lenguaje a medio camino entre el feísmo, el maximalismo bien pensante y ese minimalismo de redacción periodística que a varios lectores ya nos causa un profundo bostezo despreciativo.

Presentación del libro Vestigios luminosos.
Afueras de la Librería del Fondo de Cultura Económica Manuel Rojas, Valparaíso, 2023.

Leer a Sobin es entrar en esa estela de evocaciones que, a mí, se me hace más clara en la medida que es un recordatorio respecto de muchas cosas que nos rodean y que creemos hasta cierto punto seguras. Los ensayos de Sobin nos recuerdan que todo lo que nos rodea posee vocación de ruina. El bello palacio que nos observa esta tarde, el distinguido paseo que es mirador de la inmensidad oceánica, el viejo y noble ascensor que a varios nos trajo esta tarde acá. Sí, todo eso es vocación de ruina, vocación de escombro, vocación de futura sepultura. Y por más que nos empecinemos en conservar las cosas, éstas, tarde o temprano revierten su sentido y se escabullen regresando a su origen material, como piedra, roca, tierra o grava.

Pero sin duda en esa aparente degradación que no tiene de tal nada malo en sí mismo, salvo causarnos una profunda nostalgia o una concientización de nuestra precariedad humana, puede habitar un objeto, un pendiente, un anillo, un espejo, un desusado celular, tal vez unos lentes rotos o una libreta ajada. Objetos enterrados bajo la densidad del olvido y que para quienes se atrevan a desenterrarlos, quizás les provoquen curiosidad o asombro, preguntas sin respuesta o simple indiferencia. Sea como sea, poetas futuros como Vallejo o Heaney o Char, tendrán entre sus manos alguno de esos objetos y se preguntarán sobre nosotros. Y habrá tal vez un Sobin que nos hará saber que todas esas cosas pertenecieron a otra humanidad que no deja de ser la nuestra a pesar del gigantesco hiato temporal transcurrido. Y sería hermoso pensar que ahí habría alguien como Marcelo Pellegrini que, asombrado, viera la necesidad de traducir todo eso, porque se sabe perteneciente a esa cofradía que hace de la excavación una posibilidad de esperanza.

Portada de Vestigios luminosos, editado por Ediciones Universidad de Valparaíso (2023)

Publicado el

en

Comentarios

Deja un comentario

Crea una web o blog en WordPress.com